Pequeñas cosas

Actualizado
  • 27/10/2017 02:00
Creado
  • 27/10/2017 02:00
Sigo los hilos en las redes sociales y veo a muchos absolutamente indignados

Visto lo visto últimamente por los predios de vuestro Panamá, estoy cayendo en cuenta de algo más o menos relevante, dependiendo, claro está, de la importancia que le demos según a qué. Es decir, depende de si nuestra aceptación del honor y la rectitud ética es laxa, o regular tirando a estricta.

Me paseo por los foros de opinión, escucho a la gente en reuniones, sigo los hilos en las redes sociales y veo a muchos absolutamente indignados por ejemplo, por el silencio institucional acerca de los embarrados por la mierda de Odebrecht. Muchos otros se tiran de los pelos al ver que, algunos de los poco honorables, pretenden gastarse muchos miles de dólares en la compra de unos nuevos carrazos porque no podemos pretender que ellos se vean todos runchos. Y las quejas siguen y siguen y siguen.

Es cierto, todos nos quejamos, algunos con más razón que otros. El derecho al pataleo es uno de los pocos que nos van quedando. Pero esperen, que me desvío del tema, y el tema empieza pidiéndoles que se imaginen ustedes a un niño con una pataleta en el supermercado. Un bebé apenas, gordezuelo y lindo enfrascado en una de esas rabietas en las que dudas si comértelo o no, de tan monérrimo que está haciendo pucheros. ¿Se ubican? Bien, pues muchos consideran que eso son cosas de críos, que no se les debe dar importancia, lo malo es que el niño crece y eventualmente esos arrebatos dejan de hacer gracias, y ya es muy tarde para enderezarlo. De la misma manera, muchos que se indignan por la impunidad de los diputados, lavadores de dinero y demás hierbas aromáticas, no consideran que sea tan grave pasarle un salve a la señora de la ventanilla para que le agilice un poquito su trámite. Una cosa no tiene que ver con la otra, ¿no?

Muchos de los que se quejan del juegavivo patrio, por ejemplo, no ven mal que se premie, a una doñita que hizo trampa en un partido de fútbol. ¿A quién le hizo daño? Pues a la ética, señores. ¿Qué les están enseñando a sus hijos? ¿Que si haces una trampa y te sale bien y tu equipo gana, todos te perdonan y encima te premian? ¡Buena enseñanza, sí señor!

Las cosas pequeñas no son pequeñas, las cosas pequeñas abren las puertas a grandes cosas, en realidad, no hay diferencia entre que usted arroje a la calle un vasito de foam de la chicha que se acaba de tomar y que su vecino tire a la quebrada una estufa. No, no se equivoquen, ambos son unos guarros.

Y no hay diferencia entre que usted avance con su carro dos metros, aun sabiendo que no va a poder pasar el semáforo y que se va a quedar atascando en el cruce, con el otro hijo de puta que hace piquera donde le parece pasándose por el forro de los bemoles que esté fastidiando a toda una fila. Ambos son unos imbéciles que están jodiendo la vida a decenas de otros ciudadanos.

Hasta que no nos demos cuenta de que la ética es algo sólido y rígido, que no es moldeable a nuestra conveniencia, que no funciona eso de ‘para mí sí y para ti no', que el ‘no te pongas así que no es para tanto' sí que es para tanto, y que mientras no dejemos de pensar que el embudo siempre debe tener el lado ancho para nosotros, las cosas no van a cambiar y esto seguirá siendo un feudo de piratas, corsarios y bandoleros. Y nos lo mereceremos.

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