Amor eterno

Actualizado
  • 24/08/2019 02:00
Creado
  • 24/08/2019 02:00
A Locho lo visitaba su esposa que le traía comida y dinero 

VChupi se diseñaba la ropa recortando camisetas y licras con tijeras infantiles, de esas que no tienen punta y que son las únicas permitidas por el sistema penitenciario. La similitud de sus diseños con las vendas que hiciera famosa a la cultura egipcia era doblemente increíble. Flaco (a) muy flaco (a). Estar cerca de él (ella) implicaba recibir una responsabilidad extra porque parecía que se iba a desplomar en cualquier momento. Era ‘semitravesti' por economía, utilizaba el silicón de los pobres: bollos de papel higiénico debajo del brassière infantil, una especie de origami sensual para ganar volumen en la accidentada geografía corpórea. Decía que él (ella) no era del todo mujer por un pedacito "así", mientras los índices de sus manos señalaban la distancia que iba en sentido opuesto al diminutivo. Asistía a un espacio común ciertos días a la semana, con la cofradía de la que formaba parte para someterse a uno de sus rituales más importantes: la depilación; disciplina estética que consiste en torturarse arrancándose la barba con pinzas, borrando el rastro más visible de su condición natural de mujer atrapada en el cuerpo de un hombre. Su cabello era raído y escaso y recordaba las bolas de baseball de los barrios pobres panameños, que a fuerza de tantos batazos, se desflecan miserablemente. Ese pelambre cobrizo caía como una catarata deprimida sobre el rostro de Locho. Que era grande, fuerte, siempre lo (a) protegió contra las miradas de censura de los orates uniformados que deambulan en manadas, contra los trabajadores sociales y otros funcionarios que a pesar de su formación profundamente católica no creían en todas las variantes de amor al prójimo. Lo (a) protegió también contra cualquier otro macho en celo que merodeara sus territorios con ganas de aparearse. En las noches Chupi y Locho retozaban alegremente en el camarote al que siempre le sobraba una cama y media, miraban juntos las telenovelas fundidos en palpitantes abrazos; gozando, sufriendo la suerte de los actores, prometiéndose amor por siempre, o lo que es igual: el tiempo que dure la sentencia.

A Locho lo visitaba su esposa que le traía comida y dinero. Ese era el momento más difícil para Chupi, la parte más dolorosa de su sentencia: tener que compartir a su amado no solo con el Estado que se había reservado los derechos de admisión, sino también con la esposa, que por traerle un pedazo de pollo extra crispy con papitas fritas y salsa rosada, tenía acceso a besos y abrazos que solo le pertenecían a Chupi. Los fines de semana después de acabada la visita de la esposa, ambos cubrían con cortinas la parte baja del camarote para dedicarse a fumar crack. Cada vez que prendían un fósforo para consumir la siguiente dosis, aparecían sus siluetas como una representación del teatro chino. Después, motivados por el amor químico de ¢1.000 la unidad, se abandonaban a disfrutar los borbollones de su pasión. El camarote se veía sacudido súbitamente por un enardecimiento telúrico de 8 en la escala Richter.

Decidieron dedicarse al activismo por los derechos de las parejas homosexuales a tener visita conyugal (una cuestión de orgullo), asunto que les significó muchos problemas; porque aunque en el papel se dice que cuando eres objeto de prisión solo pierdes el derecho de tránsito, de manera tácita se sabe que pierdes muchos otros. Se enfrentaron solos al Gran Gigante –la institución que administra la justicia y la moral – enviando recursos de amparo a la corte de derechos humanos y haciendo huelgas de hambre de hasta una semana intentando que las leyes fueran iguales para todos sin importar la orientación sexual. A pesar de que no lograron lo que querían, sí demostraron tener más ‘güevos' que cualquiera. Siempre afirmaron que su amor era de otro mundo, y en efecto, murieron abrazados por una enfermedad exótica, dejando así un enorme vacío en todos los residentes de aquellos lares, quienes los recuerdan inmortalizados en un graffiti, a pesar de estar en plural, habla de un solo ser, uno mitológico de cuatro piernas y cuatro brazos: Aquí estuvimos.

AUTOR

Lo Nuevo
comments powered by Disqus