Dharavi, un ghetto inmerso en una megaciudad india

Actualizado
  • 29/07/2012 02:00
Creado
  • 29/07/2012 02:00
INDIA. Saliendo del complejo industrial, empiezo a sentir curiosidad por Shekar. Detrás de su repetición autómata de cifras y demás dato...

INDIA. Saliendo del complejo industrial, empiezo a sentir curiosidad por Shekar. Detrás de su repetición autómata de cifras y demás datos, intuyo, debe haber una historia interesante. Al final del recorrido, me le acerco a solas y le pido que nos dé un tour por su Dharavi. De dinero hablaríamos después.

Chandrashekar Manalan sueña con trabajar en un crucero. Sabe de cámaras y documentales e intenta aprender español. Se gana la vida así, mostrándole su vida y su barrio a cualquiera que desee conocerlos. Su metamorfosis —de niño anónimo de Dharavi a aspirante a marinero— es fascinante, y comenzó cuando descubrió dos cosas: primero, que la vida en el ghetto despertaba la curiosidad de muchos; y segundo, que había personas explotando comercialmente esa curiosidad. En el mundo capitalista del siglo XXI, las miserias del lumpen son también un producto que se puede comprar y vender. Y esa nueva línea de negocio le abrió las puertas del mundo. El contacto con turistas le dio un inglés muy bueno y le abrió las puertas de la fotografía y el video. Lo tenía todo para empezar a soñar, pero fue la aparición en su vida de Jesús Menéndez, un español que vivió con él en Dharavi por seis meses, lo que terminó de moldear al Shekar que tengo enfrente.

Menéndez, ex profesional del márketing y la comunicación, viajó tres años por la India. De su viaje salió un libro, Sueños de la India, que habla de la belleza humana que encontró en un país que, en sus días corporativos, había entendido como ‘una mezcla de miseria, extraña espiritualidad, hombres santos que levitan y los peligrosos musulmanes de Cachemira’. En la India, contó en una entrevista en 2011, descubrió que todo eso no es más que ‘clichés con los que muchos intentan describir una realidad para alimentar su propio interés o su propio ego’. Sentado en el rectángulo de dos por tres al que Shekar llama casa y sudando sin parar en medio de un calor insportable, observo—en una computadora que desafía todas las leyes de la termodinámica—a Menéndez, sentado en el techo de esta misma casa, hablando de las maravillas de Dharavi, en uno de los videos que produjo para distintos medios españoles. A mi lado, Shekar mira embelesado a su ‘hermano’, sin entender una palabra.

APOLOGÍA DE LA MISERIA

Existe algo peligroso y preocupante en la manera como los seres humanos nos relacionamos con la miseria, sea propia o ajena. Por un lado, nos acostumbramos a ella demasiado rápido.

‘Aquí no hay ningún problema’, me respondió Shekar cuando le pregunté sobre la vida en Dharavi. En su mirada pude ver que lo decía en serio.

Pero hay otra cosa aún más perturbadora: la fijación de aquellos que lo tienen todo con la ‘belleza’ y los ‘valores humanos’ que encuentran en quienes no tienen nada.

Es lo que vienen buscando los 30 o 40 turistas que se presentan diariamente en Dharavi, con sus sombreros de safari, sus bloqueadores solares, sus cámaras y sus botellas de agua. El morbo de meterse en el culo del mundo y, aún allí, sacar algo bonito.

Y es, también, lo que les ofrece Shekar, que considera muy bueno que la gente pague por ver como viven él y sus vecinos. ‘Damos una buena imagen de Dharavi, así que me siento orgulloso’. La cuestión, entiendo, no es la vergüenza que supone la existencia de Dharavi, sino que todos comprendan que no es tan malo como parece.

El fascinarnos con la belleza humana de aquellos a los que asumimos merecedores de nada es quizá uno de los síntomas más trágicos del imperialismo cultural, de nuestro absurdo complejo de superioridad. Su miseria, en nuestras mentes, se compensa con la grandeza de su corazón. Y de paso se hace más manejable: no deben estar tan mal si son tan buenas personas. Así, cantamos sus virtudes con voces tan altas que opacan lo verdaderamente importante.

‘La pobreza en Dharavi es casi hermosa. En un momento sentí que quería ser parte de ella’, me dijo, con la misma seriedad que vi en los ojos de Shekar, una amiga que prefiero no nombrar. Es la pornografía de la pobreza. Ahora lo entiendo, y si alguna vez caí en sus garras pido disculpas.

LA TIERRA ES LO QUE VALE

Dharavi, siendo el motor de bajo mantenimiento que subsidia la grandeza de Mumbai, o un volcán de pobre belleza o bella pobreza para el que la sepa encontrar, está en peligro de muerte. El gobierno de la ciudad lleva tiempo coqueteando con multimillonarios planes de urbanización que transformarían el tugurio en un complejo de lujosos edificios. En una ciudad que ya cuenta con precios inmobiliarios exorbitantes, el proyecto es muy jugoso. Está valorado en unos 3,000 millones de dólares y ha atraído compañías de primera línea internacional.

El millón y medio de habitantes de Dharavi, por supuesto, no entra en los planes. Al menos no de manera s ignificativa. ‘En Mumbai, el precio del metro cuadrado superó hace tiempo al precio de los seres humanos’, me explicó Vinod Shetty, abogado de la Corte Superior de Mumbai y líder activista, ‘cada centímetro de tierra está a la venta, y es nuestro propio gobierno el que cree que ésta gente no tiene derecho a estar aquí’. La India, como dijo Suketu Mehta, ‘está en el medio de una orgía de autofelicitación. Sin embargo, siente vergüenza de cómo trata a sus hijos’.

Shetty trabaja en ACORN, una organización que intenta educar y organizar a los miembros más vulnerables de la cadena laboral. En Dharavi, son los niños que trabajan recogiendo basura por toda la ciudad. ‘Son lo último de lo último, y estamos tratando de sacarlos de esos trabajos. Damos clases, les proporcionamos libros, textos, uniformes y cubrimos sus necesidades básicas’. Los niños de ACORN, aparte de aprender matemáticas y computación, tienen una banda llamada Dharavi Rocks y un equipo de fútbol que juega todos los domingos. ‘Ninguna nación puede crecer si no tienes niños educados e involucrados en el desarrollo. Y si invertimos en la nueva generación, estos niños tendrán esperanza, y construirán una nueva India. Una India que no es sólo para los ricos, sino para todos’, concluye.

La pasión de Vinod Shetty por la realidad y el destino del millón y medio de almas que se hacinan en Dharavi me hizo entender que para contar ésta historia no hablaría de humildad y sueños, ni de los valores que aquí se conservan y mucho menos de la alegría de vivir. Eso ya lo hacen otros, y después de tantos viajes empiezo a preguntarme si realmente hace falta glorificar tanto la miseria humana. De nada sirve venir aquí si en medio de hermosas narrativas perdemos de vista lo más importante: que ésto es una vergüenza mayúscula, una tremenda injusticia de la que todos somos cómplices. El drama de Dharavi es de todos, porque los habitantes de los tugurios del mundo son los perdedores del sistema. Y nosotros, los ganadores, los hemos transformado en invisibles. Al menos dejemos de usar su desgracia para hacernos sentir mejor.

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