Cuando Zimbabue florecía

Actualizado
  • 28/11/2017 20:41
Creado
  • 28/11/2017 20:41
Mugabe heredó un país próspero que pulió hasta convertirlo en un diamante. Construyó carreteras, escuelas, hospitales, relanzó el turismo y llegó a ser un importante productor de cereales y tabaco

En una madrugada de finales de agosto de 1986 arribé al aeropuerto internacional de Harare, en un vuelo de Air Zimbabue procedente de Londres, para cubrir para medios nacionales e internacionales el desarrollo de la VIII Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de los Países No Alineados (NOAL).

Amanecía, en un día primaveral del Hemisferio Sur, y el sol dominaba la planicie de la capital zimbabuense cual disco resplandeciente que se despertaba sin pausa y bañaba el horizonte con espectros rojizos como fuego.

La capital de Zimbabue, en el cono sur de África, estaba engalanada con grandes carteles alusivos a la cumbre de los NOAL patrocinados por empresas trasnacionales, en momentos en que el gobierno de Robert Gabriel Mugabe era apadrinado por el sector privado. Muchos gerentes de esas empresas habían cedido sus automóviles para movilizar a los jefes de las delegaciones.

Habían transcurrido solo seis años desde la independencia de Rhodesia y el país daba ejemplo al mundo de la convivencia entre la mayoría de negros y la minoría blanca. En contraste la vecina Sudáfrica estaba bajo el régimen del apartheid , y el gobierno de Pieter Botha mantenía en prisión a Nelson Mandela, quien ya había cumplido 23 años en la cárcel de Robben Island.

La diferencia la marcaba Harare, llena de colores y alegría. Actividades culturales, muestras de bailes tradicionales, exposiciones de arte y espacios para artesanías, dominaban el ambiente.

El medio de la algarabía que se vivía en Harare, la población no se había enterado de que la sede de la cumbre había sido desalojada en cuatro ocasiones debido a amenazas telefónicas de bomba. En el último caso, la versión oficial fue que el edificio había sido cerrado para comprobar su óptimo funcionamiento y que reunía las necesarias condiciones de seguridad en prevención de incendios o cortocircuitos.

Después de cumplir con las acreditaciones de rigor, fui invitado a una tumultuosa conferencia de prensa encabezada por el presidente Mugabe. Habló de los preparativos de la cumbre y de las amenazas de sabotaje por parte de Sudáfrica. Afirmó que el objetivo principal de la cita era aislar aún más a ese régimen racista.

Precisamente la elección de Zimbabue, fronteriza con Sudáfrica y Namibia, entonces ocupada por el régimen del apartheid , como sede de la cumbre de los NOAL, reflejaba la preocupación de ese movimiento por el colonialismo en África.

Mugabe me impresionó por su discurso directo, atrevido, su retórica antiimperialista, pero con lenguaje depurado. Se afamaba de hablar un inglés mejor que la nobleza británica. Un detalle era su bigote, similar al que usaba Adolf Hitler.

‘Todavía soy el Hitler de los tiempos. Este Hitler tiene solo un objetivo: justicia para su gente, soberanía para su gente, reconocimiento de la independencia de su pueblo. Si eso es ser Hitler, déjenme ser Hitler multiplicado por 10', dijo en una ocasión.

Mugabe nació en la antigua Rhodesia en febrero de 1924. Hijo de un carpintero y madre catequista, quedó huérfano a los 10 años. Pese a las circunstancias en contra y gracias a su aguda inteligencia, obtuvo el título de maestro de primaria a los 17 años y viajó a la vecina Sudáfrica para ampliar sus conocimientos.

Allí coincidió en la universidad con Mandela, vivió el apogeo del apartheid y comenzó a fraguar su talante revolucionario. Luego de ampliar su formación en Sudáfrica, concluyó una licenciatura en Letras y Economía en Londres.

Regresó a su país en 1960 y participó en la fundación de la Unión Popular Africana de Zimbabue (ZANU) que impulsó una guerra de guerrillas para desterrar la dominación del régimen racista y colonial de Rhodesia. Pasó 11 años en la cárcel por sus actividades subversivas, tiempo que aprovechó para terminar la carrera de Derecho.

Devoto católico, se casó con Sally Hayfron en 1961, hasta que le interesó la secretaria de toda la vida, Grace Marufu, 41 años menor, por quien dejó a su esposa enferma de un cáncer terminal.

Tras largos años de lucha, la mayoría de negros tomó el poder en 1980, poniendo fin a seis décadas de colonialismo británico y cambió el nombre de Rhodesia por el de Zimbabue, que significa ‘casa de piedra'.

Mugabe heredó un país próspero, la joya de África, que pulió hasta convertirla en un diamante. Construyó carreteras, escuelas, hospitales, relanzó el turismo y llegó a ser un importante productor de cereales y tabaco. Fue tan pragmático que los granjeros blancos lo llamaban el ‘bueno y viejo Bob'.

En el contexto de la cumbre de los NOAL, Zimbabue rebosaba de la misma vitalidad que transmitía Mugabe, entonces de 62 años. Había reunido en Harare a 50 de los gobernantes de los 110 países que entonces conformaban un movimiento que celebraba un cuarto de siglo desde su fundación en 1961, como un camino medio entre Washington y Moscú.

Mugabe fue el anfitrión de personalidades de la talla de Rajiv Gandhi, primer ministro de la India; el presidente de Irán Ali Jamenei; el presidente de Egipto Hosni Mubarak; y el líder libio Muammar el Gaddafi, junto a prominentes figuras africanas como el presidente de Mozambique, Samora Machel; y Julius Nyerere, de Tanzania. Machel moriría un mes más tarde en un atentado aéreo en suelo sudafricano, de características similares al del general Omar Torrijos. Panamá estuvo representada en Harare por el vicepresidente Roderick Esquivel.

Había participado tres años antes en la cobertura de la cumbre de los NOAL en Nueva Delhi, bajo la conducción de Indira Gandhi, y era evidente el declive del movimiento.

Gaddafi fue una de las figuras más mediáticas al desembarcar con su propia flota de vehículos blindados color verde y estrenar su guardia de seguridad personal compuesta por jóvenes mujeres.

Recuerdo que Gandhi, heredero de su madre Indira, fue abucheado en una conferencia de prensa por representantes de la guerrilla de los Tigres de Liberación del Eelam Tamil, de Sri Lanka, infiltrados en el lugar. Un comando de esa organización reivindicó su asesinato cinco años después de la misma forma cruenta como había sido asesinada su madre en 1984.

En general, la cumbre se desarrolló dentro del guion, con excepción de los enfrentamientos verbales entre la delegación de Irán e Iraq, envueltos en una sangrienta guerra que ya se había prolongado por seis años.

Al final de las deliberaciones aproveché una invitación para conocer las cataratas Victoria, un salto de agua del río Zambeze, en la frontera entre Zimbabue y Zambia. El rugido de su caía de agua se escuchaba a varios kilómetros de distancia, razón por la cual los nativos la llamaban Mosi oa Tunya, ‘el humo que truena', por sus cinco caídas de agua, de 1.7 kilómetros de ancho y 108 metros de altura.

Interesado en visitar Sudáfrica, busqué un visado en su consulado en Harare. Para mi sorpresa me negaron la visa porque me consideraron negro. Los únicos ciudadanos no blancos que tenían derecho al visado eran los japoneses. Los definían como ‘blancos honorarios'.

Al despedirme de Harare, no se me pasó por la mente que Mugabe se prolongaría otros 31 años en el poder y que terminaría derrocado por sus propios fieles. Menos de una década después se frenaron los avances obtenidos y Zimbabue entró en una creciente crisis social y económica. Los fraudes electorales del 2002 y 2008 marcaron el inicio de la caída libre hacia el desastre. Mugabe pasó rápidamente de héroe a opresor.

Una amañada reforma agraria permitió la expropiación de las granjas a los blancos para beneficiar a la elite próxima al gobierno y exacerbó el enfrentamiento con los poderosos terratenientes blancos.

El autoritarismo precipitó la degradación social y económica del país. En la actualidad, una población de 16 millones de habitantes, enfrenta un 90% de desempleo y la tercera parte ha emigrado principalmente a la vecina Sudáfrica.

La debacle final se inició hace tres semanas, por la decisión de Mugabe de destituir a su vicepresidente Emmerson Mnangwawa, su íntimo amigo y compañero de la guerra de liberación, por haber manifestado intenciones de sucederlo en el poder.

Una decisión producto de las artimañas de Grace Mugabe, que aspiraba a suceder a su marido. Su afición por la opulencia, le ganó el apodo de ‘Gucci Grace', y por su apetito por el poder el de ‘DisGrace'.

La expulsión de Mnangagwa, de 75 años, que había sido jefe de los servicios de inteligencia y ministro de Defensa, sacó al ejército a la calle. El partido ZANU destituyó a Mugabe como su máximo líder y declaró que la acción del ejército garantizaba una ‘transición incruenta' en la que se ha arrestó a personas corruptas y se arrestó a ‘un anciano del que se estaba aprovechando su esposa'.

Con todo en su contra, desafiante, todavía dos días antes de su renuncia al poder, habló al país anunciando que se quedaba, al menos, hasta finales de diciembre. Con 93 años y con casi cuatro décadas en la presidencia, era el gobernante más anciano del mundo. Teodoro Obiang, de 75 años y con 38 años como gobernante de la República de Guinea Ecuatorial, posee ahora el récord de más tiempo en el poder.

Un proceso de destitución iniciado en el Parlamento por su propio partido, obligó a Mugabe a presentar su renuncia.

Mnangagwa, que se había refugiado en la vecina Sudáfrica tras su destitución, como presidente interino terminará el periodo que le restaba a Mugabe hasta septiembre del 2018. Mnangagwa fue colocado en la cúspide del ZANU y se perfila como candidato presidencial en el 2018. Su astucia política le ganó el apodo de ‘Cocodrilo', pero nada garantiza que no tendrá un fin similar al de Mugabe.

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EMMERSON MNANGAGWA - Presidente provisional de Zimbabue

El exvicepresidente Emmerson Mnangagwa juró como presidente provisional de Zimbabue, en sustitución de Robert Mugabe, después de la dimisión del veterano líder tras la toma del control del país por parte de los militares. La jura se produjo en un gran acto de ambiente festivo en un estadio de la capital, Harare. Entre vítores del público asistente, Mnangagwa prometió que ‘servirá' al país y a su Constitución, y que fomentará lo que sirva a Zimbabue para ‘avanzar' a la vez que luchará contra ‘lo que le pueda perjudicar'. El que no acudió es Robert Mugabe, que tendrá inmunidad y piensa permanecer en Zimbabue, según informaron fuentes políticas, que aseguraron también que el trato alcanzado incluye garantías de seguridad jurídica para su esposa, Grace Mugabe. Tampoco se tomarán acciones, de acuerdo a las fuentes, contra los negocios del veterano líder, de 93 años, que ostentó el poder en Zimbabue durante 37 años.

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