Decimotercera entrega

Actualizado
  • 13/12/2009 01:00
Creado
  • 13/12/2009 01:00
- Mi recomendación es realizar el plan completo-, culminó Colin Powell luego de explicar los detalles de la invasión a ...

- Mi recomendación es realizar el plan completo-, culminó Colin Powell luego de explicar los detalles de la invasión a Panamá. El presidente George Bush, cómodo en la Casa Blanca, lo miraba sin sorpresa. Dick Cheney intervino de inmediato apoyando la propuesta de Powell.

El secretario de Estado James Baker analizó la operación desde el plano diplomático. La OEA iba a condenar el ataque, los países del tercer mundo también y los rusos no perderían la oportunidad. Sin embargo, evaluaba, nadie arriesgaría demasiado por Noriega. Fritzwater, vocero del gobierno, no preveía un escenario adverso en los medios norteamericanos, incluso intuía críticas positivas por el restablecimiento de la democracia en Panamá.

- Este tipo, Noriega, no va a parar. Cada vez va a ser peor- dijo Bush. -Ok, hagámoslo-.

Blue Spoon se ejecutaría el 20 de diciembre, a la 1:00 a.m. un horario que aseguraba el factor sorpresa y les dejaba por delante a los soldados, seis horas de oscuridad para sacar mejor provecho de las nuevas tecnologías. Solo realizaron un cambio a la propuesta de Powell: Blue Spoon se convirtió en Operación Just Cause, Causa Justa.

La primera acción que el ejército norteamericano realizó el 19 de diciembre en la ciudad de Panamá consistió en una invitación a Guillermo Endara, Ricardo Arias Calderón y Billy Ford, la nómina ganadora de las elecciones de mayo, para una cena esa misma noche en la base de Clayton. Los panameños llegaron y fueron informados de lo que venía. Se lo presentaron como un hecho.

- Los aviones ya salieron de Estados Unidos- le comunicaron. Estados Unidos invadiría Panamá y ellos serían los encargados de formar el nuevo gobierno. Por motivos de seguridad, debían permanecer allí. Ricardo Arias Calderon mando a buscar a su esposa Teresita. Los tres panameños se reunieron a solas. Sabían que después de tanto luchar, de haber ganado las elecciones, quedarían en la historia como un gobierno títere instalado en una base norteamericana. Pero no veían ninguna opción. Si decían que no, era probable que Estados Unidos resucitara alguna figura del régimen caído. Decidieron aceptar.

Maxwell Thurman, al frente del Comando Sur, eligió para comandar las operaciones el mítico Tunnel: un bunker subterráneo en las entrañas del Cerro Ancón que había sido construido contra ataques nucleares y estaba electrónicamente blindado. Se sentó al frente de una inmensa mesa de reunión vestido con su uniforme camuflado de combate. Enfrente tenía una pantalla con los objetivos marcados para seguir el desenlace de las operaciones. Todos los presentes comenzaron a revisar un cuaderno que tenía en su portada el sello de Top Secret. Eran los manuales de procedimiento.

Una hora antes de la invasión había cien helicópteros sobrevolando el espacio aéreo de Panamá. Incluso cuatro caza F15. No preveían choques con la fuerza aérea panameña pero, si Noriega quería escapar volando, podrían alcanzarlo enseguida. Patrullaban las rutas hacia Cuba, Nicaragua y Colombia.

Hacia las 12 de la noche los reportes de intercambio de fuego aislado en Amador y en Albrook, condujeron a los comandantes a adelantar el ataque 15 minutos.

En Clayton, la fórmula civilista fue juramentada por un juez panameño en la sala de una de las casas de la base. Guillermo Endara como presidente, Ricardo Arias Calderón como vicepresidente primero y Guillermo Ford como vicepresidente segundo. Los líderes del Comité por los Derechos Humanos José Manuel Faúndes y Osvaldo Velázquez actuaron como testigos. También estaba presente Julio Linares, que sería designado nuevo canciller de Panamá. Los tres candidatos estaban vestidos con guayaberas. La severidad de la situación no albergó gestos de alegría.

La Operación Causa Justa comenzó a las 12:30 con el ataque a la Cárcel Modelo para rescatar al agente de la CIA Kurt Muse. Un escuadrón de la unidad de choque Fuerza Delta había practicado las acciones en una maqueta tamaño real de la prisión construida especialmente en un Cayo de Florida. Aterrizaron con un pequeño helicóptero en el techo del complejo, frente al Cuartel Central de las Fuerzas de Defensa. Abrieron un boquete y descendieron a un pasillo. Atravesaron el corredor a sangre y fuego, dejando tras sus pasos diez cuerpos sin vida de custodios panameños. Llegaron a la celda de Muse y abrieron los barrotes con un explosivo plástico.

-Vinimos a llevarlo a casa- le dijo un soldado a Muse mientras salían, atravesando los charcos de sangre.

Treparon al techo por donde habían entrado, subieron al helicóptero y levantaron vuelo mientras desde la Comandancia arreciaban los disparos, que dieron en el blanco. El piloto perdió el control de la aeronave y cayeron en un estacionamiento detrás de la prisión.

-Logramos rescatar a Muse pero el helicóptero fue derribado- comunicó Thurman a sus superiores lamentando que la primer noticia de la Operación Causa Justa fuera un revés.

Powell seguía los acontecimientos desde una oficina de manejo de crisis en el Pentágono, junto a Dick Cheney y los integrantes de sus respectivos equipos de trabajo. Bush, en la Casa Blanca, recibiría informes cada 30 minutos.

Sabrían más tarde que Muse había sobrevivido y solo tenía una fractura en su pierna. Los soldados lo bajaron del helicóptero y se atrincheraron detrás de un auto. A los dos minutos llegaron refuerzos y los rescataron. El ataque sobre la Comandancia ya había comenzado. Al mando de Marc Cisneros, la Fuerza de ataque Bayoneta esperaba encontrar gran resistencia en el Cuartel Central. Sus objetivos comprendían además tomar el cuartel de Amador y defender las instalaciones civiles norteamericanas en Balboa y Ancón. Catorce compañías atravesarían dos corredores en vehículos blindados uniendo Clayton con Amador y el Chorrillo. Recibieron en el camino interrupciones molestas. Periodistas panameños que intentaban llegar a Clayton para saber lo que pasaba. Uno de ellos, Rolando Rodríguez, fue detenido por los soldados que lo tenían en el piso, mordiendo el polvo y con las manos en la nuca. Lo salvaron algunos colegas que pasaron por allí. Terminaron en Diablo, siguiendo los acontecimientos desde una cabina de teléfono. Los cronistas extranjeros no tendrían mejor suerte. Confinados en una sala de Prensa improvisada en el Club de Oficiales de Quarry Heights, recién llegarían al área del conflicto cuando las operaciones habían finalizado.

Las Fuerzas norteamericanas contaban con ventajas inusuales. No sólo habían practicado largas horas movimientos en ese mismo terreno, sino que las bases militares preexistentes le garantizaban condiciones operativas inmejorables. La recarga de combustible para los aviones, el relevo de tropa y el abastecimiento de municiones se realizaban con una celeridad de ensueño. Tenían por delante mil microoperaciones comprendidas en 24 objetivos en forma simultánea. El desafío real de la Operación Causa Justa no era el enemigo: era saber si serían capaces de hacer algo así, tan complejo, tan ultrasofisticado, algo inédito en la historia militar.

Cada misión tenía su particularidad, pero a grandes rasgos, funcionaban de la siguiente manera: horas antes del despliegue, pequeños comandos de soldados reconocían las zonas comprobando las posiciones enemigas y verificando que nada alterase los planes previos.

Los ataques iniciaban con el fuego de los AC-130. Bombarderos capaces de lanzar ataques simultáneos hasta a cuatro blancos próximos con armas de diferente calibre que incluían misiles y cohetes aire - tierra y aire - aire. En la Comandancia, por ejemplo, en dos minutos atacaron 14 objetivos preestablecidos dentro del complejo. Los acompañaban AH 64 Apache que disfrutaban su bautismo de fuego y contaban con sensores para detectar posiciones enemigas que barrían con ametralladoras y cohetes. Podía mantenerse quiero en el aire sin ser muy ruidoso.

Luego de la primera andanada de fuego que desmantelaba las posiciones defensivas, equipos de guerra psicológica llamaban a la rendición desde altoparlantes. La noche del 20, la mayoría de las posiciones contestaron con fuego aunque luego de los ataques no tuvieron más chances que entregarse. En Río Hato los enfrentamientos fueron intensos. La superioridad norteamericana terminó por doblegar la voluntad de los panameños que pusieron a flamear una bandera blanca. El General de Estados Unidos que aceptó la rendición del Capitán panameño Tomás García, de la Compañía Macho de Monte, lo trató con respeto.

- Sus hombres pelearon bien- le dijo.

- Si, mis hombres… pero los comandantes nos abandonaron- se lamentó, sintiendo sobre su cuerpo el peso de la derrota. Ningún muerto en combate de las Fuerzas de Defensa superaría el grado de Capitán.

En Río Hato fueron hechos prisioneras más de de 400 personas, entre civiles y militares. La potencia de las bombas de 2000 libras que los dos aviones invisibles Stealth lanzaron en campo abierto, cerca de las barracas de los soldados, era algo de lo que los panameños no dejaban de hablar.

Los ataques aéreos sólo eran el paso preliminar a los movimientos terrestres. Los soldados llegaban en camiones, en Humvees, en helicópteros, en botes y en paracaídas. Llevaban trajes blindados que aunque eran pesados y los mataban de calor, los protegían mucho más que los viejos chalecos de Vietnam. Utilizaban herramientas de visión nocturna y podían comunicarse a través de micrófonos incorporados a los cascos de combate. El futuro, finalmente, había llegado.

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