105 años de la travesía del buque Ancón por el Canal de Panamá

Actualizado
  • 15/08/2019 02:40
Creado
  • 15/08/2019 02:40
El barco a vapor fue comprado a un costo de $600 para ser operado por la compañía del Ferrocarril de Panamá 

Panamá está de fiesta celebrando los 500 años de la fundación de Panamá La Vieja y los 105 años de la travesía del primer barco que inauguró el Canal de Panamá, el Vapor Ancón.

La construcción del barco inició en 1901 en Estados Unidos y concluyó a finales de marzo de 1902, su nombre original era SS Shawmut.

Luego en 1910 se vendió a la Comisión del Canal Ístmico (Isthmian Canal Commision), con el fin de que se utilizara para traer materiales de construcción para el canal interoceánico y se rebautizó con el nombre de Ancón.

A las 7:10 a.m. del sábado 15 de agosto de 1914 zarpó desde el puerto de Cristóbal en Colón con dirección al Puerto Balboa, llegando a las 4:50 p.m. y uniendo así el océano Pacífico con el Atlántico.

Eran aproximadamente 200 los invitados durante la travesía por el Canal de Panamá, entre ellos el presidente de la República de Panamá, Belisario Porras, su Gabinete, cuerpo diplomático y oficiales de la zona del Canal, entre otras personalidades.

La Estrella de Panamá registró la travesía del Vapor Ancón en una publicación titulada "Mares que hoy van a unirse, al conjuro de estos hombres magos, en Panamá la hidalga" y relatada por el  periodista español Miguel de Zárraga.

Roto el legendario istmo por el titánico esfuerzo de estos norteamericanos admirables, para los que nada significan las palabras “imposible” y “desaliento”, los dos océanos han mezclado sus aguas.

He aquí, después de cuatro siglos, el camino de las Indias que Colón pretendiera...

Para inaugurarlo prácticamente (pues oficialmente no se inaugurará hasta el 4 de marzo del entrante año 1915) el coronel Goethals, gobernador de la Zona del Canal, hizo, en nombre del ministro de la Guerra de los Estados Unidos, las correspondientes invitaciones al acto que se celebró ayer.

No hay, para este acto, más invitados que el Gobierno de la República de Panamá y el cuerpo diplomático extranjero.

Publicación de la Estrella de panamá

El buque elegido para esta primera travesía del Canal, del Atlántico al Pacífico, es el norteamericano Ancón.

Ya en el puerto de Colón, donde atracó al muelle número 9 para que a bordo subiesen los invitados, de allí zarpó majestuoso, a las siete de la mañana del día de ayer.

Pero en casos como este, ¿quién no desea saber más? ¿Quién no apetece sus detalles? ¿Quién no sueña con la visión lejana?

El periodista que esto escribe algo pudiera quizás ofreceros, aunque muy pálidamente… Algo, porque para algo es periodista. Guardadle el secreto: él ya pasó el Canal...

Y con él podéis pasarlo. ¿Queréis acompañarle? Venid.

Estamos en Colón.

Hagamos con nuestro homenaje de presencia justicia a los norteamericanos; ellos pueden y saben ser grandes. Con grandes prácticas.

Para hacer el Canal Interoceánico, como no fueron suficientes los trescientos cuarenta y cinco millones ya gastados, dispónense a llegar tranquilamente hasta trescientos ochenta… Por lo pronto.

Los franceses, a los que se debe una no pequeña parte de la gloria, acaparada por los Estados Unidos, hubieran gastado mucho más. Y el Istmo se habría canalizado sobre un inmenso cementerio. Los norteamericanos comenzaron por cerrar el cementerio declarando la guerra a los mosquitos, que eran los que habían derrotado a los franceses. Y los norteamericanos se gastaron, muy gustosos, veinte millones de dólares en el saneamiento del hasta entonces macabro Istmo. Ya no hay mosquitos, ya no cuesta la vida de un hombre cada travesaño del ferrocarril. Ya está hecho el Canal.

Para verlo subamos al Ancón. Va a partir. El Canal, solemne y mudo, nos aguarda; a escasa marcha lo embocamos...

La entrada se nos impone con una leve emoción.

¿Cómo nos conmovemos, siquiera un instante, por la sola idea de que, sobre las aguas y a muchos metros de su nivel natural, hemos de trasladarnos de un océano a otro?

Sobre el Atlántico nos internamos en el Istmo, casi en las orillas, a donde, en su último intento, allá por el año 1502, Colón llegara para encontrar el paso de las Indias Orientales.

Las últimas aguas del Atlántico detiénense ante las enormes esclusas de Gatún, que encontramos a unas ocho millas del océano.

El buque, sin detener su marcha, suspende su fuerza motriz, mientras dos especiales locomotoras, “dos mulas eléctricas”, le tienden, desde ambas orillas del Canal, sendos cables para su remolque. Avanzan las locomotoras hacia la esclusa primera, y el barco en ella entra lento. En esta primera esclusa que pasamos, hay cuarenta y nueve pies de agua. Se cierra al paso nuestro la compuerta de entrada, y principia la para nosotros casi maravillosa operación de elevarnos de nivel. El agua en que flota el buque empieza a burbujear… En doce minutos, y sin que nuestros ojos logren ver cómo el agua entró, subimos 30 pies. Se abre la compuerta que tenemos a proa, remólcannos las locomotoras, y nos encontramos en la segunda esclusa. Repítese la operación... y ascendemos 30 pies más. Pasamos la tercera esclusa, y unos minutos después entra el buque en el inmenso lago de Gatún.

Y en este momento, al que precedieron tantos otros de muda admirativa angustia, la sirena del vapor, los pitos de las locomotoras y los de las dragas que en las esclusas gemelas, pues todas ellas son dobles, funcionan infatigables, atruenan el espacio en alegre contraste con el silencio augusto que pasó, cuando, sin oírse ni un grito ni una palabra siquiera, el barco, desde el fondo casi en la primera esclusa, se elevaba, como por un fenómeno, hasta las aguas de Gatún, a un centenar de pies; las esclusas, manejadas como un simple juguete, se aprestan asombrosas a la sola voluntad de un solo hombre, al geológico milagro de levantar a un océano para llevar sus buques a través del Istmo roto.

Obra de los hombres sabios este inmenso lago de Gatún, del que aún asoman esqueléticos los árboles como en protesta por las audacias del hombre... Pueblos enteros han sido para esto inundados. Veintitrés millas recorremos sobre este lago fantástico, entre islas de ensueño.

Llegamos al ciclópeo corte de la Culebra –los Andes, la espina dorsal de América, han sido cerrados–, del que se extrajeron las tierras por muchos millones de metros cúbicos… Nueve millas de largo por trescientos pies de ancho tiene esta acuática trinchera.

Estamos en la esclusa de Pedro Miguel, a treinta pies de nivel sobre el inmediato lago de Miraflores.

Repítense, a la inversa, las operaciones de Gatún. El buque desciende.

Nos encontramos en el lago de Miraflores, estupendo cristal, que ni parece que se rasga al paso nuestro. Es un lago sin orillas. Las montañas que lo circundan son tan verdes y tan exuberantes, que se las cree, más que nacidas del lago, en el lago reflejadas desde el cielo.

Del lago pasamos a las dos esclusas de su nombre, que han de descendernos hasta el nivel del Pacífico.

A nuestra izquierda, como en línea de batalla, avanzan tres abruptos islotes, convertidos en fuertes inexpugnables, entre sí unidos y enlazados a la tierra firme por un rompeolas, sedante de los vientos... Al otro lado del rompeolas se alza Panamá la nueva.

El Pacífico nos evoca un recuerdo: Vasco Núñez de Balboa. Si grandiosa es hoy la travesía del Istmo, ¿no fue acaso tan grandiosa, por lo menos, la de Vasco al descubrir el Mar del Sur?

Maravillábase un historiador de las hazañas de los conquistadores, y nos decía, preguntándose:

Hambrientos, vestidos de hierro, rodeados de enemigos, fatigados bajo el mortal abrazo del sol, sin agua, sin brújula… ¿cómo no sucumbieron?

En verdad que es necesario haber recorrido América para comprender el heroísmo legendario de aquellos hombres oscuros, y sentir que, a su lado, los dioses de Homero no valen gran cosa.

Vasco murió decapitado cuatro años después de haber pasado el Istmo, este mismo Istmo que, al intentar romperlo, enloqueció a Lesseps.

Pero el Istmo ya está roto. El camino de las Indias ya está abierto. El hombre, al romper en dos el continente, enmendó una vez más la obra divina.

Y aquí, como un ejemplo prodigioso de la infatigablemente humana perseverancia, quedará para siempre este Canal de ensueño, mudo testigo de la grandeza de estos audaces hombres de un siglo en el que, reencarnando a Balboa, ya no es moreno ni barbudo; es rubio y rasurado, y cambia de nombre, aunque no de energía; se llama Goethals...

La Estrella de Panamá, 16 de agosto de 1914

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