14 de octubre de 1965: Hace 60 años

  • 14/10/2025 00:00

En 1960 emerge en la vida política el Partido Demócrata Cristiano. Inspirado en el socialcristianismo, preparó sus cuadros en intensos cursos de formación. Desde un inicio se planteó ser una organización diferente. Evitaba parecerse a los tradicionales políticos, activados solo en tiempo de elecciones. La acción política duraba los cuatro años entre procesos electorales, algo no visto en Panamá. Éramos tan pequeños que decían que cabíamos en un escarabajo Volkswagen. Por nuestras ideas sociales, nos llamaban sandías: verdes por fuera y rojos por dentro, acusándonos de ser comunistas.

En 1964, donde el liberalismo hizo fraude en contra de Arnulfo Arias, imponiendo a Marco Robles, el pequeño PDC denunció las irregularidades electorales desconociendo el triunfo oficialista. Se sumó al rechazo a ese falso triunfo que había hecho el panameñismo.

David Samudio quedó como ministro de Hacienda y Tesoro, jefe de los Casinos Nacionales, en ese tiempo estatal. No tardaron en convertirlos en foco de escándalos de corrupción que sacudieron Panamá. El PDC tomó muy en serio el cuestionamiento a la corrupción en el gobierno liberal. Las represalias se sintieron de inmediato: dirigentes democristianos en cargos públicos en el Hospital Santo Tomás, como su presidente, el doctor Enríquez Navarro, fueron trasladados al interior. Al juez suplente del Tribunal Tutelar de Menores, Rubén Arosemena Guardia, lo destituyeron. Otros dirigentes corrieron la misma suerte.

Frente a esa persecución tomamos acciones. Tenía 20 años y militaba en la juventud Demócrata Cristiana. Uno de los dirigentes, el profesor Carlos Arellano Lennox, famoso por su participación en la Operación Soberanía de 1958, primera siembra de banderas en la Zona del Canal, planeó la acción e invitó a 40 jóvenes. Nos reunimos en la sede del partido, ubicada al final de la avenida Perú. Decidimos hacer una protesta pacífica de la cual ninguno tenía la más mínima idea qué se haría. Nos advirtieron que no lleváramos dinero y que no dijéramos a nadie. Además de Arellano Lennox, estaban otros dirigentes, el abogado José “Pepe” Salgueiro y el arquitecto Julio Rovi.

Ese 14 de octubre, hace 60 años, caminamos de la sede partidaria en la Avenida Perú al Ministerio de Salud, al lado de Hacienda y Tesoro. Sigilosamente subimos las escaleras al cuarto piso al despacho del ministro Roderick Esquivel, quien no estaba. Nos sentamos pacíficamente en los pasillos. Minutos después llegó un destacamento policial al mando del mayor Ramiro “Pili” Silvera Domínguez, que conocía por ser primo hermano de primos míos. Silvera señaló al profesor Arellano Lennox como el responsable de la acción, contestándole nosotros al unísono “fuimos todos”, “fuimos todos”. Cargados por dos guardias cada uno, fuimos bajados del edificio donde nos colocaron en chotas policiales. Nos trasladaron al cuartel Central en la Avenida A, depositándonos en un frío y desolado salón. Allí nos ficharon. En horas de la madrugada, tras 12 horas, nos trasladaron al Juzgado Nocturno de Policía al lado del Cuartel Central, que servía también como juzgado de tránsito.

El juez Argote, que no era abogado, por órdenes superiores, sin argumentación alguna, nos condenó a 20 días inconmutables. Poco valieron los argumentos del penalista Arosemena Guardia, que señaló que la acción no había causado mal a nadie. En la madrugada nos llevaron a la Cárcel Modelo donde nos metieron a los 25 en tres pequeñas celdas, en las que solo había espacio previsto para 6. Después nuestros familiares nos llevaron cartones para por lo menos poder dormir en el suelo.

Estuvieron conmigo en esa odisea los jóvenes Alberto Arosemena, Raymundo Brathwaite, Guillermo Cedeño, Jaime Jované, José y Demetrio Chen Barría, Ricardo Kraus, Rafael Mezquita, Enoch Adames, Armando Ábrego, Carlos Antonio Gasnell, Porfirio Batista, Nelson Caballero, Gabriel Cedeño, Rodrigo y David Sánchez, Ernesto Muñoz, Esteban Gutiérrez y Luis Emilio Veces.

La Cárcel Modelo no había tenido visitantes tan alborotadores como nosotros. Rezábamos y cantábamos todo el día. La presión ciudadana fue tal que nos dieron libertad después de 7 días. El mismo día 14, habían detenido infraganti a Jenkins Góndola, jefe de la lotería clandestina, en ese entonces conocida como la Bolita. No estuvo preso ni 24 horas, hecho que generó indignación ciudadana. Los poderosos estaban en el juego ilegal y eran socios de Jenkins.

Esa acción, que jamás podré olvidar, ha sido parte de mi vida política. Estuve preso en tiempos de los liberales y también a tres semanas de la invasión me secuestraron junto al panameñista Francisco Artola cuando regresé de Miami y nos encarcelaron en el G2. Así nos forjábamos los políticos de antes.