Agua dulce, futuro vivo; agua salobre, futuro peligroso
- 15/10/2025 00:00
Durante años, la Autoridad del Canal de Panamá (ACP) ha proyectado una imagen de excelencia ambiental. Se presenta como ejemplo de sostenibilidad y gestión responsable. Sin embargo, existe una brecha preocupante entre esta narrativa y la realidad. Mientras se difunden promesas verdes, se descuida lo más esencial, el agua dulce que sostiene al Canal, a los ecosistemas lacustres, a la ciudad de Panamá y a más de un millón de personas.
Como científico, me preocupa que esta crisis se caricaturice. El ruido del dinero no debe silenciar nuestra capacidad de ver lo evidente. Detrás de los informes institucionales hay una realidad inquietante. Los datos de ACP muestran un ecosistema en deterioro. La calidad del agua empeora, la salinidad avanza y la barrera que separó las faunas del Atlántico y el Pacífico se agrieta.
Llama la atención que la ACP, antes de proponer cualquier proyecto nuevo, no haya realizado una evaluación ambiental estratégica de su política de desarrollo y crecimiento a 50 años. Esta omisión genera incertidumbre y muestra una evidente improvisación, o al menos una falta de previsión ambiental. Hoy no solo se habla del embalse y trasvase del río Indio, sino también de un gasoducto, megapuertos y negocios multimodales. En medio de tantos proyectos de evidente impacto ambiental no estudiados a fondo, surge la sospecha de que existe una improvisación ligada a intereses de quienes le hablan al oído a los directivos del Canal.
No son especulaciones. Al menos, desde de 2022, más de dos millones de metros cúbicos de agua salada ingresan cada año al Lago Gatún. Los monitoreos de la ACP lo confirman, aunque su acceso sea limitado. La salinidad ya se detecta por todos lados dentro del sistema dulce. Su presencia señala que el modelo operativo falla. El riesgo real del Canal es ambiental.
Cada tránsito de buques, especialmente en las nuevas esclusas, introduce agua marina en un ecosistema que fue completamente dulce. Cuanto más tráfico, más profundo es el problema de contaminación salina. No es un efecto secundario, es consecuencia directa de un sistema diseñado para mover carga, no para proteger el lago que abastece de agua potable a la población y al ecosistema de agua dulce.
Frente a la crisis, la ACP repite la misma fórmula, proponer más obras sin una visión integral. Hay una omisión grave. Más agua dulce no detiene la intrusión salina. El consumo humano es mínimo comparado con el agua pretendida para lavar las esclusas. La física no se negocia. El agua salada, más densa, se desliza bajo la dulce formando una cuña salina. Aumentar el caudal puede diluirla temporalmente, pero no la elimina, especialmente si más buques inyectan sal constantemente.
Así se crea un círculo vicioso. Más agua para más barcos, más barcos para más sal, más sal que exige aún más agua. Este ciclo favorece al comercio global pero condena al ecosistema.
No solo preocupa la salinización, sino lo que representa. El colapso de una barrera biológica única. Durante más de cien años, el Canal mantuvo separadas miles de especies marinas. Hoy esa muralla se agrieta. Si se rompe, el daño será inmenso e irreversible. Muchos países podrían exigir compensaciones.
Estudios recientes con ADN ambiental confirman lo que los pescadores ya advertían. Corvinas, pargos, jureles y otras especies viven en el corazón del Canal. No son visitantes. Son poblaciones establecidas. Estamos al borde de una migración masiva entre océanos, algo no visto desde que el istmo emergió hace millones de años. Es una prueba científica de la falla ambiental del modelo operativo actual y del riesgo inminente de una fusión biológica entre los dos océanos. Una vez que las especies crucen, podrían ser invasoras y no hay vuelta atrás. Pueden desplazar nativas, alterar cadenas tróficas, colapsar pesquerías y homogenizar ecosistemas únicos.
La sostenibilidad no son informes bien redactados. Es responsabilidad. Como país, como institución, tenemos el deber de proteger las dos cuencas oceánicas que custodiamos. El Canal es una hazaña de ingeniería, pero su legado no puede ser la salinización de un sistema lacustre vital.
La ACP debe dejar de esconderse tras informes técnicos que gritan una emergencia. No basta monitorear. Hay que actuar con coraje y ciencia. Los datos deben ser públicos y actualizados. Se necesitan barreras reales contra la intrusión salina. Hay que revisar el modelo operativo, aunque implique limitar el crecimiento comercial. Y debe reconocerse el riesgo biológico inminente, trabajando con ciencia independiente en estrategias urgentes.
Jugar con el agua sale caro. Nos puede ahogar. Lo que está en juego no es solo el Canal, ni solo Panamá. Es el legado para quienes vendrán después. Un legado de agua dulce, biodiversidad y respeto por la naturaleza.
Si no actuamos, el Canal sostenible será recordado como monumento a una miopía histórica. Que esta pesadilla siga siendo reversible. Que nunca se convierta en irreversible.