25N: Tiempo de sumar a los hombres

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  • 27/11/2025 00:54

La violencia contra las mujeres no es un problema de ellas: es una responsabilidad de todos

Cada 25 de noviembre repetimos cifras, consignas y minutos de silencio. Recordamos a las hermanas Mirabal y su asesinato brutal como símbolo de la lucha continental contra la violencia hacia las mujeres. Sin embargo, año tras año, hay un actor que sigue quedando en la orilla de la conversación: los hombres.

En Panamá, según datos del INAMU, más de 14,500 mujeres han solicitado apoyo por violencia solo este año, y más de 3,000 han requerido medidas de protección. Detrás de cada número hay una vida fracturada, un miedo cotidiano, una libertad recortada. Y, sin embargo, la conversación pública suele girar en torno a lo que las mujeres deben hacer para protegerse, denunciar o resistir. La pregunta incómoda es: ¿y los hombres, dónde estamos en esta historia?

La violencia contra las mujeres no es un problema de ellas: es una responsabilidad de todos los actores sociales. No debería ser un marco para enfrentar y denigrar a los hombres, ni para revictimizar a las mujeres, sino una oportunidad para conciliar, para cerrar brechas y para construir una sociedad más justa. Cuando hablamos de violencia de género solemos enfocarnos en la respuesta: leyes, refugios, líneas de ayuda, medidas de protección. Todo eso es indispensable, pero si no miramos las raíces culturales, solo estamos atendiendo la punta del iceberg. La violencia no nace en un hecho aislado: nace en la cultura, en los chistes, en los silencios, en las jerarquías “normales” que nunca cuestionamos. Y ahí es donde entra la conversación sobre las masculinidades.

El modelo tradicional de “ser hombre” se sostiene sobre un mandato rígido: fortaleza sin fisuras, control sobre los otros, negación de la vulnerabilidad, distancia emocional. Se nos enseña que sentir es debilidad, que ceder espacio es perder poder, que el respeto se impone, no se construye. Ese modelo no solo alimenta desigualdades y violencias hacia las mujeres; también daña profundamente a los propios hombres. Cuando un hombre no puede llorar, hablar de su miedo, reconocer su fracaso o pedir ayuda, está atrapado en una cárcel invisible. Los efectos se sienten en la salud mental, en la dificultad para construir relaciones sanas, en la evasión a través de adicciones, en la imposibilidad de cuidarse y cuidar a otros. Por eso, el 25N no debería ser únicamente una fecha para recordar a las víctimas, sino también para mirarnos al espejo y preguntarnos qué tipo de hombres estamos siendo y qué tipo de hombres estamos formando.

En este tema, el papel de los hombres no puede ser el de espectadores solidarios ni el de “ayudantes” bienintencionados. No se trata de protagonizar, pero tampoco de aplaudir desde la grada. La palabra clave es corresponsabilidad. Ser corresponsables implica revisar lo que hacemos todos los días en nuestros círculos cotidianos: el grupo de amigos, el chat, la oficina, la familia. Suele ser en esos espacios donde se reproducen chistes sexistas, comentarios humillantes, bromas sobre celos y control, y la normalización del acoso. Convertirnos en interruptores de la complicidad significa no reír la “broma” que denigra a una mujer, no justificar el control como “cuidado” y no guardar silencio cuando sabemos que un amigo está cruzando límites. Nuestro silencio también tiene consecuencias.

La corresponsabilidad también pasa por la forma en que escuchamos a las mujeres. La experiencia de muchas cuando hablan de violencia, acoso o desigualdad es la duda sistemática: “¿Estás segura?”, “No será para tanto”, “Algo habrás hecho”. Un compromiso real implica crear espacios donde la palabra de una mujer sea escuchada con respeto, credibilidad y seriedad, donde su voz cuente en la toma de decisiones, en el hogar, en las empresas y en la política. No se trata solo de escuchar, sino de creer, acompañar y actuar.

Hay, además, un trabajo personal ineludible: la deconstrucción consciente. Todos hemos aprendido modelos machistas en la casa, en la escuela, en la calle y en los medios. La cuestión no es si los tenemos, sino qué vamos a hacer con ellos. Deconstruir no es una moda académica, es un proceso cotidiano de revisar cómo ejercemos nuestro rol de hombres en el hogar, en el trabajo y en la comunidad. Implica preguntarnos si asumimos más privilegios que responsabilidades, si realmente compartimos las tareas de cuidado o solo “ayudamos” cuando podemos, si exigimos autoridad solo por ser hombres o si estamos dispuestos a renunciar a ventajas que se sostienen en la desigualdad. No se trata de “ayudar a las mujeres”, sino de reconocer que como hombres somos parte del problema y, por lo tanto, parte imprescindible de la solución.

Este cambio no puede quedarse solo en el ámbito privado. Las instituciones públicas y privadas tienen un rol clave. Los protocolos de prevención y protección no pueden ser documentos decorativos escondidos en una intranet; deben traducirse en canales seguros, confidenciales y creíbles para denunciar violencia y acoso, en procesos claros que protejan a la víctima y no solo a la reputación de la organización, y en evaluaciones periódicas de su eficacia. La cultura organizacional, por su parte, debe reflejar un enfoque real de equidad: licencias de paternidad que no sean simbólicas, programas de formación en corresponsabilidad de cuidados, metas de paridad en liderazgo y toma de decisiones que se entiendan como un requisito de calidad y no como una concesión.

Las empresas, además, tienen un enorme poder simbólico y narrativo. Sus mensajes, campañas y vocerías pueden perpetuar estereotipos o cuestionarlos. Pueden elegir seguir hablando de “ayuda a la mujer” desde una mirada asistencialista o dar un paso adelante y hablar de derechos humanos, de corresponsabilidad masculina y de igualdad como una condición para el desarrollo sostenible. El silencio corporativo también es un mensaje, y hoy es un mensaje que no nos podemos permitir.

Si queremos cambiar las cifras del 25N tenemos que mirar más allá de un día en el calendario. La prevención profunda comienza en la infancia y la adolescencia. A los niños y jóvenes hay que mostrarles, con el ejemplo más que con discursos, que la vulnerabilidad no es debilidad, que cuidar no es una tarea femenina sino un valor humano y que es posible ser hombre sin reproducir la violencia, el control ni el menosprecio hacia lo femenino. La equidad se aprende. El machismo no es un destino: se enseña, se aplaude, se premia... y también puede desaprenderse.

El 25N no debería ser solo un homenaje a la resistencia de las mujeres, sino también un espejo incómodo para nosotros, los hombres. Un espejo que nos recuerde que la paz comienza cuando dejamos de defender el poder y empezamos a defender la vida. Hablar de masculinidades no es atacar a los hombres; es invitarnos a cambiar, a asumir nuestra parte en la historia, a incomodarnos en función de una sociedad más justa, más segura y más humana para todos. Porque mientras los hombres no entremos de lleno en la conversación, la violencia no saldrá de las cifras. Y eso, en pleno siglo XXI, ya no es solo una tragedia: es una irresponsabilidad colectiva.

*El autor es experto en sostenibilidad, género y sociedad, y consultor en sostenibilidad, ASG, desarrollo social y políticas públicas