¿Ahora quién podrá defendernos?

Roberto Barrios | La Estrella de Panamá
  • 19/09/2025 00:00

En enero pasado escribí un artículo titulado La unidad perdida, donde advertía sobre la creciente división entre los sectores sindicales de nuestro país. Me preguntaba entonces: ¿por qué esta fragmentación? ¿Será que el protagonismo mezquino y la ambición de poder han debilitado la unidad de los sectores progresistas?

En un contexto de profundos retos económicos y sociales para la clase trabajadora, la unidad del movimiento obrero era —y sigue siendo— indispensable. Sin embargo, la división ha prevalecido, y con ella, la pérdida de capacidad para enfrentar un sistema que avanza sin oposición real.

Los hechos posteriores lo confirmaron. Organizaciones como SUNTRACS, históricamente combativas, y gremios de educadores que se opusieron a reformas lesivas para los asegurados, fueron objeto de una persecución sistemática por parte del Estado. Se arrestó a dirigentes, algunos debieron exiliarse, y se impusieron medidas extraordinarias como el cierre de cuentas bancarias y cooperativas sindicales. A los docentes, por su parte, se les sancionó con destituciones ilegales y se les obligó a retornar a las aulas bajo coerción.

La demostración de fuerza del gobierno fue efectiva. Hoy no existe un solo sector sindical con presencia activa en las calles. La respuesta institucional fue tan contundente como elocuente: eliminar toda oposición organizada.

Y mientras tanto, la unidad que tanto se proclamaba demostró ser inexistente. Lo que parecía un frente sólido, en muchos casos eran estructuras débiles, incapaces de resistir los embates del poder. Esa falta de cohesión ha causado un daño profundo: sin contrapeso social, el país queda expuesto a decisiones arbitrarias, sin voces fuertes que defiendan los intereses de la mayoría.

Lo más grave es que muchos sectores aún no asimilan la magnitud de lo ocurrido. No hay señales de reorganización ni de autocrítica. Lo que queda es un silencio incómodo. No porque no haya motivos para protestar, sino porque ya no hay fuerza suficiente para hacerlo.

Y entonces, la pregunta es inevitable:

¿Ahora quién podrá defendernos?