Alegrías entre las correcciones pendientes
- 24/11/2025 00:00
No creo que haya un panameño que no siente felicidad por la clasificación directa del equipo nacional al mundial de fútbol 2026. Es una rareza que un evento nos haya hecho sentir a todos lo mismo: felicidad patriótica y esa felicidad nos acompañará por muchos meses hasta la llegada del equipo en tan importante escenario internacional. Mientras eso ocurra debemos continuar el día a día, navegando entre los retos colectivos que afectan el desarrollo positivo de la comunidad.
Hace unos años publiqué algunos párrafos de esta entrega, pero centrado en la premisa de que muchos conciudadanos exigían que nos enfocáramos en lo bueno y dejáramos de quejarnos de lo malo. Eso es imposible dado los graves y enormes retos que sistemas fallidos imponen sobre las sociedades y personas, aquí y en otras latitudes y cuyos problemas nos afectan directa o indirectamente.
Por ejemplo: en los últimos años hemos sido testigos de los cientos de miles de personas que han tenido que emigrar de sus tierras por un deterioro amenazante en sus sistemas sociopolíticos. La ONU señala que a finales del 2024 se contabilizaron 123.2 millones de desplazados en el mundo, muchos en la ruta por Panamá. Son muchos seres humanos y eso no podemos dejarlo a un lado y solo hablar de ‘cosas positivas’.
Pero con la felicidad experimentada desde la noche de la clasificación, si pudiéramos tener certeza de que las correcciones se darán positivamente (justicia, salud, educación, etc.), tendríamos un mejor ambiente para estudiar las posibilidades del ser humano en la búsqueda de mejores oportunidades y de la elusiva felicidad.
El ya fallecido director de teatro Peter Brook, nos dijo en una entrevista de Aurora Intxausti, publicada en El País en el 2016 que: “Nadie sabe qué es el ser humano y las distintas posibilidades que tiene, todos somos fragmentos, es como los rompecabezas para niños. Cada pieza es única, pero importante para llegar a un conjunto. Los problemas profundos que tenemos son los mismos que había al principio de la humanidad y hace cientos de años”.
Esas ‘distintas posibilidades’ que mencionó Brook nos deben llevar a reflexionar en que no hemos hecho lo suficiente por vencer los retos que nos amenazan en este tiempo que vivimos y no conformarnos con que existen desde siempre. Esos que llevan a la gente a tirarse al mar en embarcaciones tan peligrosas, como los desafíos que creen dejar atrás. Tal vez el mayor peligro es nuestra propia parsimonia y el hecho de aceptar las condiciones actuales: ya sea criticándolas o depositando nuestras esperanzas en proyectos políticos inciertos o sencillamente engañosos.
Dice Aurora Intxausti que a Brooks no le gusta ser etiquetado: “Cuando la gente joven me pide consejo, siempre les digo que no crean lo que oigan. (...) Vivimos una era en la que todo se etiqueta para vender. Ser el mejor es una etiqueta comercial...”. Sin embargo, los embusteros, quieren vendernos los remedios de nuestros males. Y todos los días las cosas parecen empeorar.
El dominio de los asuntos públicos por la clase política y económica que no siempre tiene el bienestar de la población como su norte, ha sido evidente en los países en donde los retos son importantes.
Los indicadores en materia de justicia, por ejemplo, o perspectivas reales de desarrollo social y crecimiento de grandes sectores de la sociedad, no llegan ni se vislumbran. Esas desesperanzas llevan a algunos expertos a asegurar que ya somos un Estado fallido; y la displicencia que nos enferma a muchos, radica en que, aunque el director Brook asegura que los problemas profundos son los mismos que teníamos al inicio de la humanidad, nos engañamos al creer que tenemos el nivel intelectual o una conducta superior para corregirlos.
Repito, en medio de la felicidad por el fútbol hay que entender que tenemos sistemas de salud fallidos, de educación fallidos, de seguridad fallidos... de justicia fallidos. El reto histórico es crecer al nivel competitivo que demostró el equipo panameño de fútbol - nivel intelectual - enfocarse, comprometerse con uno mismo, con el equipo y con el país. Sacrificar lo fácil y lo cotidiano. Enfrentar con urgencia y voluntad los “problemas profundos” como los llamó Brooks para corregir la costumbre de perder todo el tiempo.
Si hacemos eso, habrá muchas otras oportunidades y motivos más que el fútbol para salir a la calle a celebrar y sentirnos felices colectivamente.