Comercio y data en 1931
- 17/05/2025 00:00
El tránsito de semilla entre Panamá y el Perú no es nuevo. En 1913, la Legación peruana compró dos sacos de semillas de café para estudiar la resistencia a ciertas plaga En poco más de quince años, con el funcionamiento del Canal, Panamá consolidaba su posición geoestratégica y se le reconocía como un actor regional importante en el contexto de los debates ideológicos que protagonizaba Sudamérica. Su política de tolerancia y respecto a la libertad de pensamiento convirtió al Istmo en el lugar de encuentro donde recalarían los exiliados políticos latinoamericanos de las cuatro primeras décadas del siglo XX, constituyendo así un heterogéneo grupo de disidentes que tenían en común la lucha contra un poder estatal percibido como injusto, desigual y deshumanizante instalado en cada república sudamericana. Sin embargo, Panamá significaba también un centro de negocios donde filiales bancarias eran un poderoso imán para el financiamiento de operaciones de importación y exportación. En el año 1931, varias naciones —entre ellas el Perú— se venían recuperando lentamente del “crack” de 1929 que generó altos picos de desempleo en el Viejo y el Nuevo Continente así como un discurso populista —con componentes xenófobos en algunos casos— de una clase política que, alejándose de sus electores, lucró del Estado. Ante estos desafíos, algunas naciones latinoamericanas apostaron —con diferente nivel de celeridad— por una reconversión de su industria local buscando dotar a sus productos de un mayor valor agregado. Por ello, el acopio de información mercantil se volvió una necesidad y el Perú no fue una excepción. Pronto cada embajada y consulado inca recibió instrucciones para contar con la data suficiente para orientar las acciones exportadoras del entonces Ministerio de Fomento.
Eduardo Garland Roel, jefe de la Legación peruana en Panamá, dedicó una sección de su Informe de Gestión de 1931 a las oportunidades comerciales que presentaba Panamá para el comercio peruano (Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú, Caja 5-20-A,File 1,of.56,1931). Identificó que el arroz tipo carolino que se producía en Chiclayo, ciudad ubicada a 768 kilómetros al norte de Lima, podía cubrir el consumo estacional de la población panameña cada segundo semestre y asimismo que podía venderse sal peruana porque su índice calidad-precio derrotaría a la sal alemana que consumía Panamá y que era más costosa.
Respecto al azúcar, producto en el que Panamá registraba severas carestías por plagas en sus cultivos de aquel año, Garland propuso la exportación de azúcar granulada de las haciendas Cartavio o San Nicolás, localizadas a 610 kilómetros al norte de Lima, y así competir con el que Cuba y Puerto Rico vendían en el istmo. El diplomático peruano se manifestó también partidario de una agresiva exportación de frutas de Ica y Tacna, al sur de Lima (uvas, melones, chirimoyas, sandías) para competir con las que venían de los Estados Unidos.
En aquellos años, el Perú, a través de los yacimientos de la Brea y Pariñas de la estadounidense “International Petroleum Company” (IPC) —que en 1914 había reemplazado a la London Pacific Petroleum Company— exportaba petróleo fino o refinado a Panamá, siendo, en 1931, el segundo mercado de destino. Ello llevó al jefe de la Legación peruana a sugerir que se ampliasen las exportaciones con productos nuevos como aceites para motor y derivados. El informe Garland examina el mercado de productos farmacéuticos panameño y recomienda que el entonces “Laboratorio Maldonado y Compañía” continúen con sus exportaciones de algarrobina vigorizante y pulmol, productos que registraron ventas por $24.000 en 1930.
De otro lado, Garland reporta con satisfacción que la semilla del algodón peruano va camino a copar el mercado panameño. Las exportaciones registran un aumento progresivo de 120.000 kilos en el cuarto trimestre de 1930 ($15.000), 183.000 kilos ($21.000) en el primer trimestre de 1931 a 265.000 kilos ($35.000) en el segundo trimestre de 1931. Añade además que se inició una incipiente aceptación de los sombreros “Jipi-Japa” de pajatoquilla o llamados también “Panama Hat” que vienen siendo producidos en Catacaos y Piura —a 966 kilómetros al norte de Lima— compitiendo con los producidos en Ecuador en las preferencias del público.
El tránsito de semilla entre el istmo y el Perú no es nuevo. En 1913, la Legación peruana compró dos sacos de semillas de café a la “Casa Alvarado y Compañía” para el Ministerio de Fomento que buscaba estudiar la resistencia de la semilla panameña a ciertas plagas (MRE, Caja 646,File 5,of.39,doc.44,1913). Dieciocho años después, Carlos J. Quintero, jefe del Departamento de Agricultura e Industrias de Panamá, pidió muestras de maíz, arroz y frijoles para aclimatarlos al istmo (MRE, Caja 8-39-A,of.20,doc.14796,1931). A diferencia de lo que acontecía con el café, la pepita de algodón peruano de 1931 fue directamente adquirida para la industria manufacturera y de belleza.
Garland cierra su informe señalando que la crianza de caballos de paso peruano viene conquistando nuevos adeptos y que hay una creciente demanda de plata manufacturada para uso suntuario.
Un poco más de noventa años después, la coyuntura internacional actual obliga a mirar con mayor atención el comercio sur-sur.
*El autor es exembajador de Perú en Panamá, Honduras y Guatemala
En poco más de quince años, con el funcionamiento del Canal, Panamá consolidaba su posición geoestratégica y se le reconocía como un actor regional importante en el contexto de los debates ideológicos que protagonizaba Sudamérica. Su política de tolerancia y respecto a la libertad de pensamiento convirtió al Istmo en el lugar de encuentro donde recalarían los exiliados políticos latinoamericanos de las cuatro primeras décadas del siglo XX, constituyendo así un heterogéneo grupo de disidentes que tenían en común la lucha contra un poder estatal percibido como injusto, desigual y deshumanizante instalado en cada república sudamericana. Sin embargo, Panamá significaba también un centro de negocios donde filiales bancarias eran un poderoso imán para el financiamiento de operaciones de importación y exportación. En el año 1931, varias naciones —entre ellas el Perú— se venían recuperando lentamente del “crack” de 1929 que generó altos picos de desempleo en el Viejo y el Nuevo Continente así como un discurso populista —con componentes xenófobos en algunos casos— de una clase política que, alejándose de sus electores, lucró del Estado. Ante estos desafíos, algunas naciones latinoamericanas apostaron —con diferente nivel de celeridad— por una reconversión de su industria local buscando dotar a sus productos de un mayor valor agregado. Por ello, el acopio de información mercantil se volvió una necesidad y el Perú no fue una excepción. Pronto cada embajada y consulado inca recibió instrucciones para contar con la data suficiente para orientar las acciones exportadoras del entonces Ministerio de Fomento.
Eduardo Garland Roel, jefe de la Legación peruana en Panamá, dedicó una sección de su Informe de Gestión de 1931 a las oportunidades comerciales que presentaba Panamá para el comercio peruano (Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú, Caja 5-20-A,File 1,of.56,1931). Identificó que el arroz tipo carolino que se producía en Chiclayo, ciudad ubicada a 768 kilómetros al norte de Lima, podía cubrir el consumo estacional de la población panameña cada segundo semestre y asimismo que podía venderse sal peruana porque su índice calidad-precio derrotaría a la sal alemana que consumía Panamá y que era más costosa.
Respecto al azúcar, producto en el que Panamá registraba severas carestías por plagas en sus cultivos de aquel año, Garland propuso la exportación de azúcar granulada de las haciendas Cartavio o San Nicolás, localizadas a 610 kilómetros al norte de Lima, y así competir con el que Cuba y Puerto Rico vendían en el istmo. El diplomático peruano se manifestó también partidario de una agresiva exportación de frutas de Ica y Tacna, al sur de Lima (uvas, melones, chirimoyas, sandías) para competir con las que venían de los Estados Unidos.
En aquellos años, el Perú, a través de los yacimientos de la Brea y Pariñas de la estadounidense “International Petroleum Company” (IPC) —que en 1914 había reemplazado a la London Pacific Petroleum Company— exportaba petróleo fino o refinado a Panamá, siendo, en 1931, el segundo mercado de destino. Ello llevó al jefe de la Legación peruana a sugerir que se ampliasen las exportaciones con productos nuevos como aceites para motor y derivados. El informe Garland examina el mercado de productos farmacéuticos panameño y recomienda que el entonces “Laboratorio Maldonado y Compañía” continúen con sus exportaciones de algarrobina vigorizante y pulmol, productos que registraron ventas por $24.000 en 1930.
De otro lado, Garland reporta con satisfacción que la semilla del algodón peruano va camino a copar el mercado panameño. Las exportaciones registran un aumento progresivo de 120.000 kilos en el cuarto trimestre de 1930 ($15.000), 183.000 kilos ($21.000) en el primer trimestre de 1931 a 265.000 kilos ($35.000) en el segundo trimestre de 1931. Añade además que se inició una incipiente aceptación de los sombreros “Jipi-Japa” de pajatoquilla o llamados también “Panama Hat” que vienen siendo producidos en Catacaos y Piura —a 966 kilómetros al norte de Lima— compitiendo con los producidos en Ecuador en las preferencias del público.
El tránsito de semilla entre el istmo y el Perú no es nuevo. En 1913, la Legación peruana compró dos sacos de semillas de café a la “Casa Alvarado y Compañía” para el Ministerio de Fomento que buscaba estudiar la resistencia de la semilla panameña a ciertas plagas (MRE, Caja 646,File 5,of.39,doc.44,1913). Dieciocho años después, Carlos J. Quintero, jefe del Departamento de Agricultura e Industrias de Panamá, pidió muestras de maíz, arroz y frijoles para aclimatarlos al istmo (MRE, Caja 8-39-A,of.20,doc.14796,1931). A diferencia de lo que acontecía con el café, la pepita de algodón peruano de 1931 fue directamente adquirida para la industria manufacturera y de belleza.
Garland cierra su informe señalando que la crianza de caballos de paso peruano viene conquistando nuevos adeptos y que hay una creciente demanda de plata manufacturada para uso suntuario.
Un poco más de noventa años después, la coyuntura internacional actual obliga a mirar con mayor atención el comercio sur-sur.