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Comunicación estratégica en tiempos de desinformación

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  • 08/06/2025 00:00

En un mundo saturado de mensajes, donde reina la confusión y la desinformación, comunicar desde el Estado exige mucho más que emitir boletines o notas de prensa. Hoy, lo que realmente marca la diferencia es cómo se dice, desde dónde se dice y con qué propósito se dice. En este contexto, dos conceptos fundamentales se imponen como guía para cualquier comunicador público: claridad y empatía.

Este artículo no busca promover ni criticar lo que se está haciendo en la región, más bien, se propone como una guía de referencia para quienes tienen en sus manos la gran responsabilidad de comunicar en nombre del Estado. En tiempos complejos, los comunicadores públicos tienen también una oportunidad dorada: reconstruir confianza, explicar con sencillez y generar conexión emocional con la ciudadanía.

Comunicar desde una institución pública no significa simplemente informar, significa traducir ideas, políticas, regulaciones y decisiones complejas a un lenguaje que la gente entienda y sienta como propio. Un decreto puede ser legalmente impecable, pero si no se comunica con claridad será percibido como lejano, confuso, o incluso amenazante.

El rol del estratega de comunicación no es solo ser un redactor o vocero, es ser ese traductor, ese constructor de puentes entre la lógica institucional y la percepción ciudadana. Y en ese proceso, las herramientas más poderosas no son solo los datos, sino la empatía y la narrativa.

Hablar desde el poder implica una enorme responsabilidad: no basta con tener la razón, hay que saber decirla. La empatía es clave para conectar con las emociones, necesidades y realidades del ciudadano. Significa ponerse en su lugar antes de emitir un mensaje, anticipar cómo será recibido, comprender que muchas veces el problema no es lo que se dice, sino cómo se percibe.

Desde mi experiencia personal puedo decir que esto no es teoría. Lo viví durante la pandemia cuando asumí la tarea de mantener a la población de Guatemala dentro de sus casas en un momento en que el encierro había generado molestia y agotamiento social. Las órdenes y cifras ya no eran suficientes. Decidimos entonces diseñar una campaña que apelara al orgullo nacional y al sentido de pertenencia. Produjimos videos musicales que mostraban los sitios turísticos más representativos del país, con música que incorporaba sutilmente elementos autóctonos de Guatemala. El mensaje era simple y emocional: “Guatemala te espera. Sus maravillas seguirán allí. Juntos saldremos adelante”. El impacto fue notable. A través del arte, la identidad y la emoción, logramos lo que no se había logrado con cifras: conexión real.

Hoy, diferentes líderes aplican sus propias fórmulas para conectar con sus pueblos. El caso de Nayib Bukele en El Salvador es uno de los más estudiados. Su estilo directo, visual y emocional ha transformado la comunicación gubernamental. Usa redes sociales como canal principal, eliminando intermediarios. Su narrativa es clara, simple y eficaz, habla como la gente, sin adornos ni tecnicismos. Ha logrado crear una percepción de cercanía y acción inmediata.

En contraste, la presidenta Claudia Sheinbaum en México adopta un tono más institucional pero igualmente empático. Su discurso busca continuidad con el proyecto social de su antecesor, pero lo transmite con mayor tecnicismo y serenidad. Explica, no impone, conecta, pero con responsabilidad.

Y desde una perspectiva distinta, el expresidente Donald Trump en Estados Unidos representa una comunicación sin filtros, cargada de claridad emocional y polarización. Su estilo no busca convencer a todos, sino afianzar a su base. Utiliza un lenguaje simple, repetitivo y confrontacional. Más allá de juicios políticos, su éxito comunicacional demuestra que el mensaje directo y emocional puede ser una herramienta poderosa para movilizar a grandes sectores.

Estos ejemplos muestran que el éxito de la comunicación no está solo en los formatos, sino en la inteligencia emocional aplicada a la estrategia. Hoy, el comunicador estatal no puede ser solo un técnico o un creativo, debe ser un analista del contexto, un lector del humor social, un puente entre lo institucional y lo humano.

Debe entender de redes, opinión pública, coyuntura, narrativa, cultura, percepción. Debe saber cuándo explicar, cuándo emocionar y cuándo guardar silencio. Su trabajo es alinear la percepción pública con la intención del mensaje, anticipar crisis y construir confianza con cada palabra.

Porque cuando se comunica desde el poder, cada palabra pesa. Cada silencio también. En un entorno de ruido, la claridad es poder, y en tiempos de desconfianza, la empatía es liderazgo.

Quienes comunican desde el Estado tienen hoy una misión estratégica: hacer que la verdad sea comprensible, que las decisiones tengan rostro humano y que la voz institucional no sea lejana, sino cercana. No basta con informar, hay que conectar.

Y para eso, se necesita mucho más que habilidad técnica. Se necesita visión, sensibilidad y compromiso con el bien común.

*El auto es consultor de comunicación estratégica