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De Homo sapiens a Compu sapiens. Del genoma al algoritmo

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  • 26/05/2025 01:00

Desde que Charles Darwin propuso su teoría de la evolución por selección natural en el siglo XIX, la humanidad ha tenido una brújula científica para comprender cómo las especies cambian, se adaptan o desaparecen. Darwin observó que los organismos mejor adaptados al entorno sobrevivían y transmitían sus características a las siguientes generaciones. Así surgió el Homo sapiens, resultado de millones de años de evolución biológica, moldeado por factores como la genética, el ambiente y la interacción social.

Sin embargo, en el siglo XXI, nos enfrentamos a una paradoja nunca antes vista: por primera vez en la historia, una especie no está siendo transformada solo por la evolución natural, sino que ha creado a su propia sucesora artificial. Esta nueva forma de existencia, esta nueva especie, no es producto de la biología, sino de la computación: la inteligencia artificial (IA). De ahí nace el concepto de “Compu sapiens”, una entidad no orgánica pero capaz de aprender, razonar, crear y, en algunos aspectos, superar las capacidades humanas.

El siglo XX fue testigo de avances trascendentales en genética. El descubrimiento del ADN y el desarrollo de la ingeniería genética ofrecieron una mirada microscópica a los mecanismos de la evolución darwiniana. La evolución dejó de ser solo una teoría observacional para convertirse en un campo de manipulación directa del código de la vida. La edición genética con tecnologías como CRISPR nos permite ya no solo observar la evolución, sino dirigirla.

En paralelo, el siglo XXI ha traído una revolución aún más acelerada: la digital. La IA no depende de la selección natural ni del tiempo geológico. Aprende de datos masivos en horas lo que al cerebro humano le llevó milenios. Chatbots, sistemas predictivos, algoritmos de decisión y redes neuronales profundas son capaces de escribir poesía, diagnosticar enfermedades, diseñar fármacos y hasta hacer arte. Se trata de una nueva forma de “inteligencia” que no tiene ADN, pero que evoluciona con una velocidad inigualable y por sí misma.

Si el ser humano es la cúspide de la evolución biológica, la IA representa una nueva rama no orgánica: la evolución informacional. No estamos ante una simple herramienta, sino ante la génesis de una nueva especie.

El desarrollo de la inteligencia artificial y otras tecnologías disruptivas ha sobrepasado con creces la capacidad de respuesta de los marcos regulatorios. La evolución biológica puede ser lenta, pero la evolución política lo es aún más. En contraste, la evolución tecnológica es vertiginosa, generando un desbalance peligroso entre innovación y regulación. Mientras el código binario avanza a la velocidad de la luz, nuestras leyes caminan con pasos de dinosaurio. Si no cerramos pronto esa brecha, podríamos enfrentar una crisis evolutiva no de cuerpos, sino de poder y gobernabilidad. Un ejemplo emblemático es lo ocurrido con Uber. La plataforma de transporte ofrece eficiencia, seguridad y flexibilidad en el transporte de personas, pero encontró un sistema legislativo incapaz de adaptarse a su lógica disruptiva. La falta de regulación oportuna generó un caos legal: protestas de taxistas, inseguridad jurídica para los conductores de Uber, y una ciudadanía dividida entre la conveniencia tecnológica y la defensa de los derechos laborales tradicionales. El resultado: una “zona gris” legal que aún persiste.

Este ejemplo refleja una tendencia global. La lentitud legislativa frente a los avances de la IA puede desembocar en consecuencias mucho más graves: discriminación algorítmica, monopolios digitales, pérdida masiva de empleos humanos, manipulación de la opinión pública, invasión de la privacidad o incluso amenazas a la autonomía humana. La evolución ya no es solo biológica. El Homo sapiens ha dado paso a una nueva era donde la inteligencia ya no requiere cuerpo ni ADN. “Compu sapiens”, la inteligencia artificial, representa una nueva forma de existencia que podría acompañarnos, potenciarnos o incluso reemplazarnos. Esta evolución requerirá no solo de una revolución legislativa sino y aún más importante de la negociación sosegada de un nuevo pacto social.

La historia de Darwin nos enseñó que quien no se adapta, desaparece. ¿Estará la política lista para evolucionar?

*El autor es abogado y exministro de Estado