Decodificando valores: el síndrome del hubris
- 21/08/2025 00:00
La decisión del vecino parlamento salvadoreño sobre permitir la reelección indefinida no me sorprendió. El mundo político en general se encuentra en retroceso evaluando más a los demagogos con un talento retórico y proyección nacionalista sobre quienes en realidad valoran y respetan a los derechos de todos los ciudadanos (y no solo una parte). En muchas ocasiones, incluyendo en Panamá, se han detenido las ambiciones de políticos de perpetuar o ampliar su poder, entendiendo como afecta negativamente a una persona una prolongada posición con poder. El congreso estadounidense, por ejemplo, limitó a finales de los años cuarenta la candencia presidencial a dos. O sea, un presidente podrá servir un máximo de 10 años (en el caso tomé posesión por sucesión por menos de 2 años). Esto pasó justo después de que uno de sus presidentes, Franklin Roosevelt, fuera elegido 4 veces y después de que prepotentes dictadores europeos iniciaran una de las más crueles guerras en la historia humana, cayendo ellos mismos en su intento imperialista.
El síndrome del hubris, o sea, la extrema arrogancia en un puesto de poder, pervierte la capacidad de la persona de tomar decisiones racionales o pragmáticas. Este síndrome siempre ha existido, pero ahora ciertas sociedades lo están difundiendo al valorar más a la popularidad que a la justicia. Así se han etiquetado a “asesinos sexys” o “carismáticos delincuentes”, considerando de “aburridos” a quienes solo promueven soluciones prácticas para mejorar la calidad de vida para todos.
El hubris era conocido en la tragedia griega como la arrogancia que hace caer al líder. Modernamente fue propuesto por el neurólogo británico David Owen y el psiquiatra Jonathan Davidson, explicando como una persona poderosa se “intoxica” al punto de que afecta su moralidad y capacidad racional al sentir que su identidad y autoestima dependen de esa posición social o profesional. Para mantenerlo, ellos harán todo en su poder, incluyendo calamidades a sí mismos o a aquellos a su alrededor. Ellos crearán estragos, ya sea con conflictos (¿qué es mejor que un enemigo común?), con la delincuencia o tomándose riesgos innecesarios. Políticos, funcionarios o artistas actúan de forma engreída distorsionando su escala de valores sintiéndose invencibles, cometiendo crímenes sin ser culpados, descubiertos u otros comportamientos inmorales, tal como un CEO que se arriesga a ser descubierto asistiendo a un concierto musical con su amante.
Si la mayoría de nosotros se “desgasta” en ciertas posiciones después de años ejerciéndola, ya sea por cansancio o aburrimiento, el hubris la mantiene. Así los mejores demagogos modernos, más astutos que un enamorado CEO, han aprendido de los errores del pasado perpetuando su control con métodos más sofisticados: una mejor propaganda, más control sobre los demás, y sobre los medios de comunicación en masa, un mejor monitoreo de sus opositores, implementando también las tradicionales herramientas del pasado como amenazas, intimación y violencia.
Entre los ejemplos más recientes: en marzo del 2024, Putin fue “elegido” nuevamente con un 88% de la votación; en mayo del 2023, en Turquía, Erdogan fue elegido con el 52%; en julio del 2024, un 50% de los iraníes “votaron” por un presidente con el 53% de los votos y así otros más. Aun en la más democrática, Israel, Netanyahu se aferra al poder, perpetuando una guerra y permitiendo el libre albedrío de extremistas en su gobierno, con tal de no abandonar “la silla”. Además del hubris, su aferro al poder le permite dilatar sus juicios por corrupción.
El mayor problema no es la demagogia, sino las sociedades que lo permiten al valorar más al talento retórico que a los valores éticos y morales. Opino que el trauma de la pandemia, junto a un creciente temor sobre las avanzadas tecnologías, están causando un sentimiento de desestabilidad tan grave que motiva al ciudadano promedio a apoyar a quienes prometen estabilidad, aun cuando esta promesa sea falsa o no esté alineada con sus propios valores. También los avances en las comunicaciones, liderados por las redes sociales, contribuyen a este anhelo por un ambiente más estable y familiar, como dice el dicho “mejor diablo conocido que ángel por conocer”. Es posible que este conformismo nos cause daño al coronar a corruptos y carismáticos líderes arrogantes. ¿Por qué justo ahora se inició en los estados unidos una injusta persecución de inmigrantes y no en su primera administración? Esta decisión es más hubris que práctica, pues, su deportación perjudicará justo a quienes apoyan a esta política xenofóbica. En vez de entender esta absurda contradicción, muchos ciudadanos la apoyan, pues, se alinea con la política de identidades de quien la promociona. En resumen, creo que existe una enfermiza y peligrosa simbiosis entre los pocos extremistas y extrovertidos demagogos y entre una gran parte de la población que valoriza más a un sentimiento de orgullo que una mejora pragmática en las vidas de todos sus compatriotas.