Decodificando valores: ¿qué nos motiva?
- 17/05/2025 00:00
Con tantas personas actuando de forma irracional en el mundo, apoyando a terroristas o compartiendo su intimidad en las redes sociales, me pregunto qué realmente los motiva. En general, ¿qué nos motiva a hacer cualquier cosa?
En 1943, el psicólogo Abraham Maslow publicó por primera vez su teoría sobre la jerarquía de necesidades, ampliándola luego en su libro Motivación y personalidad. A pesar de sus innovadoras ideas, Maslow confundió entre necesidad y motivación. No es una motivación respirar o una necesidad la intimidad sexual. Maslow combinó erróneamente entre lo obligatorio para subsistir como aire y agua, y entre lo ideal, pero no necesario, como el refugio, amor o respeto. Su teoría no refleja verdaderamente lo que nos motiva a actuar.
Faltantes necesidades fisiológicas motivan: haremos lo necesario para conseguir aire o comida sin importar nuestra seguridad o estima, hasta cometiendo crímenes, por más morales que seamos. La seguridad que Maslow describe como una necesidad, mucha gente vive hoy sin ella, en barriadas peligrosas o en guerra. Muchos viven sin salud (otro concepto ambiguo), sin poder remediarlo. Pero un enfermo, paralizado o en silla de ruedas, todavía puede hacer deportes o investigar agujeros negros al estilo de Stephen Hawking. Maslow también define en su pirámide una errónea dependencia entre las “necesidades”: para conseguir estima se necesita amor, y para una autorrealización, la estima.
A diagram of feelings and opinions AI-generated content may be incorrect. Entonces, ¿qué de verdad nos motiva? Opino que luego de satisfacer a las necesidades fisiológicas básicas, como es el caso con la mayoría de nosotros, las personas actúan en una jerarquía no como la de la famosa pirámide, sino como en una cebolla: en el recóndito centro nos motivan los impulsos o anhelos, luego los sentimientos y en la capa exterior, la más visible, los intereses.
La mejor definición de este centro es en inglés “urge”, como en “urgencia”, traducida al español como anhelo o deseo, lo que suena como un sueño. Tampoco el impulso es exacto, pues sugiere algo repentino, no calculado. Aunque sí creo que esta categoría incluye todos estos conceptos, considero que también es primitivo e innato, más fuerte que la lógica y los sentimientos, inexplicable y caprichosa.
Para efectos prácticos, llamaría a este centro emocional un “profundo anhelo”, como lo que sentimos al enamorarnos (y no al amar) o al perseguir un sueño práctico futuro (y no un afán como asistir a un concierto de Coldplay). Este anhelo es una aspiración íntima e incontrolable de la que no podemos dejar de pensar, aunque pasen los años, por más que sea inalcanzable o hasta nos haga daño, con el potencial de obsesionarnos y enloquecernos. Este anhelo motiva a muchos a trabajar sin descanso o perseguir a un pretendiente prohibido sin importar las consecuencias. Por ella engañan, mienten, destruyen y autodestruyen.
Dudo si esta sensación comienza en la mente o con la química del cuerpo, la dopamina y la oxitocina. Creo que es una combinación, pues actuamos aún cansados, casados o que la atracción no sea recíproca. Este profundo anhelo nos atrae los unos a los otros (no solo románticamente), nos motiva a vivir más intensamente, a crear arte, y a perseguir ese sueño casi imposible de abrir un restaurante, escalar una montaña o escribir un libro.
Este anhelo es tan poderoso que nos brinda un gran placer, una catarsis al conseguirlo, aunque nos perjudique, como en una incontrolable adicción. De una forma u otra, justificamos estos anhelos con los sentimientos, como amor y odio. No buscamos venganza para evitar que la falta se repita, sino que “odiamos”. No cohabitamos con alguien para reproducirnos, sino que “amamos”. Los sentimientos proporcionan una justificación al profundo anhelo como una vela que permite al velero navegar.
Pero los sentimientos son difíciles de entender y procesar, así los envolvemos en intereses. Actuamos para conseguir dinero, aun sabiendo que no es la meta, como tampoco las posesiones que compremos. Lo que compra el dinero, al final, es una satisfacción, una mejor posición o experiencia social. Podemos pensar que trabajamos para satisfacer necesidades básicas como comida y asilo, pero muchos millonarios no viven en palacios, mientras la clase media vive en viviendas más caras de las que puede costearse, reflejando más su estado mental que bancario.
Así, si cree usted que no entiende sus propias acciones o las de otro, trate de entender a ese profundo anhelo. ¿Cuál es? Cuídese de valorar palabras, las encubridoras de una verdadera motivación, de un sentimiento negativo, como la vergüenza. Pocos confesarán a una realidad como la de “ayudo a los demás para sentirme mejor conmigo mismo” o “miento e insulto para poder lidiar con mi baja autoestima”.
Para entender qué motiva a una persona, no podemos confiar en sus intereses, como tampoco en lo que exponen en las redes sociales o cómo expresan sus sentimientos. Para verdaderamente saber, debemos examinar a sus escondidos y profundos anhelos. Solo personas con una íntima conexión consigo misma pueden reconocer que de verdad anhelan y los motiva a actuar.