Desigualdad extrema: amenaza global
- 12/11/2025 00:00
El Dr. Russell Hancock, un defensor del regionalismo, líder cívico e impulsor de la participación comunitaria, señaló en septiembre pasado en un artículo publicado en el sitio Web Wired, que las cifras sobre el coeficiente de Gini (medida de desigualdad económica utilizada por el Banco Mundial) en el contexto de Silicon Valley. Allí evidencia un salto de 30 a 83 desde los años 90 a la actualidad, funcionando como un espejo de la realidad global, cada vez más preocupante.
La cifra específica de 83 es tan alta, incluso, para los países más desiguales del mundo, que Hancock sugiere que estas condiciones de desigualdad extrema son similares a las que llevaron a la Revolución Francesa, donde la creciente disparidad económica entre clases sociales provocó un fuerte descontento y, finalmente, un cambio radical en el orden social y político. El mensaje central de Hancock resuena con la realidad histórica innegable: la desigualdad económica extrema es un polvorín social.
Este aumento significativo en el coeficiente Gini, indica una creciente concentración de la riqueza en manos de las élites y una merma en la participación de los estratos más bajos, afectando la prosperidad general; tendencia que viene afectando en las últimas décadas a la población global.
Por lo tanto, la desigualdad extrema no es solo un problema económico es, fundamentalmente, una crisis política global que lleva a una serie de problemas que tienen cada vez más repercusiones en las democracias. Por ejemplo, se erosiona la confianza en las instituciones democráticas y en el sistema económico, percibido como manipulado en favor de los poderosos.
Esto alimenta el populismo y la polarización política, donde las narrativas de “ellos contra nosotros” encuentran un terreno fértil en el resentimiento de la población, llevándola a buscar soluciones radicales ante un statu quo que no les funciona.
Por otra parte, vemos que los tecnofeudalistas actuales han avanzado en la capturando el Estado, pues el capital concentrado se traduce en poder político. Las élites tecnológicas/económicas ejercen una influencia desproporcionada en la formulación de políticas públicas (fiscales, laborales, regulatorias), asegurando la perpetuación de su riqueza y la reducción de las oportunidades para el resto de la población. Esto consolida un círculo vicioso de desigualdad.
Todo lo anterior está generando una inestabilidad social y, tal como lo advierte Hancock al evocar la Revolución Francesa, la frustración y el descontento de las masas empobrecidas o estancadas, especialmente cuando perciben que el sistema es injusto, pueden desembocar en protestas masivas, disturbios, e incluso, revoluciones o colapsos democráticos.
La advertencia del Dr. Russell Hancock, si bien se centra en la asombrosa brecha en el centro de la innovación mundial (Silicon Valley), resalta la necesidad de un enfoque proactivo. Él plantea que hay que desarrollar el regionalismo, con el cual se puede combatir este fenómeno de la desigualdad, pero que se requiere de la acción de gobiernos e instituciones para redistribuir los recursos de manera más equitativa.
Para ello, plantea una política fiscal progresiva, con impuestos a la renta y a la riqueza más justos y progresivos, acompañado de una inversión social que fortalezca la educación pública, la atención sanitaria y la protección social para garantizar un piso de bienestar y oportunidades para todos.
Lo anterior debe ir complementado con salarios dignos y sindicación. Es decir, políticas que aseguren que los salarios crezcan a la par de la productividad y que permitan a los trabajadores negociar colectivamente.
La estabilidad económica y la paz social del siglo XXI dependen de la capacidad para reducir la brecha de Gini. Ignorar esta métrica es ignorar la historia y arriesgarnos a un futuro de profunda y peligrosa inestabilidad. Esta desigualdad se ha venido acelerando en los últimos 20 - 30 años y, el epicentro se ha centrado, justamente en el desarrollo de lo que suponían haría la vida más fácil a los humanos, ayudando a mejores oportunidades, individuales y colectivas, la tecnología.
Según Rob Reich, profesor de ética social de la ciencia y la tecnología en Stanford, “un número extraordinariamente pequeño de multimillonarios que controlan el ecosistema de la información se han aliado con el poder político más trascendental y temible del mundo... Nunca antes en la historia se habían combinado estas dos cosas”.
Si los líderes de los gobiernos se siguen hipotecando ante los tecnofeudalistas, ellos mismos corren el riesgo de desaparecer. Es momento de que se norme ética y legalmente el desarrollo de la Inteligencia Artificial, la cual es el internet y la tecnología con esteroides, y ya se sabe que los esteroides, no son buenos para la salud del humano.