Diez deseos de Navidad para la política que viene
- 24/12/2025 00:00
Diciembre suele ser un mes propicio para el balance, pero también para el deseo. En política, sin embargo, los deseos suelen confundirse con ingenuidad. Aun así, en un contexto marcado por la fatiga democrática, la polarización permanente y el uso instrumental de la tecnología, formular una lista de deseos no es un acto de optimismo vacío, sino un ejercicio de responsabilidad cívica. Pensar qué tipo de política queremos es, en sí mismo, una forma de acción.
El primer deseo, es recuperar la integridad como activo político. No basta con cumplir la ley; la política contemporánea exige coherencia entre lo que se hace y lo que se proyecta. En sociedades saturadas de información, la percepción importa tanto como la acción. La desconfianza ciudadana no nace solo de los escándalos, sino de la sensación de que el poder opera en una lógica opaca y autorreferencial. Sin integridad visible, no hay legitimidad sostenible.
El segundo deseo, apunta a una comunicación política menos ruidosa y más útil. Durante años se ha privilegiado la viralidad sobre la claridad, el impacto emocional sobre la explicación, la consigna sobre la solución. El resultado es un debate público empobrecido, donde se gana atención, pero se pierde sentido. Comunicar políticamente debería volver a significar, explicar, priorizar y, asumir costos; no únicamente movilizar emociones primarias.
Un tercer deseo, es revalorizar la investigación social y la evidencia. La política ha confundido datos con conocimiento. Medir no es comprender, segmentar no es escuchar. Las decisiones estratégicas (tanto en campaña como en gobierno) requieren diagnóstico profundo, no solo métricas de interacción. Sin investigación rigurosa, la política se convierte en intuición amplificada por algoritmos.
El cuarto deseo, es poner límites éticos al poder de las plataformas tecnológicas. La concentración de datos, la atención y capacidad de influencia en manos de unas pocas corporaciones plantea un desafío estructural a la democracia. No se trata de demonizar la tecnología, sino de reconocer que su arquitectura actual condiciona el debate público, la competencia política y la autonomía ciudadana. Regular no es censurar; es equilibrar poder.
El quinto deseo, es necesario reconstruir narrativas que cohesionen. La política basada exclusivamente en identidades fragmentadas y microsegmentación electoral puede ser eficaz a corto plazo, pero es corrosiva a largo plazo. Las democracias necesitan relatos compartidos, mínimos comunes que permitan convivir en la diferencia. Sin ellos, la política se transforma en una suma de nichos inconexos.
El sexto deseo, es fortalecer la resiliencia democrática. Esto implica partidos más sólidos, instituciones con credibilidad y ciudadanos menos espectadores y más participantes. La democracia no colapsa solo por golpes externos; se erosiona cuando deja de ser significativa para quienes la sostienen.
Séptimo deseo, un compromiso serio contra la desigualdad extrema la cual no es solo un dato económico; es la mayor amenaza para la estabilidad democrática. Deseo que el sistema político entienda que, si la riqueza pública sigue empobreciéndose mientras la privada se concentra de forma obscena, la implosión es inevitable. Deseo políticas que prioricen lo público como un derecho humano, no como un negocio.
Octavo deseo, es la profesionalización frente al populismo, que la política recupere su dignidad a través de la formación. Las campañas deben dejar de parecer circos de egos y empezar a funcionar como estructuras ágiles, éticas y tecnificadas. Mi deseo es que el “hacer política” vuelva a ser sinónimo de servicio y no de supervivencia personal.
El noveno deseo, es que el liderazgo tradicional deje de subestimar las protestas de las nuevas generaciones. Como he sostenido, la Generación Z no es una “voz incómoda” por capricho; es una cuarta parte de la población que exige ser entendida. Mi deseo es que los gobernantes cambien la descalificación por la escucha activa. Ignorar estas demandas no es solo un error ético, es un suicidio político a largo plazo.
Finalmente, el deseo número diez, el más simple (y quizá el más difícil) es que la política recuerde su razón de ser: servir a los ciudadanos. No administrar su miedo, no explotar su enojo, no tratarlos como audiencias cautivas. Servirlos con decisiones imperfectas, pero honestas; con liderazgo responsable, no efectista.
Tal vez esta lista no se cumpla en su totalidad. Pero formularla es una forma de marcar límites, de señalar horizontes y de recordar que la política no está condenada a ser lo que hoy es. También puede ser (si así se decide) un espacio de sentido, responsabilidad y futuro compartido.
Una muy feliz navidad, y que el 2026 sea un gran año para todos.
Recuerden, sean felices.