Columnistas

Dios necesita nuestra ayuda

En otras palabras, Dios ya está en cada uno, pero necesita de nuestra ayuda. ODD ANDERSEN | AFP
  • 03/05/2025 00:00

Muchas personas miran al cielo y elevan una queja profunda a Dios: ¿por qué no actúas? ¿Por qué no curas a ese niño, por qué no defiendes a esa víctima de injusticias, por qué no detienes esa guerra, por qué permites que se inicie una nueva hambruna?

En medio del drama de la Segunda Guerra Mundial, y ante la persecución de su pueblo, una joven hebrea, Etty Hillesum, se pone ante esas preguntas y ofrece una respuesta que, en cierto modo, ayuda a repensar nuestro modo de ver las cosas.

Se inicia una página de su diario (12 de julio de 1942) con estas palabras:

“Corren malos tiempos, Dios mío. Esta noche me ocurrió algo por primera vez: estaba desvelada, con los ojos ardientes en la oscuridad y veía imágenes del sufrimiento humano. Dios, te prometo una cosa: no haré que mis preocupaciones por el futuro pesen como un lastre en el día de hoy, aunque para eso se necesita una cierta práctica”.

Luego parece hacer suyo, sin citarlo, el consejo de Jesús en el Sermón de la Montaña (Mt 6,25-34) que nos invita a vivir preocupados solo por el día presente, con plena confianza en Dios:

“Cada día es en sí mismo suficiente. Te ayudaré, Dios, para que no me abandones, pero no puedo asegurarte nada por anticipado. Solo una cosa es para mí cada vez más evidente: que tú no puedes ayudarnos, que debemos ayudarte a ti y así nos ayudaremos a nosotros mismos”.

Una de esas afirmaciones parece sorprendente: ¿Dios no puede ayudarnos? La frase se puede interpretar de muchas maneras, pues para un cristiano Dios nos ayuda siempre. Pero parece que Etty ve que la ayuda de Dios es posible cuando nos ayudamos unos a otros. Así sigue su diario:

“Es lo único que tiene importancia en estos tiempos, Dios: salvar un fragmento de ti en nosotros. Tal vez así podamos hacer algo por resucitarte en los corazones desolados de la gente. Sí, mi Señor, parece ser que tú tampoco puedes cambiar mucho las circunstancias; al fin y al cabo pertenecen a esta vida”.

La frase que sigue da un vuelco al modo de verlo todo:

“No te exijo responsabilidades, tú nos las podrás exigir más adelante a nosotros. Y con cada latido del corazón tengo más claro que tú no nos puedes ayudar, sino que debemos ayudarte nosotros a ti y que tenemos que defender hasta el final el lugar que ocupas en nuestro interior”.

En otras palabras, Dios ya está en cada uno, pero necesita de nuestra ayuda. Una ayuda sencilla: consiste en vigilar para que Dios no “escape”, no desaparezca, no quede ahogado por nuestros miedos, angustias, ambiciones.

Solo cuando “ayudamos a Dios”, cuando lo defendemos en nuestro interior, algo cambia en el mundo.

Quizá externamente resuenan las amenazas de los verdugos, mientras los sufrimientos doblegan a tantos inocentes. Pero cuando un corazón conserva dentro a Dios, entonces una esperanza brilla en las tinieblas, porque alguien trabaja por ayudar a Dios al servir a sus hermanos...

*El autor es profesor de filosofía