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El costo de la oportunidad

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  • 05/07/2025 00:00

Cada vez que tomamos una decisión, cerramos las manos alrededor de algo. En ese mismo momento dejamos escapar otra cosa, pues nuestras manos están ocupadas. Ojalá, aquello a lo que decidimos aferrarnos nos traiga los mejores resultados, con respecto a la meta que nos hemos planteado como personas. Una escalera, si queremos subir. Un vaso de agua, si tenemos sed. Eso es en casos ideales. Pero no siempre sucede así en la vida. Tal vez, en un apuro, agarramos una escalera muy corta, o el vaso que tomamos no contenga agua, sino algo desagradable. En esos casos, no solo perdimos nuestro tiempo y esfuerzo, sino que tenemos que volver a empezar a buscar lo que nos ayude a alcanzar nuestra meta. Ese es el costo de la oportunidad. Se toma una decisión, pero se pierden las otras opciones.

No existe una fórmula para tomar siempre las decisiones acertadas. Errar es parte del proceso. Suena paradójico, pero la victoria no nos enseña nada. O al menos no a mí. Lo que he aprendido, si es que algo realmente se puede apresar en la extensión de nuestra mente, lo aprendí del fracaso. Y créame, amigo lector, estoy en un curso intensivo de aprendizaje.

Y así como sucede con el individuo, sucede con el órgano colectivo que es la sociedad. El proceso se vuelve infinitamente más complejo porque cada resultado individual se vuelve ahora parte de un sistema mayor. Cada individuo se vuelve una célula del órgano social. ¡Qué lío! Si nos cuesta acertar individualmente, cuanto más complicado es acertar como sociedad. Y con cada fallo, perdemos oportunidades.

Nuestro país debería conocer ya el costo de la oportunidad, pues lo ha venido pagando desde hace décadas. Hemos venido eligiendo, como colectivo, a gente que se supone va a administrar la nave común del Estado, de la mejor manera. Pero muy pronto, la curva del aprendizaje social nos aparta más de la norma, y notamos que seguimos alejándonos del país que deseamos tener, y terminamos con el país que nos tocó, y que, en una retórica errónea de meritocracia, nos hacen ver que es el “país que nos merecemos”. No es el país que nos merecemos. Es el país que el sistema nos impone.

Esas malas elecciones que cada lustro nos apartan de la estabilidad económica que nuestra posición geográfica puede alcanzar, sobradamente, son el costo de nuestra oportunidad como país.

Decíamos que al elegir algo dejamos otra cosa escapar. Sabemos ya qué elegimos, con mucho pesar. Hemos venido eligiendo gente que confunde el sistema y lo interpreta como la antítesis de lo que debe ser. Al escuchar frases bravuconas como “a mí me pusieron aquí para gobernar”, no puedo más que sorprenderme del error de razonamiento. La parte de que los pusieron es correcta. Pero el motivo razonado es un error. Los que son investidos, lo son para administrar con transparencia y consenso, no para “rofear” al pueblo. Son servidores públicos, no reyes.

Indagando un poquito en nuestra historia, que el pésimo sistema de educación está dejando desaparecer ‘by the way’, vemos con claridad que todos los gobiernos de nuestra época soberana han actuado de la misma manera. Y todos nos han costado más de lo que nos han aportado. Venimos perdiendo oportunidades, causadas por nuestras propias malas decisiones. Y sí, somos culpables como ciudadanos, porque nadie llega al poder sin el apoyo de un tercio de los ciudadanos, que si bien no eligen pensando en el bien común, terminan eligiendo algo que afecta a los dos tercios restantes. Y bien pronto ese tercio que eligió está en la calle oponiéndose a lo que ellos mismos eligieron. ¿Qué carajo es eso? ¿Dónde está el sentido de responsabilidad? ¿Acaso creen que es un reinado de carnaval que en 5 días nos los quitamos de encima?

El costo de la oportunidad que perdemos cada 5 años es enorme. Siendo un país con costas en ambos océanos, vivimos de espaldas al mar, y mientras nuestros administradores deciden que pedir préstamos impagables para cubrir planilla es la mejor opción, nuestros vecinos autofinancian puertos que llenan de beneficios a sus ciudadanos, valiéndose de un bien que es nuestro.

Si bien el comercio mundial pasa por aquí, nada se queda. “Chao que te vi”. Pero nuestros vecinos sí que aprovechan y dan valor agregado a la materia prima que nosotros y nuestros administradores permitimos que llegue a sus puertos. ¿Cuántas oportunidades más vamos a perder?

Hoy, viendo cómo otros malos líderes le cuestan el sustento a sus representados, ¿qué tan difícil es ver que en nuestro desarrollo de infraestructura está el futuro del país? Un canal seco desde Colón hasta Azuero no sólo es posible, sino que es necesario. El olvidado interior del país, al cual ni estadios dignos se le entrega, posee el potencial de resolver la crisis laboral y económica, mientras de manera paralela acabaría con la migración hacia la capital. No dos, sino tres pájaros de un tiro.

Simple. Lógico. Exitoso. ¿Tomarán la decisión de actuar en pro del desarrollo del país, o será esta otra oportunidad coyuntural perdida por malas decisiones?

Punta Rincón-Mensabé-Agallito-Santa María. Alrededor de 250 km. Completamente factible. Y tenemos más ideas. Pero tienen que saber a quiénes preguntarles, no escuchar a burócratas sin conocimiento ni valores.

Ahí lo dejo.

Dios nos guíe.

*El autor es ingeniero civil, empresario y escritor