El equilibrio perfecto

Pixabay
  • 06/12/2025 00:00

Aunque el camino hay que caminarlo, y la dirección es hacia adelante, a veces hacer pausas oportunas para desempolvarse, representa volver a un refugio seguro, reencontrarse con ese yo interior que casi olvidabas

Mirar dentro de ti es navegar en aguas profundas, etéreas, algunas cerradas con candado, otras etiquetadas con un letrero denominado pasado. En aquellas aguas habitan aún, duendes con zapatos de puntas, príncipes y princesas. También, apostados en un rincón aguardan algunos miedos y conflictos internos; sueños pequeños y grandes, algunos cumplidos, otros engavetados. Si detengo el ritmo, tal vez me tropiece con los números que me persiguieron tantos años. A veces se cuelan en la oscuridad de mis sueños, para perturbarme diciéndome: “¡Olvidaste las operaciones!. Y sí, es verdad, mi mente está en blanco y el reloj de prisa; “¡Fracasarás en el examen!”. Sé que es una pesadilla, pero no consigo despertar.

Con un poco de suerte, tal vez mi memoria se asome luego, al río Gariché. Allá, sentada sobre las piedras, a orillas de su cauce, quizás escuche el sonido de sus aguas y saboree nuevamente el arroz con frijoles de palo, gallina de patio con plátano a la tentación, envuelto en una hoja de bijao que preparó mi madre. Comer en familia siempre ha sido un privilegio tan grande, como el placer de un chocolate caliente con pan azucarado que degustábamos mis hermanos y yo, todos los 24 de diciembre en las noches. Mi corazón palpitaba fuerte, ante el anuncio de que Santa pronto llegaría a casa. Si nos dormíamos rápido, colocaría los regalos, justo al lado de la cama. Así fue por años, hasta que una niña se acercó a la cerca de la casa, para decirnos que aquel hombre barbudo, que viajaba en trineo nunca había existido. Las decepciones duelen a cualquier edad.

Al llegar a la madurez miras hacia atrás y descubres que el ayer y el hoy son como dos amigas que se juntan de vez en cuando, para tomarse una taza de café. Entre anécdotas y sonrisas te recuerdan que el ayer y el hoy pueden coexistir a tu favor, si filtras de tu memoria lo mejor de cada uno. Sin embargo, a veces, algunos recuerdos pueden ser un látigo implacable y arrastrar cadenas invisibles, capaces de convertir el presente en los estragos del pasado. En esos casos, un especialista podría ayudar a sanar las heridas.

Tu ahora, es como una escultura que se va moldeando lentamente. Lleva consigo algunas cicatrices que se vuelven familiares, huellas de gente que viene y se va. Sobre aquella réplica de ti, se van dibujando líneas difusas que poco a poco se vuelven profundas. Al principio le cerrabas la puerta, luego le diste la bienvenida. El recorrido del tiempo te concede una perspectiva más crítica e intuitiva, pero también trae consigo achaques en el cuerpo. En ocasiones tu espíritu se opaca, como un bombillo defectuoso. Ante esa pérdida de claridad, esculcar dentro de ti en busca del yo que más extrañas es una buena opción. Ese reencuentro entre ambos es capaz de recargar tus días permitiéndote recuperar la esencia que habías perdido; regalándote, además, el equilibrio perfecto entre el antes y el ahora.

*La autora es comunicadora social