El método de Nixon y Trump

Pixabay
  • 15/11/2025 00:00

Soy Richard Nixon, trigésimo séptimo presidente de Estados Unidos. Ya no habito el mundo físico, pero aun aporto la sabiduría de mi experiencia. Negocié con China hace 53 años y hoy asesoro a mi colega Trump. Me escucha atento mientras jugamos golf.

Él y Xi Jinping, presidente chino, celebraron una cumbre en la ciudad coreana de Busán. Luego de ello, es importante entender dos cosas. Primero, el actual presidente de Estados Unidos es un empresario disruptor lanzado al ruedo político, que vence gracias al espectáculo que domina. Confía en su instinto y provoca caos a una velocidad asombrosa. Emerge triunfante —sin despeinarse— del huracán que desata.

Segundo, esa cumbre, clímax tras nueve meses de tensiones, no se limitó a ser un mero trámite arancelario entre Washington y Pekín. Igual que mi encuentro con Mao Zedong en 1972, fue un punto de inflexión histórico de profundo alcance mundial.

Me agradó mucho Busán. La segunda ciudad de Corea del Sur, está abierta al mar como una sonrisa y es más relajada que Seúl. Su puerto, maravillosa vértebra de plata y hierro de la península, es el sexto del mundo en manejo de contenedores. Oriente y occidente intercambian allí más que mercancías, pues en esa ciudad luminosa dos presidentes reconocieron que entienden el juego. Y yo también. De mi conversación con Mao, recuerdo que aparentábamos protocolo, cuando en realidad la conversación era ajedrez fino.

Tal como lo hice yo durante mi administración, Trump usa un método que los académicos de las ciencias políticas llaman “la Teoría del Loco”. Ideada por mi asesor, Henry Kissinger, consiste en simular irracionalidad para infundir miedo en el adversario, dejándole paralizado ante la expectativa de una reacción impredecible.

Algunos eruditos llevan el origen de esa teoría hasta Maquiavelo y Hobbes. Otros, más poéticos, evocan a Calderón de la Barca que entendió en clave barroca, que el poder finge demencia para probar cordura. La incorrección de Trump encanta a sus aliados y aturde a los adversarios. Le apoyan —entre otros— los nacionalistas cristianos y la Fundación Heritage, promotores del conservadurismo económico, la libertad individual y una férrea defensa nacional.

Hoy —que roza ochenta años de edad— mi colega gobierna con la meta de que el movimiento MAGA (acrónimo en inglés de “Hagamos grandioso a los Estados Unidos nuevamente”), tenga un legado duradero. Así, bajo la gorra roja y el bailecito, conviven el instinto del vendedor y el temple del estadista. Quiere que su apellido dure más que su mandato.

Pero ya le advertí que la viabilidad de ese proyecto requiere que en noviembre de 2026, muchos de su candidatos ganen las elecciones de medio término en nuestro país. Se renovarán 435 escaños de la Cámara de Representantes y 35 de los 100 del Senado. Por ello, tras sus logros internacionales, le sugerí enfocarse durante los próximos diez meses en atender su agenda doméstica.

Hace poco observé los resultados de la elección del alcalde de Nueva York. Ganó un jovencito musulmán, socialista, de 34 años del partido demócrata. ¡Es una incógnita para quienes seguimos la política gringa! Se llama Zohran Mamdani. Veremos si será un antagonista que de la talla....

Usted, panameño que me lee, quizás se pregunta: “¿Y a mí, qué me importa todo esto?”. Responderé como el viejo zorro de la geopolítica que soy: todo está conectado.

Tal como sabemos, en el siglo XIX Panamá intentó separarse de Colombia varias veces, con fracasos de José Domingo Espinar, Juan Eligio Alzuru y Tomás Herrera. Empezando el siglo XX, el éxito lo logró mi antecesor, Theodore Roosevelt, que apoyó esa independencia para servir los intereses estadounidenses.

Hoy —121 años después— las relaciones se reconfiguran. En enero, durante su discurso inaugural, Trump dijo refiriéndose al canal: “Lo retomaremos”. Comprendo bien que muchos en el istmo lo vivieran como algo ofensivo. Sin embargo, su foto en septiembre junto al presidente Mulino en la ONU, y su carta en noviembre felicitándole por fiestas patrias, demuestran que entre ambos países hay amistad genuina y estable.

Panamá —cruce fascinante de mares, cables, contenedores y conspiraciones— debe ser sensato. Les sugiero que comprendan el método de Trump descrito aquí, para distinguir cuando hablar o callar. Será así que mantendremos buenas relaciones, propiciando la inversión y el desarrollo económico que ustedes necesitan y merecen.

* El autor es analista político