El nuevo Occidente
- 17/08/2025 00:00
Llamar Occidente a la Europa Occidental y a las Américas tiene una razón subjetiva. Así ha sido identificada la Europa Occidental de Eurasia por sus raíces greco-romanas y también a las Américas por compartir un origen común producto del colonialismo europeo y la práctica religiosa cristiana.
La categorización puede ser un poco difusa, pues, si se tratara de los ejes geopolíticos del mundo, tanto Grecia como Roma y Bagdad comparten, a través de los tres milenios, el centro del desarrollo del pensamiento greco y romano.
Desde el punto de vista geopolítico, debemos reconocer que el desplazamiento de Occidente como centro neurálgico de la supremacía mundial en cuanto a innovación tecnológica, desarrollo del pensamiento crítico y riqueza material se encuentra hoy moviéndose hacia el Asia Pacífico.
Las Américas constituyen la Europa del presente. Europa: el eje oriental de lo denominado Eurasia. Asia Pacífico es el nuevo Occidente. Si pudiéramos visualizar el desplazamiento geopolítico mundial hacia donde se mueve, podremos entender la razón de esta nueva definición, ya un poco alejada del pensamiento greco-romano y cristiano, hacia un nuevo pensamiento multiétnico, multirracial y descristianizado.
Cada región del mundo debe sopesar estos movimientos de desplazamiento e intentar racionalizar su lugar en el mundo. “Dasein”. Esto ayudaría a ubicarse y elaborar una visión, hoy quizás distinta, de su lugar y existencia.
Siguiendo el hilo de este planteamiento, el camino por lo menos de las Américas es el de transformarse en una Unión Americana, donde la integración norte y sur permitan un modelo de desarrollo colaborativo al estilo de la Unión Europea.
A la vieja Europa su camino parece dirigirse hacia su mirada al Este, especialmente Rusia y Asia Central. En tanto, el Asia Pacífico, eje central de este nuevo desplazamiento, tiene todas las opciones de direccionarse en todos los sentidos: Norte, Sur, Este y Oeste.
Pero su dinámica central, así como su eje geopolítico, estará en juego entre China y la India: dos colosos hoy en día, y uno con ventajas comparativas adquiridas por iniciar su proceso con años de anticipación; el otro despertando en su intención de jugar un rol global en forma afirmativa.
Oswald Spengler lo predijo a principios del siglo pasado al señalar que las civilizaciones pasan por un proceso de crecimiento orgánico y decadencia. Y, por lo visto, algo de eso estamos observando en el mundo de hoy.
Cada país debe aprender a ver dónde radica su futuro, qué debe empezar a hacer y adónde amarra sus caballos. En definitiva, las viejas predilecciones se derriten.
Solo recordemos al Reino Unido, donde no se ocultaba el sol. Hoy, de casualidad, sobrevive su propia existencia. Ni hablar de la Gran Roma, el imperio milenario y eje central del mundo. Se veía imbatible y apenas de su nombre queda la capital de una península. Nada es eterno.