El precio de las bolsas
- 09/07/2025 00:00
La tienda de abarrotes fue quizás el inicio de una historia de la relación entre los chinitos y el populacho que requería ir por los suministros caseros en forma cotidiana. Lo primero que llamaba la atención era la forma de envolver el arroz, los porotos, el azúcar, la sal y la mayoría de los sólidos que se necesitaban: se envolvían en medio del papel amarillo y se cerraban a mano con unos nuditos en los extremos, que terminaban en unos moños en la parte superior que sellaban el borde.
Luego, aparecieron las bolsas de papel manila, que creíamos que venían del Oriente como la mayoría de los tenderos y por eso se llamaban así. Pero no. Hacia la tercera década del siglo XIX hubo un problema con las principales fibras (algodón y lino) que se empleaban en la producción de envoltorios. Las fábricas estadounidenses dirigieron la atención hacia un tipo de material utilizado en la actividad portuaria para las cuerdas que ataban las embarcaciones.
Pronto se descubrió que el material era una especie de tallo, denominado cáñamo de Manila, porque venía de esa región, también conocido como abacá, prima del banano y que se cultivaba en la isla de Filipinas. Es lógico que se procesó y de allí surgió el papel que lleva su nombre, que un par de décadas después sufrió una transformación que cambió totalmente el concepto de los negocios: se utilizó para hacer bolsas.
Tres nombres son fundamentales: a Francis Wolle en 1850 se le ocurre utilizar ese papel para hacer una bolsa que revolucionó el mercado y posteriormente, Margaret E. Knight creó un modelo del envase recientemente inventado, pero con un fondo plano, lo que permitía ubicar en su interior hasta artículos de forma cuadrada. Más tarde, Charles Stiwell patenta una máquina que producía esos saquitos con su forma y ‘fondo’, nos cuenta el blog Publiplinters.
La vigencia de estos ‘cartuchos’, como le llamamos los panameños, duró hasta tres partes del siglo XX. En los años 70 surge la bolsa de plástico, que empezó a desplazar a aquellas tradicionales, pero con una particularidad: eran fácilmente desechables y su uso se hizo tan masivo, que empezaron a inundar los basureros, vertederos y todo tipo de lugares destinados a depositar los sobrantes.
Para reducir tal profusión de materia que se convertiría en sobrantes, se adoptaron algunas medidas en el país, como la Ley 1 de 2018 que promueve el uso de plásticos reutilizables y posteriormente la Ley 187 en 2020 que prohíbe el empleo del plástico de un solo uso. Estas normas, aunque fueron ampliamente divulgadas, crearon una escasez en tiendas y almacenes, que obligó a llevar saquitos caseros.
La historia del desenlace es nada feliz: en una gran cantidad de negocios, farmacias, supermercados y almacenes no se brindan bolsas al comprar. Se le pregunta al cliente si desea adquirir en qué llevar su carga por un precio que va desde algunos centavos hasta aquellos que son muy sofisticados. Y si el comprador no quiere esta opción, le entregan lo que se ha pagado sin ningún accesorio para guardarlo.
Es como una tendencia de los negocios, de cargar a sus clientes con cualquier diferencia en los costos. Es una forma de decir que la cuerda siempre se rompe por lo más delgado, y en este caso, resulta que es el consumidor. Se dice que las nuevas bolsas están hechas de material más complejo que las anteriores, de un solo uso. Este es el principal argumento de la visión de ciertos comerciantes inescrupulosos.
¿Habrá que quejarse con la Autoridad de Protección al Consumidor y Defensa de la Competencia (Acodeco) por este despropósito? Sin embargo, no está todo perdido Algunos tenderos, sobre todo los de ascendencia oriental, que no importa cuán pequeño sea su negocio, han vuelto a la costumbre de la bolsa de plástico, la que entregan a sus parroquianos con una sonrisa. Quizás regresa el papel manila para dominar el consumo otra vez.