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El que esté libre de pecado...

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  • 30/05/2025 00:00

Me decía mi padre que para pelear y bailar se necesitan dos, y efectivamente en esa época así funcionaba eso, porque hoy, cuando uno va a bailes o discotecas, es muy común ver mujeres bailando solas. Y no, no están locas, lo que pasa es que se han ido superando las barreras y las medidas encajonadas que antes regían estos tipos de eventos y nuestra sociedad en general.

Lo que sí no puedo imaginarme es a una persona peleando consigo misma. Aunque sé de un grupo al que se le achaca el poder levantarse en las mañanas, mirarse al espejo, insultarse y luego cepillarse los dientes. De que los hay, los hay, pero no es la regla general.

Lo que sí es una realidad es que lo que está sucediendo en el país no es normal. Por un lado, vemos a algunos educadores que no van a los centros educativos a compartir conocimientos, que es lo que están supuestos a hacer y, por el otro lado, vemos a padres de familia que obligan a los educadores que están dándoles clases a sus propios hijos a salir del salón de clases respectivos.

Señores padres, estos educadores están arriesgando hasta sus vidas por enseñarles a sus hijos a ser personas de bien, capacitados y preparados para enfrentar el gris futuro que se les presenta en el horizonte. Como diría mi abuela, “los pájaros tirando de las escopetas”.

Por otro lado, residentes de Bocas del Toro que, para cruzar de una esquina del pueblo a la otra, deben tomar dos o tres taxis y gastarse un dinero que podrían utilizar para invertir en necesidades básicas como comer, vestirse y entretenerse, pero como pequeños grupos no quieren trabajar, el dinero se va en otras cosas.

Hay un problema serio de credibilidad en el país, o sea, “nadie cree en nadie”. Luego de varios días de negociaciones, los representantes del Gobierno central y del sindicato de las bananeras llegan a un acuerdo, avalado por el Consejo de Gabinete, pero los dirigentes sindicales dicen que mientras las reformas acordadas no sean aprobadas por la Asamblea Nacional y publicadas en la Gaceta Oficial, el paro se mantiene.

Mientras tanto, las citas médicas siguen acumulándose, el turismo no llega, no hay combustible suficiente y evidentemente hay escasez de varios rubros imprescindibles para una población tradicionalmente olvidada.

Me gustaría cuestionar si los dirigentes viven y sufren al igual que quienes están en las improvisadas “trincheras” de lucha o, por el contrario, comen y beben a carta completa en sus mansiones o empresas. Pero esto no lo ven ni lo entienden los que están sirviendo de carne de cañón. Y lo peor, si les preguntas a 10 el porqué siguen protestando, recibirás de tres a cuatro respuestas diferentes, algunas con algún sentido común y otras sin ton ni son.

Quienes pareciera que quisieran obtener un resultado diferente al de mayo del año pasado, tildan de medidas dictatoriales a las que ha estado tomando el presidente. Sin ánimos de defenderlo, pues no tengo razón alguna para hacerlo, ¿cómo puede ser un dictador alguien que fue electo democráticamente, que sus acciones no violentan las disposiciones legales establecidas ni se ha inmiscuido en temas que les conciernen a otros órganos del Estado? Puede ser un tema de semántica, quizás, pero a quienes defendemos la democracia, debemos reconocer que se está haciendo lo que tanto se le reclamó a presidentes que en su momento no actuaron para devolverles los derechos a quienes deberíamos disfrutar del libre tránsito, como especifican nuestras leyes.

Amigos, tenemos una sociedad deteriorada por el juega vivo, el amiguismo, el “familiarismo”, por el “mientras no me cojan es legal” o por el facilismo con el que queremos las cosas. Estoy de acuerdo en que quien incumpla las leyes debe recibir el buen juicio de una justicia imparcial, expedita y efectiva. De nada sirve que quien tiene conexiones, dinero o suerte no se le castigue tan ejemplarmente como a los que no tienen ese privilegio.

Lo que no es correcto es que cuando viene alguien a imponer la mano dura, reclamada tantas y tantas veces por muchísima gente, entonces criticamos eso también. ¿No será que el problema lo tenemos nosotros mismos? Porque la doble moral es una de conveniencia.

Si al vecino le aplican la norma, es justa, pero si me la aplican a alguien cercano a mí, entonces cierro calles, vocifero y espero que venga “alguien” a solucionar lo que no he hecho nada por prevenir. Asumamos nuestra responsabilidad, porque recordemos que cuando extendemos nuestro dedo pulgar hacia adelante para señalar a alguien, ¿saben hacia dónde señalan tres de los cinco dedos de la mano que estamos usando?

Queremos vernos en el espejo de Singapur, pero ¿saben la mano dura que tuvo que imponerse allá antes de tener el país ideal que ellos disfrutan ahora? ¿Estamos libres de pecados cuando criticamos o sencillamente no nos han descubierto todavía?

*El autor es analista político y dirigente cívico