Columnistas

Francisco, el hombre bueno

  • 05/05/2025 00:00

La muerte del papa Francisco me ha conmovido profundamente. Este Domingo de Resurrección supe que estaba agonizando y se estaba despidiendo. La prueba de la valentía de Francisco comenzó por las difíciles tareas que tendría que confrontar dentro de la Iglesia y a las que Benedicto XVI, por su edad y sin la experiencia pastoral de Francisco, no tuvo la fuerza de enfrentar. Formado como jesuita fue pastor en contacto con la gente como sacerdote, obispo y arzobispo en la iglesia argentina, donde le tocó oponerse, como provincial de la Compañía de Jesús a una brutal dictadura militar que protagonizó actos de crueldad nunca vistos.

Por eso, el entonces obispo Francisco escondió a perseguidos sin importarle sus diferencias ideológicas o políticas, a varias de las madres de mayo y tuvo que encarar la defensa y rescate de dos jesuitas detenidos por los militares. Encontró el reto de limpiar el tema de las finanzas en el Vaticano, destapar la corrupción y las malas prácticas financieras, sin importar a quien debería apartar de altos cargo e incluso contra quien debería iniciar procesos judiciales, para lo cual no le tembló la mano. Por si eso hubiera sido poco los escándalos de pedofilia, que fueron brotando cada vez en mayor número y más repulsivos según contaban las víctimas animadas por este mismo papa a denunciar no solo los abusos además de los encubrimientos que se producían por parte de la jerarquía eclesiástica en casi todo el mundo.

Ahí demostró quién era: pidió perdón con humildad a las víctimas, aceleró los procesos canónicos y judiciales para suspender a sacerdotes y religiosos; relevar de sus cargos a cardenales y obispos; mostró su compasión y acogida a quienes habían sufrido, durante años, las secuelas de estas conductas infames; sí, ahí demostró su carácter y aguantó toda clase de acusaciones y acosos, tanto de dentro como fuera de la Iglesia.

Sus dos encíclicas, la primera Lumen Fidei (La Luz de la fe), destinada a recordarnos a creyentes y no creyentes cómo es la fe, qué es un don y debe concebirse como una apertura para el conocimiento de Dios, un Dios que el más grande de sus atributos es el amor. Le siguió Laudato sí, documento que explica la protección y responsabilidad de todos de la Casa Común. Sus argumentos de defensa del medio ambiente, la protección de la vida y de todos los seres humanos que comparten esta Casa, hasta los lugares más remotos de la Tierra requieren el compromiso y la responsabilidad de todos. En 2020 publicó Fratelli Tutti, que se resume con esa frase tantas veces repetida, recordándonos que somos hijos de Dios y que a la Iglesia están llamados TODOS, recalcando a todas las diferencias étnicas, culturales y de orientación sexual; convocó y convocó a las personas alejadas de la fe por las pesadas cargas impuestas en la propia Iglesia a divorciados, a los defensores de la salud sexual y reproductiva, a agnósticos y ateos y a las madres solteras.

Para Francisco el ecumenismo no fue una palabra vacía sino el llamado a todos los hombres y mujeres a reconocernos como hermanos y, para ello, condenar la guerra, la persecución, los gobiernos autoritarios, las prácticas injustas hacia los trabajadores, el desprecio a las comunidades indígenas y el maltrato y violencia contra las mujeres, hasta ese momento casi nunca mencionadas en documentos pontificios.

Leer estas encíclicas, escritas en lenguaje accesible, permeado de conocimientos y razonamientos han cambiado muchas cosas, no solamente entre los creyentes sino a buena parte de la humanidad. No hay en estas encíclicas, como en otras, el repetido argumento de citar textos bíblicos, accesibles a la inteligencia y al corazón de personas quien, como yo, sin dejar de ser católica me fui descorazonando y frustrando, por lo que en varias visitas a Roma adonde habíamos sido invitados a algunas audiencias, nunca me sentí interesada en asistir.

Pronto empezará el cónclave para elegir al sucesor de Pedro y de Francisco y como en otras ocasiones se barajan diferentes nombres. Excluyendo a los más conservadores en materia doctrinal y pastoral, quienes supondrían un retroceso, están purpurados con grandes posibilidades de ser considerados como continuadores de las necesarias reformas en la Iglesia.

El patriarca latino de Jerusalén, el italiano Pierbattista Pizzaballa, tiene 60 años y mantiene un compromiso con los temas de inmigrantes; el italiano Matteo Zuppi, que pertenece al grupo humanitario católico Comunidad de San Egidio, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana y arzobispo de Bolonia, tiene 69 años, muy dedicado al trabajo con los inmigrantes y los pobres; el cardenal Pietro Parolin, italiano que goza de una gran popularidad, tiene 70 años y fue mano derecha del papa Francisco, a quien reemplazó en diversos eventos. Es un experto mediador diplomático. Por último, el cardenal filipino Luis Antonio Tagle, 67 años y actualmente lleva la oficina vaticana para la evangelización. Los periodistas han destacado que es de los pocos purpurados que mantiene una red social, preocupado por el ambiente y la pobreza y lo llaman “el Francisco filipino”.

Que Francisco, quien ya llegó a la casa del Padre, interceda por nosotros y por la Iglesia.

*La autora es exdiputada de la República de Panamá