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Gobernar nunca ha sido un ejercicio sencillo

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  • 13/05/2025 00:00

La historia contemporánea ofrece múltiples ejemplos de cómo las presiones externas —en particular de grandes potencias como Estados Unidos y China y las entidades que nos tienen en lista negra—, se convierten en desafíos para la autonomía del Estado. Nos afectan no solo como país, sino a nivel regional. Tenemos presiones comerciales y diplomáticas a gran escala. Las confrontaciones y enfrentamientos generalmente no terminan en buen puerto, mucho menos con balance favorable para nuestro país. Esa situación nos impone la necesidad de diseñar estrategias que nos permitan sortear los obstáculos y, de ser posible, sacar ventajas en beneficio de las mayorías.

El concepto de gobernabilidad está en constante tensión, exigiendo equilibrar permanentemente intereses diversos, responder a las demandas sociales y sostener un mensaje de optimismo y liderazgo ante una ciudadanía cada vez más crítica y con mayores expectativas de que se satisfagan sus necesidades.

Panamá no escapa a esta realidad en la actualidad, al verse inmersa en una serie de protestas y tensiones, tanto internas como externas, que dificultan la estabilidad, no solo en el plano económico, sino también en los ámbitos político y social.

Nuestro gobierno enfrenta desafíos inminentes: a nivel externo, aún persisten las secuelas de la migración; en nuestra región países hermanos impulsan puertos, canales secos y ferrocarriles que compiten con nuestro hub logístico. Adicional, nuestro sistema financiero ha perdido la fortaleza de antaño, igual que la Zona Libre de Colón y el negocio de sociedades anónimas, tan afectado por el escándalo de los mal llamados “Panama Papers”. Todo ello ha impactado en la pérdida de miles de empleos. Este fenómeno ha debilitado nuestra fortaleza como país de servicios, y traído como consecuencia la proliferación del sector informal.

En un escenario global marcado por la incertidumbre geopolítica, los populismos reactivos y liderazgos cada vez más volátiles, la capacidad de un gobierno para sostener su gobernabilidad, mantener la estabilidad institucional y proyectar una imagen de madurez política constituye, en sí misma, una forma de liderazgo valiosa y escasa. En tiempos en que el ruido y la polarización dominan el debate público mundial, los países que logran mantener la coherencia sin ceder en sus principios son los que terminarán ocupando un lugar estratégico en los espacios del futuro. Panamá no está exento de esos desafíos.

Actualmente, Panamá enfrenta su principal problema que es la corrupción a todos los niveles, desde los que tienen que administrar justicia hasta el ciudadano de a pie. En la coyuntura actual, algunos grupos se están aprovechando de las tensiones sociales para desestabilizar el país, con paros indefinidos y la suspensión de clases, agudizando aún más el desempleo, como por ejemplo el caso de Chiquita Panamá, que anuncio la suspensión definitiva de la producción en una finca completa y en áreas adicionales equivalentes a dos fincas, ocasionando una posible pérdida de más de 6.000 empleos directos y 20.000 indirectos e inducidos aproximadamente, y la ya deteriorada calidad de nuestra educación. Este pueblo quiere y merece trabajar en un ambiente de paz y de justicia, con servicios suficientes y eficientes de salud, educación, agua potable y un ambiente propicio para la inversión privada.

Espero, con profunda reflexión, que como nación logremos comprender la magnitud del momento político que atravesamos. Que por encima de diferencias legítimas prevalezca la responsabilidad colectiva de defender y hacer valer: nuestro compromiso con Panamá. Hoy, más que nunca, el país necesita del apoyo consciente y patriótico de todos los sectores. No para blindar a un gobierno, sino para fortalecer la posibilidad de construir juntos un futuro con estabilidad, justicia y bienestar para todos.

*La autora es ciudadana panameña