Insensatez ciudadana
- 10/12/2025 00:00
El ministro de Ambiente, Juan Carlos Navarro, mostró su preocupación hace poco por la cantidad de desechos recogidos por personal de la institución que dirige en la isla Escudo de Veraguas en el Caribe panameño. Más de cinco toneladas de desperdicios fueron sacados de esta área protegida. Lo preocupante es que en el lugar no existe población permanente y que tal carga de basura fue dejada en la hermosas playas y tupida selva por los turistas visitantes.
¿Es posible que quienes concurran a estas playas y a otros sitios semejantes, pasen un tiempo, disfruten de la belleza natural y al retirarse, dejen bolsas, latas, envases y todo tipo de inmundicia en donde en algún momento la pasaron muy bien? Esto es un despropósito, por llamarlo de una manera elegante, y que manifiesta una falta de conciencia sobre el valor que tienen tales confines caracterizados por la preciosidad del paisaje y sus elementos.
Resulta que esta forma de desenvolverse en la cotidianidad no corresponde solo a estos ejemplos tristes que se han mencionado. El transporte urbano de la ciudad capital, entre ellos el Metrobús y el Metro presentan síntomas de estos fenómenos, que afean los vehículos y hacen incómoda la ocupación de tales formas de desplazamiento ciudadano. Latas, botellas plásticas y bolsas de todo tipo de comestibles, pese a la prohibición del consumo.
Hace unas semanas se pudo ver a un señor que junto a su hijo consumían una cena en la parte trasera de una unidad del Metrobús que realizaba un recorrido en una de las principales avenidas. Al terminar de consumir la comida el niño, su padre suspendió lo propio, tomó el envase del alimento y lo colocó en el suelo, atrás de donde iban sentados.
Alguien, que observaba la situación, fue donde el conductor y le informó lo que sucedía, este no le dio importancia y ni siquiera miró dónde ocurría lo narrado. Quizás pensó, “esto no me compete, pues lo mío es conducir y cuando llegue a la estación, que se ocupe quien atiende el aseo”. Múltiples acontecimientos se producen diariamente y el común de la gente tiende a no dar importancia o a involucrarse.
En los buses, en las paradas, en las oficinas públicas y algunas privadas y en las aceras, entre otros sitios, los individuos pasan por encima de la porquería sin percatarse que es un peligro para la propia seguridad sanitaria. Hay la tendencia a considerar que es de otro el problema. Si se señalara con la mano al responsable, se orientaría el dedo índice hacia enfrente, pero el pulgar estaría en dirección a quien acusa a otros.
¿Siempre ha sido así? ¿Dónde han quedado esos principios que se escuchaba a los adultos en el siglo XX cuando mencionaban el orden, el ornato, la responsabilidad? Al parecer, eso ha pasado de moda. Los tiempos actuales de tatuarse todo tipo de figuras en el cuerpo como un mapa, colgarse un sinfín de objetos en la oreja, nariz, lengua, ombligo y partes nobles del cuerpo, es un indicador de la despreocupación y el desparpajo.
Pareciera una contradicción. La sociedad actual, marcada por la tecnología y la globalización, enfrenta problemas como la desigualdad económica, la falta de valores (honestidad, empatía), la precariedad, la polarización, pobreza académica y la desinformación; lo que genera una sensación de individualismo y desconexión. Entonces, las estructuras tradicionales se debilitan y los problemas se concentran para evidenciar la pérdida de rumbo ético y una crisis de valores que afectan el bienestar colectivo.
Cuando un menesteroso ocupa la parte inferior de un puente y utiliza las sombras nocturnas para hurtar cables, que luego quema para extraer el metal y va y lo vende en un negocio de desechos, se inicia una cadena de acciones que afectan a lo demás, aunque no lo perciban ni unos ni otros. Quienes pasean perros sin ocuparse de recoger su excremento ponen en peligro la salud de los demás.
Hay que fortalecer la conciencia ciudadana sobre las implicaciones de prácticas que dejan la esfera individual y perturban a la colectividad.