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La amistad superior

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  • 28/06/2025 00:00

La amistad, cuando es orientada por virtudes, forma parte de un plano moral y filosófico mayor que expresa la benevolencia recíproca existente entre dos o más seres humanos.

En Occidente, los antiguos griegos dedicaron las primeras reflexiones filosóficas sobre “la amistad como virtud” en las obras de filósofos como Aristóteles (“La ética a Nicómaco” – Libros VIII y IX donde hace referencia a la relación entre amistad y virtud) y Sócrates en sus diálogos platónicos (“Lisis o Sobre la amistad”), meditaciones continuadas posteriormente por Epicuro y los Estoicos, destacando la importancia de la amistad en la vida humana.

Así, Epicuro (341 al 270 a.C.) consideraba la amistad como la parte central de su teoría sobre la vida social, una vida comunitaria basada en lazos de amistad, a la vez fundada en su sentido altruista y en sus beneficios y utilidad para la comunidad.

Pero los estoicos, con su filosofía práctica, no basaban la amistad en conveniencia al considerarla valiosa por sí misma, ya que solo podía darse entre buenas personas, exhortándonos a saber escuchar al amigo, por eso hablaban del lujo de la amistad.

Para Aristóteles (384 al 322 a.C.) el hombre virtuoso era quien se mantenía a sí mismo en una distancia reflexiva, como un observador de sí mismo, capaz de evaluar sus acciones moralmente. En este sentido, para hacer esta evaluación mejor, se necesitaba de otro, de un “otro sí mismo” que en el caso aristotélico recaía en el amigo.

Mientras que Sócrates (470 al 399 a.C.) en cambio, con su filosofía humanista, hablaba de “dos en uno” aludiendo a la relación que existía entre uno mismo y su propia conciencia moral, autoconocimiento que permitía un perfeccionamiento ético personal. Pare él, la amistad se basaba en la virtud y en la búsqueda de la sabiduría recíproca, ya que un verdadero amigo es quien contribuye al crecimiento intelectual y moral del otro.

En la Edad Media, la cristianización de la cultura convirtió la amistad en un sentimiento y unión espiritual con orígenes religiosos y divinos, más que ser un vínculo fraternal entre hombres libres, como en la antigua Grecia y en el vetusto imperio romano.

Michel de Montaigne (1533-1592) en sus “Ensayos” o resumen de sus conversaciones con Étienne de La Boétie (1530-1563) define la amistad como la “unión de las diferencias” con lo cual la convierte en un milagro de la duplicación de los amigos: “él es yo” y “yo soy él”.

Ya en tiempos modernos, mediante la secularización del pensamiento, la amistad vuelve a ser concebida como una actividad meramente humana, reubicada en la sociedad y no en Dios, que el romanticismo decimonono vinculó a un ideal casi trascendente.

Es así como Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844-1900), ese eterno rebelde, ve la amistad como una relación compleja y dinámica, no tanto como una simple cercanía emocional. Para este insigne filósofo alemán, profundamente solitario y triste, la amistad implicaba un desafío y crecimiento constante, una lucha entre individuos para elevarse mutuamente, tanto así que Nietzsche también veía la figura del “enemigo” como parte esencial de la amistad.

Ese “enemigo amistoso” nietzscheano era un catalizador que podía ennoblecer y fortalecer la existencia humana, un cruce de fuerzas que tenía como fin la autosuperación. Para él estos personajes tenían sus propios ideales frente a los nuestros, teniendo su independencia singular, que por no seguirnos parecían nuestros enemigos.

Visto todo esto, ¿qué pensamos nosotros de la amistad?

*El autor es economista y articulista