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La criminalidad del ego oligarca

Vitalii Vodolazskyi | Shutterstock
  • 23/06/2025 01:00

De niño travieso, me sentía como un semidiós al destruir con mi dedo hormigueros, de esos parecidos a volcanes. Sin oposición a mi poder destructivo abrumador, las sumisas hormigas los reconstruían, cada vez.

Israel e Irán no tienen un borde común o comparten una disputa en tierras o en recursos. Durante sus casi cinco décadas de cortejo hostil, este conflicto ha sido tan virtual como los likes de las redes sociales, sirviendo más objetivos políticos que prácticos. Este espacio no es suficientemente largo para explicar la complicada relación entre estas dos naciones, pero si trataré de responder, ¿por qué justo ahora?

En las últimas décadas, la sociedad humana en general se ha transformado cognitivamente debido al internet y las redes sociales. Por un lado, ha permitido una vista más amplia y libre a nuestra humanidad. Por el otro, los algoritmos de las plataformas han aumentado la polarización y el extremismo. Estas dos particularidades, condimentadas con una pandemia mundial, han desequilibrado nuestro ego, con muchas partes de la sociedad exigiendo más libertades, así como dirigentes más populistas.

Esta inestabilidad colectiva no solo ha desviado al mayormente democrático oeste. En casi todo el mundo se están prefiriendo dirigentes “conocidos” y populistas con una parte de la población creyendo sus falsas e incumplidas promesas y la otra reclamándoles en protestas. Esta inestabilidad define los valores que las sociedades buscan en sus líderes, democráticos más o menos, al preferir los carismáticos sobre los capaces, los agresivos sobre los pacíficos, los emocionantes sobre los eruditos, y a los patrióticos sobre los inclusivos.

Este apetito por estabilidad ha permitido la “reelección” de los mismos dirigentes por decenas de años, desarrollando en ellos sentimientos de “poder absoluto”. El mismo Obama, uno de los pocos líderes liberales y pragmáticos de la época, admitió que después de 8 años como presidente, sintió cómo el poder intoxica.

A cualquiera le costaría tomar decisiones difíciles sobre el futuro de toda una nación. Pero a líderes con años en el poder se les hace más fácil, pues han sido alimentados con tanta adulación y confianza que se creen semidioses, tal como un niño sobre un hormiguero. A Putin, por ejemplo, le tomó 14 años invadir a Crimea y luego otros 8 más hasta que se atrevió a invadir al resto de Ucrania. Irán, bajo el liderazgo de Khameneí desde 1989, ha invertido décadas y miles de millones de dólares para conquistar militarmente territorios como Gaza, Siria, Yemen y Líbano.

Estas son las actitudes de las oligarquías que se aferran a sus sillas por todos los medios, ilegítimos en su mayoría, a pesar de una extrema ineficiencia y oposición popular. Desde Corea del Norte, China, Hungría, Cuba y Venezuela, hasta Erdoğan en Turquía y el mismo Trump. Todos ellos prefieren aferrarse al poder sobre el bien de su propia población, con el pueblo aceptando este cruel destino como hormigas, reconstruyendo los desastres que hacen sus líderes metiendo sus dedos donde no deben.

Netanyahu, aun sin aspiraciones hostiles per se, se ha aferrado a su trono colectivamente por unos 20 años, causándole una ceguera al considerar que los terroristas de Hamás podían ser comprados. Pero ¿cómo puede él liderar honestamente si lleva años peleando sus guerras personales? Sus ataques en Gaza e Irán lo ayudan a retrasar sus juicios por corrupción, convirtiéndolo al mismo tiempo en un héroe y en mártir, disipando algo de la culpa de haberse estancado en el lodo de Gaza. Netanyahu mantiene su poder gracias a su gobierno mesiánico extremista, el cual lo amenaza con destronarlo de terminar la guerra; ellos soñando con un Gaza totalmente israelí.

Por el otro lado, al gobierno persa le han caído los cohetes israelíes como ángeles del cielo, calmando la oposición popular de los últimos años, que ha incluido fatales protestas y arrestos masivos. Como sacado de un manual de “Dictadura para dummies”, una guerra con Israel es el mejor medio para apaciguar a este conflicto interno que ahora ha unido hasta las facciones más tolerantes en contra de un enemigo común.

Además de esta nociva mentalidad populista, culturalmente Israel e Irán no son tan diferentes. En el medio oriente existe una tendencia bélica difícil de contrarrestar, aún peor que “la cultura de armas” estadounidense con sus periódicas masacres psicópatas. En Israel, jóvenes aprenden a disparar a los 18 años, antes de recibir una licencia de conducir. Muchos de ellos se convierten en oficiales a los 22, encargados de decenas o cientos de soldados, con un poder sobre ellos casi como el de un dedo sobre un hormiguero. Esta ilusión de poder transforma la mente de un joven, haciéndolo creer “magnánimo”. Esta insensibilidad ante el riesgo ha convertido a Israel, por un lado, en la nación de las start-ups. Pero, al mismo tiempo, la ha hecho tan arrogante que creen que pueden subyugar toda amenaza: «no te preocupes, todo estará bien» es la común frase coloquial israelí que generalmente significa “no sabemos cómo resolver este problema”.

Con la incinerada tierra fértil para una guerra más amplia, creo que nuevamente la razón no sobrellevará al instinto de sobrevivencia de estos gobiernos con el psicópata de la Casa Blanca dispuesto a intervenir. Si la historia nos ha enseñado algo, es que el ego de los oligarcas arde más que el amor por su propio pueblo, usando ellos a sus ciudadanos como hormigas y a sus valientes soldados como peones en un cruel juego de ajedrez en el que el demagogo se cree rey.

*El autor es arquitecto