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La deriva de la UE frente a EE.UU., Rusia y China

Imagen ilustrativa de las banderas de China, Estados Unidos, Unión Europea y Rusia. FabrikaSimf | Shutterstock
  • 20/05/2025 00:00

Señalé en un artículo de opinión, semanas atrás, que “...El modelo político de Panamá se encuentra, como en otros países, sumergido en una grave crisis...”, de la que, creo, tampoco escapa una Unión Europea (UE) donde las corrientes socialdemócratas y de las izquierdas han “mutado” para absorber, las otrora, corrientes liberales y democristianas europeas que llamaban al ciudadano, con sus libertades, dignidad y responsabilidad, a ser el centro del entramado político y, en su lugar, promover un “liberalismo europeo” enfocado en el colectivismo y el estatismo social, erosionando así las libertades individuales.

Tal pareciera como si las izquierdas populistas, la democracia cristiana y el liberalismo hubieran traicionado sus respectivos orígenes en nombre de un “modelo bruseliano” centralista, burocrático, altamente regulado y obsesionado en el fomento de políticas públicas contra el capitalismo liberal y a favor de innumerables programas y subsidios, supuestamente sociales, pero claramente ideológicos, que han generado un debilitamiento del sector privado y de los gobiernos nacionales, cada vez menos capaces de atender los intereses de sus pueblos. Un modelo que, evidentemente, la burocracia de Bruselas —la “eurocracia”— no quiere aceptar a pesar de que múltiples riesgos domésticos —como la migración ilegal, el antisemitismo o los radicalismos sociales— y extrarregionales —como la invasión de Ucrania, las crisis humanitarias, o el fundamentalismo islámico—, son palpables y exigen un cambio de paradigma político, económico y social urgente.

Para mí es claro que la raíz de esta grave crisis que sufre la UE se encuentra en Bruselas y en sus dos principales motores: Francia y Alemania, que han adoptado un enfoque, a mi juicio, equivocado con el que han pretendido enfrentar sus problemas particulares y los del resto de la UE. No tengo duda de que la “eurocracia” ha hecho a la UE más débil, más pobre, menos libre y también más dependiente de potencias lideradas por regímenes hostiles a los valores democráticos —me refiero a Rusia y China—, al mismo tiempo que la desconecta de su más importante aliado, EE.UU., al que Bruselas además tilda de “proteccionista”, mientras proclama a la UE defensora del libre comercio, a pesar de que sus barreras comerciales internas son mucho más dañinas para su crecimiento económico que cualquier arancel externo.

Frente a esta realidad, la UE debería aceptar que es imperativo el recorte de gasto público, y en vez de enfocarse, de forma obsesiva, en una política redistributiva, debería potenciar al sector privado al que se le está privando, en mayor o menor medida, de capital, castigándolo con una pesada fiscalidad —promovida como “justicia social”—, un crecimiento compulsivo del funcionariado público y sobrerregulación. Ante esto, Francia y Alemania deberían liderar el cambio. Sin embargo, su realidad lo hace muy difícil.

En Alemania, sus gobernantes han adoptado, por años, un enfoque intervencionista que ha generado una estanflación vendida, irónicamente, como estabilidad económica, por culpa de un aparato estatal que drena el talento de la economía y destruye la productividad a cambio de una “sociedad del bienestar”, y que seguirá aplicando políticas de izquierda, por lo que los cambios radicales que necesita el país —pedidos por el pueblo alemán en las urnas— no tendrán lugar.

En Francia, con un gobierno débil y un jefe de Estado en sus horas políticas más bajas, su economía está seriamente comprometida. Ante una realidad muy compleja, con problemas estructurales graves y un futuro incierto, es lamentable constatar que la clase política francesa se niega a aceptar la raíz del problema: un gasto público exorbitante en nombre de unas políticas sociales que, irónicamente, no han logrado que la generación francesa de hoy viva mejor que la generación anterior.

Todo lo anterior me confirma esa deriva a costa de la cual la UE ha ido perdiendo relevancia política y económica. Como bloque, es patente frente a EE.UU., Rusia y China, e incluso también frente a otras “potencias menores” como Israel, Turquía, India o Irán. En el plano bilateral, las otrora “áreas de influencia histórica” de Estados miembros se ha ido diluyendo, como es el caso de Francia en África y Asia, o de España en América Latina.

En conclusión, la UE es hoy un bloque débil, sin una política exterior y comercial clara, y con una fragilidad financiera que hace de ella un jugador mucho más manipulable. Un escenario “dantesco” que reconozco inquieta pensar. Sin embargo, si la UE no sale de esa deriva en que está sumida y recupera el rumbo político, económico y social, anticipo su descalabro, ya que soy de los que creen que las relaciones económicas internacionales evolucionarán hacia un esquema de “carteles”, en torno a EE.UU. y a China y Rusia, en el que la UE será el gran perdedor si antes no se da cuenta de que sus intereses políticos y económicos se deben a EE.UU. —que la liberó del nazismo e impidió que cayera en las garras del comunismo ruso durante la Guerra Fría —, so pena, en caso contrario, de terminar como un cuasi satélite de China y su socio Rusia, con su modelo económico, que es todo menos de libre comercio y libre empresa.

*El autor es excanciller de la República de Panamá