Columnistas

La economía, el nuevo Moloch

Archivo | La Estrella de Panamá
  • 05/06/2025 00:00

En la antigüedad, en la región del Levante, era común la veneración a un dios con cabeza de carnero que exigía sacrificios humanos. Dichos sacrificios se realizaban dentro de una estatua hueca, en cuyo interior ardía un fuego terrible. Los sacerdotes de esta divinidad aseguraban que cada holocausto era necesario para proteger la fertilidad, el ganado y los cultivos. Era una especie de “dilema del tranvía” primitivo, donde el sacrificio de uno garantizaba, supuestamente, la supervivencia de la mayoría.

Sin embargo, nos engañamos si creemos que ese culto desapareció con la llegada de la civilización latina, cuyas corrientes filosóficas defendían la dignidad de la vida humana. El culto no ha desaparecido, solo ha evolucionado. El nombre del dios ha cambiado: de Moloch a la economía, el verdadero dios de nuestra era.

Pero ¿por qué afirmo algo tan audaz? ¿Cuál es la base de mi razonamiento?

Actualmente, Panamá atraviesa una situación que recuerda a los preludios de los estallidos sociales de 2022 y 2023, cuando distintos sectores sindicales reclaman la derogación de la nueva Ley 462, publicada el 18 de marzo de 2025. Esta ley introduce importantes reformas a la Ley Orgánica de la Caja de Seguro Social (CSS). No pretendo aquí debatir si la ley es buena o mala —porque sin duda se necesita una reforma que rescate las golpeadas finanzas de la CSS—, sino centrarme en los comentarios que he leído en redes sociales en los últimos días.

Considero esencial respetar el derecho a la libre expresión, un principio que, al menos en teoría, rige en nuestro país. Sin embargo, como decía el poeta Ricardo Miró: “Revuelvo la mirada y a veces siento espanto”, cuando leo frases como: “Basta de cierres, necesitamos activar la economía”, “Es necesario preservar la economía”, “La economía se verá afectada”, “No podemos hacerle esto a la economía”... y tantas otras que repiten, casi como un rezo, la urgencia de cuidar a la economía.

Y yo me pregunto: ¿Acaso, en nuestro afán de proteger la economía, hemos olvidado nuestro derecho a luchar por causas justas?

Sí, es importante que Panamá cuente con una economía fuerte. Es una condición sine qua non para el desarrollo. Pero también es importante que como ciudadanos no permitamos que el gobierno y las empresas sacrifiquen valores humanos fundamentales —vida, bienestar, comunidad, medio ambiente— en nombre de una abstracción impersonal y devoradora: el crecimiento económico, el mercado, la eficiencia.

Esta visión economicista promueve una deshumanización sistémica. Como un nuevo Moloch, exige sacrificios inhumanos —desempleo, precariedad, devastación ambiental— a cambio de supuesta protección y estabilidad. Pero ¿estabilidad para quién, y a qué precio? ¿Hasta qué punto hemos normalizado sacrificios intolerables? ¿Es acaso la vida humana el alimento de la economía? ¿El último sacrificio?

¿De qué nos sirven 1.700 millones de balboas —cifra estimada como pérdida por el cierre de Minera Panamá en 2024— si el país se convierte en un páramo desolado y tóxico? Pan para hoy, hambre para mañana.

La economía no es un dios todopoderoso que vela por nosotros, ni una ley natural que actúa de forma misteriosa. Es una creación humana, moldeable, que debe estar al servicio de la vida y no al revés. Nosotros estamos en control. No ejercer ese control es abrirle la puerta a la dependencia, al vacío, al consumo sin sentido que caracteriza esta época deprimente.

Sé que esta reflexión está llena de preguntas, pero hacerlas es necesario. El gran problema de la humanidad, a mi parecer, es que ha olvidado cómo vivir. Como leí una vez: los humanos están diseñados para crear; te deprimes porque todo lo que haces es consumir.

No todo está perdido. Repetir la frase de Nietzsche “Dios ha muerto” y luego lavarse las manos como Pilato no es la solución. Debemos aceptar que existe un problema serio con nuestra humanidad y hacer algo al respecto. Es mejor luchar por nuestra esencia que quedarnos inmóviles y perderla por completo, actualmente no solo estamos sacrificando valores esenciales en nombre de la economía, sino que lo estamos haciendo convencidos de que estamos progresando. Como bien advierte Byung-Chul Han: “El hombre del rendimiento se explota a sí mismo y cree que está realizándose”.

Esa es, quizás, la tragedia más profunda de nuestros tiempos: hemos convertido del sacrificio de nuestra humanidad una virtud, del agotamiento una medida de valor, y de la obediencia al mercado una forma de moral. Es hora de recordar que la economía debe estar al servicio de la vida, no la vida al servicio de la economía, no debemos caer en los terribles fuegos de este Moloch moderno.

*El autor es comunicador social y estudiante de Derecho