La metáfora del ‘Caballo Muerto’ y la resistencia a aceptar la realidad
- 12/09/2025 00:00
La llamada “Teoría del Caballo Muerto”, es una metáfora satírica que circula desde hace décadas y se ha convertido en una herramienta crítica para entender cómo los seres humanos nos resistimos a aceptar la realidad, especialmente cuando esta contradice nuestras expectativas o revela errores que preferimos ocultar. Esta tendencia, se presenta en la vida social, política, empresarial e incluso personal. La idea es sencilla y contundente: si descubres que estás montando un caballo muerto, lo más sensato es desmontar y dejarlo atrás.
Lo que ocurre con frecuencia es todo lo contrario. En lugar de aceptar el hecho irrefutable de que el caballo ya no se moverá, las personas y las organizaciones diseñan estrategias cada vez más complejas y costosas para sostener lo insostenible. Se cambia la silla de montar, se despide al jinete, se contratan asesores externos, se convocan reuniones y se redactan informes. Todo ello con la ilusión que, de alguna manera, el caballo muerto vuelva a galopar.
Ante problemas estructurales: negamos lo evidente y preferimos invertir tiempo, dinero y energía en soluciones cosméticas, antes que admitir el fracaso y replantear el rumbo.
Aceptar que el caballo está muerto implica reconocer que hubo un error de juicio: o alguien insistió demasiado tiempo en la dirección equivocada. Reconocer el fracaso duele, porque atenta contra la autoestima, contra la sensación de control y contra la narrativa de éxito que todos queremos mantener.
En la vida personal, mediante excusas se quieren mantener relaciones que ya no funcionan; en carreras profesionales continuar por miedo al cambio, aunque no generan satisfacción.
Países que mantienen políticas fallidas por largo tiempo, empresas que persisten en modelos de negocio obsoletos, universidades que sostienen planes de estudio desfasados. La resistencia no proviene de la falta de información, sino del miedo a asumir la pérdida y a enfrentar las consecuencias de cambiar de dirección.
Se crean comisiones, se invierten recursos adicionales, se contratan consultorías y se multiplican los discursos justificativos. Los resultados, por supuesto, no cambian: el caballo sigue sin moverse.
En el plano empresarial tenemos el ejemplo de Kodak, una empresa tecnológica que dominó el mercado de la película fotográfica, pero desperdició la oportunidad de liderar la revolución de la fotografía digital. Cuando un ingeniero de la empresa inventó la primera cámara digital en 1975 (fotografía sin rollo de película), los líderes no tuvieron la visión de que se enfrentaban a una tecnología disruptiva y no aprobaron su lanzamiento. Kodak se centró en el éxito de la película, perdió la revolución digital aun iniciándola ellos. Se declaró en quiebra en 2012.
Igual ocurrió con Nokia quien fue la primera en crear una red celular en el mundo posicionándose como líder mundial en telefonía móvil, sin embargo, siguió centrándose en el hardware desconociendo que la llegada de Internet apuntaba no solo a la voz sino también a los datos. Al no querer cambiar y confiar en “la marca” creyendo mantener a sus usuarios satisfechos, creo un sistema operativo desastroso que redundó en fracaso. Cuando en 2008 intentó competir con Android ya era demasiado tarde, los Smartphone con pantalla táctil los dejó en el pasado.
En la vida social, asociaciones, clubes o fundaciones que ya no cumplen con sus objetivos originales siguen existiendo por inercia, alimentadas por reuniones interminables, informes que nadie lee y presupuestos que se gastan sin sentido. El caballo murió hace años, pero el ritual se mantiene.
Aferrarse a un caballo muerto tiene un costo enorme. El primero es el tiempo, que se desperdicia en actividades sin fruto. El segundo es el dinero invertido en sostener una ilusión. El tercero es la credibilidad, porque los miembros de una organización —o los ciudadanos de un país— terminan perdiendo la confianza en quienes toman decisiones. Y quizá el más grave: se pierde la oportunidad de avanzar hacia un camino distinto.
Desmontar del caballo muerto puede significar cerrar un proyecto, admitir la obsolescencia de una política pública, rediseñar un plan de estudios o cambiar de rumbo en una relación personal. Aunque la decisión sea dolorosa, es preferible a prolongar la agonía con estrategias inútiles. El error no es un estigma, sino parte del proceso de aprendizaje.
Las instituciones prosperas son las que logren identificar a tiempo cuándo un proyecto ya no tiene futuro y tengan la valentía de desmontar. Esto no significa rendirse, sino redirigir esfuerzos hacia lo que sí es viable. La obstinación es más peligrosa que el error.