La psicología en la era del algoritmo
- 28/06/2025 00:00
La inteligencia artificial (IA) ha llegado para quedarse. La humanidad jamás había estado tan cerca de acceder a cantidades inconmensurables de información y nuevos conocimientos, al instante y sin fronteras. Vivimos una nueva era en la que el conocimiento, que durante siglos estuvo reservado para unos pocos, ahora se extiende como una autopista neón de algoritmos, atravesando continentes y pantallas en cuestión de nanosegundos.
Esta ventana hacia el futuro supera con creces todo aquello que alguna vez soñamos que podríamos alcanzar; lo que antes parecía ficción, hoy es realidad. Se está reescribiendo la historia del hombre y la mujer, impulsada por la conectividad, las neurociencias y los avances biotecnológicos. Como bien afirmó alguna vez Antonio Escohotado, no es exagerado señalar que hoy estamos infinitivamente mejor que en cualquier otro momento de la historia.
Claro que esto no quita que tengamos que seguir en pie de guerra con los males arcaicos y penosos que nos acompañan desde los albores de la civilización. Muertes, pandemias, pobreza, traiciones, desinformación y conflictos bélicos siempre habrá, aunque hoy por hoy parezcamos más sobresaltados por la simpatía que nos causa una publicación viral cuidadosamente orquestada desde el sillón de un influencer, que por las tragedias humanas que se repiten a diario fuera de nuestro algoritmo: ¿Acaso arrebatarle a un niño su derecho a estudiar no es una injusticia que debería estremecernos como sociedad y movernos a actuar?
Gracias a la IA y al impulso creativo de quienes se atreven a desafiar la “suerte de la cuna”, estamos abriendo puertas siderales a soluciones que antes parecían salidas de una novela futurista. La realidad es pura y dura, y nada parece estar preparado para desacelerar el rápido advenimiento de la era cognitiva. Desde robots humanoides o industriales integrados con inteligencia artificial hasta algoritmos de aprendizaje automático que permiten a los científicos revelar los mecanismos neurofisiológicos del hombre, el futuro asimoviano empieza a definir nuestra nueva identidad.
Desafortunadamente, los avances científicos no resultan suficiente en solitario para garantizar un mundo perfecto, y mientras no encontremos una vacuna para la insensatez, la envidia o la venganza que anidan en lo más profundo de nuestro inconsciente, las ciencias de la conducta seguirán ocupando un espacio fundamental de la vida del hombre y en su convivencia social.
En su absoluta complejidad, el cerebro humano representa un desafío constante que, poco a poco, logramos desenredar gracias al análisis artificial de miles de terabytes de datos disponibles. Más de 86 mil millones de neuronas y trillones de conexiones expresan con claridad el colosal desafío que implica intentar comprender y captar el algoritmo humano en toda su profundidad, imperfección y detalle. Menudo aluvión de información se nos viene encima, y es muy probable que, más temprano que tarde, algunas de las predicciones que antes sonaban como exageradas empiecen a hacerse realidad. Como advirtió Stuart Russell, estamos entrando en una etapa vertiginosa en la historia, donde por primera vez, podríamos vivir con sistemas más inteligentes que los propios seres humanos. Hoy en día, las nuevas generaciones no dudan en recurrir a asistentes virtuales para resolver asuntos de la vida cotidiana, desde recomendaciones cinematográficas o dudas académicas hasta consejos amorosos y de cocina. ¡Un buffet de respuesta a la carta!
La psicología como ciencia de la conducta se enfrenta hoy a un nuevo escenario, uno que sitúa al ser humano en un contexto histórico muy diferente al que conocieron los pioneros de esta noble disciplina. Los cambios geopolíticos, tecnológicos, migratorios y socioculturales, así como el surgimiento de nuevas herramientas, nos obligan a replantear nuestras formas de observar, comprender y comunicarnos. A fin de cuentas, como bien señala Steven Pinker, cuanto más aprendamos sobre nuestra propia naturaleza, mayores son las posibilidades de que movilicemos esfuerzos para preservar y mejorar la condición humana.
Frente a estos nuevos criterios de reorganización social, es necesario que los psicólogos se sumen activamente a la “revolución del arte de escuchar”. Hoy más que nunca, la mirada filosófica y flexible sobre el hombre y sus circunstancias debe guiarnos hacia los límites de la sensibilidad humana. No basta con repetir mecánicamente las consignas de la franquicia de la evidencia científica, convertidas en dogmas que se imponen sin cuestionamiento. Es momento de encaminar nuestros esfuerzos hacia la comprensión profunda del nuevo contexto en que habitamos, dejando a un lado los fanatismos irreductibles, y poner a la ciencia, y en particular a las ciencias de la conducta, al servicio del ser humano.