La teoría del caos y el problema venezolano

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  • 27/12/2025 00:00

Nadie en toda Latinoamérica hubiera pensado que la elección presidencial del domingo 6 de diciembre de 1998 sería una fecha que marcaría un antes y un después en toda la región, y cuyas repercusiones, 27 años después, serían parte del día a día de 105,1 millones de personas que habitamos el continente americano. Sin embargo, resulta fascinante observar cómo la imprevisibilidad, los múltiples escenarios, los sistemas complejos y no lineales y el efecto mariposa han convertido una elección presidencial ocurrida hace casi tres décadas en una crisis diplomática, humanitaria y militar única en nuestro continente, digna de un profundo estudio académico.

Tratar de definir lo que ha ocurrido en Venezuela después de la elección del general Hugo Chávez Frías es un ejercicio académico complejo e interesante, en el que diversas variables que parecen tan distintas —como la corrupción, los precios del petróleo, las sanciones y la geopolítica— han interactuado de una forma tan impredecible que hoy resulta casi imposible prever con exactitud el futuro del país, ya que actualmente todo converge en una realidad caótica.

Escenarios tan distópicos y absurdos como ver al presidente Nicolás Maduro cantar “Imagine” frente a una multitud distan enormemente del autoritario “señor ministro, exprópiese” de Chávez, evidenciando una transformación política que refleja la degradación, la improvisación y el carácter errático del poder en la Venezuela contemporánea.

En este contexto, la aplicación de la teoría del caos —desarrollada inicialmente en las ciencias exactas y que sostiene que, en los sistemas complejos, pequeñas variaciones en las condiciones iniciales pueden producir resultados radicalmente distintos e imposibles de predecir con precisión—, al trasladarse a las ciencias sociales, nos permite comprender cómo decisiones políticas aparentemente limitadas pueden desencadenar consecuencias desproporcionadas al interactuar con estructuras económicas, institucionales y culturales frágiles, como ha sido el caso venezolano.

Desde esta perspectiva, la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999 puede entenderse como la condición inicial que alteró profundamente el equilibrio del sistema político. Las reformas constitucionales, el control progresivo de las instituciones y una creciente dependencia de la renta petrolera generaron bucles de retroalimentación que, lejos de estabilizar el sistema, empujaron al país hacia una dinámica cada vez más caótica.

Decisiones que en su momento parecían tácticas, coyunturales o simplemente necesarias por ser congruentes con la política del “Socialismo del Siglo XXI” —como el control de precios, la politización de la empresa petrolera estatal PDVSA y las expropiaciones de edificios que albergaban joyerías y otros comercios en el centro de Caracas sin compensación, entre muchas otras— fueron los “aleteos de mariposa” que, poco a poco, levantaron un huracán cuyas consecuencias a largo plazo provocaron el colapso productivo, la hiperinflación y la mayor crisis migratoria de la historia reciente de América Latina, afectando no solo a Venezuela, sino que, como una sepsis, se fue esparciendo por todos los países cercanos, el nuestro incluido.

No obstante, la fase más caótica de esta crisis comienza tras la muerte de Chávez y la llegada al poder de Nicolás Maduro en 2013, cuando se pierde la coherencia ideológica del tan llamado movimiento bolivariano. Maduro no representa una continuidad ideológica sólida, sino un simbolismo vacío en el que se venera la figura del “eterno comandante”, dando paso a una fase de entropía política en la cual su gobierno comienza a tomar decisiones de forma reactiva y no estratégica.

Es en esta etapa cuando las deficiencias del sistema se vuelven críticas y donde escenarios tan disímiles como una invasión por parte de una coalición liderada por los Estados Unidos, una salida negociada de Maduro o incluso la posibilidad de que nada ocurra y todo se mantenga igual resultan igualmente plausibles. El sistema ha entrado en una dinámica caótica dominada por la incertidumbre. Hemos llegado a un punto en el que la imprevisibilidad y el caos se convierten en la única verdad de este sistema que llamamos Venezuela.

De este modo, Venezuela ha dejado de ser un problema estrictamente interno para convertirse en una quimera caótica cuyas perturbaciones hace años han trascendido las fronteras regionales y cuyo verdadero peligro yace en la persistente subestimación de su impacto. Por ello, ya no es posible comprender la realidad venezolana desde los marcos tradicionales del análisis político lineal.

La teoría del caos, aunque no ofrezca respuestas definitivas, sí nos brinda una advertencia fundamental: cuando un sistema supera cierto umbral de desorden, cualquier pequeño evento puede alterar radicalmente su trayectoria. Venezuela ya no es una anomalía aislada, sino una lección académica y política para la región y para el mundo.

*El autor es comunicador social y estudiante de Derecho