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La unidad no es para beneficio personal, sino para el futuro de Panamá

Archivo | La Estrella de Panamá
  • 31/05/2025 00:00

En la realidad política de nuestro país, la palabra unidad ha sido repetida hasta el cansancio. Pero con demasiada frecuencia, quienes la pronuncian lo hacen para proteger sus propios intereses, para afianzar su poder o para favorecer a su partido. Lo que presenciamos es una colaboración superficial, mientras por dentro reina la división, se habla en nombre del pueblo, pero se actúa en beneficio propio.

Soy estudiante universitario, y más que eso, soy un panameño que ama profundamente esta tierra. No escribo estas palabras para señalar ni para dividir, sino para despertar. Lo que necesitamos es una nueva forma de unidad: no una que sirva a individuos o grupos, sino una que sirva al pueblo, al futuro y a la nación entera.

Vivimos en un mundo marcado por la competencia geopolítica entre grandes potencias, y Panamá, por su posición estratégica, se encuentra justo en el centro de ese tablero. Esta realidad es una oportunidad, pero también una responsabilidad.

Debemos entender algo con claridad: Panamá no es el peón de nadie. Ni China ni Estados Unidos son enemigos, pero tampoco deben ser nuestros dueños. Nuestras decisiones de política exterior deben responder únicamente a los intereses del pueblo panameño. No se puede permitir que la inclinación hacia uno u otro lado sea dictada por beneficios personales o cálculos partidarios.

El equilibrio diplomático entre potencias no es señal de debilidad, sino de madurez y soberanía. Necesitamos liderazgo que sepa decir “sí” y “no” con la misma firmeza, no para satisfacer a otros, sino para proteger lo que nos pertenece: el derecho a decidir nuestro propio destino.

Se habla mucho de desarrollo. Lo repiten en campañas, en informes, en discursos. Pero cuando salimos a la calle, cuando miramos alrededor, no vemos ese desarrollo. Lo que nosotros los jóvenes vemos no son las cifras de los reportes oficiales, sino a nuestros amigos buscando trabajo sin encontrar nada, a nuestras escuelas cayéndose a pedazos.

Eso no es desarrollo. Eso es una gran mentira contada desde oficinas con aire acondicionado. Un país no se mide por cuánto dinero entra, sino por cómo ese dinero transforma la vida de su gente.

Si el “crecimiento” económico sólo sirve para engordar cuentas bancarias de unos pocos, entonces no es crecimiento: es saqueo. La política no puede seguir siendo una vía rápida hacia el enriquecimiento. Tiene que volver a ser lo que debería ser: un espacio de servicio, de entrega, de responsabilidad. Necesitamos una gestión pública limpia, y sobre todo, gente en el poder que recuerde que su deber no es proteger sus intereses, sino trabajar por el bienestar de todo el país.

Los panameños salimos a las calles porque estamos cansados. Protestamos porque queremos un cambio. Y es justo. Es nuestro derecho. Pero también debemos preguntarnos: ¿Por qué protestamos? ¿Qué queremos construir? ¿Qué sigue después del grito? Protestar no es suficiente si no sabemos hacia dónde vamos. No podemos permitir que el enojo momentáneo reemplace la visión de futuro, necesitamos actuar no sólo con coraje, sino con inteligencia y propósito.

Y sobre todo, necesitamos respeto. Respeto por las ideas distintas, por las voces diversas, por ese otro panameño que piensa diferente, pero ama este país igual que tú. Si dejamos que la política divida al pueblo, estaremos haciendo el trabajo sucio de aquellos que se benefician de nuestro silencio y nuestra desunión. Nuestra lucha no es entre ciudadanos. Nuestra lucha es contra la indiferencia, contra la corrupción, contra el conformismo. La unidad verdadera nace del respeto mutuo y del deseo común de ver a Panamá levantarse.

El futuro de Panamá no le pertenece a unos pocos. No está en manos de partidos ni de caudillos. Está en nuestras manos, en la voz del pueblo, en la acción colectiva, en la conciencia despierta. No podemos seguir entregando el rumbo del país a intereses privados o ambiciones personales. Necesitamos participación, pensamiento crítico y una ciudadanía activa que vigile, exija y construya.

*El autor es estudiante universitario