La universidad que estamos construyendo
- 06/11/2025 00:00
En artículos anteriores he defendido la necesidad de laboratorios vivos, donde las ideas se crucen con las manos y el aula se convierta en un espacio de creación y no de repetición. Pero hoy quiero presentar una universidad que todavía está en las manos del alfarero. Una universidad que necesitamos imaginar, una que implica escapar de los esquemas de siempre, de los programas que dictan contenidos como si la creatividad pudiera ser curricular.
Peter Drucker, el gran pensador de la sociedad del conocimiento, anticipó desde los años 60 el trabajo remoto, la automatización, el valor del conocimiento aplicado.
Hoy, cuando la inteligencia artificial diseña proteínas, predice estructuras atómicas y colabora en premios Nobel, seguimos enseñando ecuaciones diferenciales como si fueran un fin en sí mismas, sin explicar por qué ni para qué.
No se trata de eliminar la técnica, sino de reubicarla. La calculadora no mató a las matemáticas, pero sí desplazó el valor del cálculo mecánico. En ese mismo espíritu, debemos enseñar a pensar antes que enseñar a resolver. La universidad debe dejar de ser un museo de teorías pasadas para convertirse en un vivero de ideas futuras. Lo que el mundo necesita ya no son repetidores de contenido, sino constructores de posibilidades.
En el sistema promedio, los estudiantes aprenden bajo amenaza: si no traen la calculadora, si no memorizan la fórmula, si no repiten el procedimiento exacto, fallan. Y fallar, en este sistema, significa perder. Así se forma el estrés, no el talento. Así se modelan profesionales temerosos, no innovadores.
¿Y si liberamos los programas? ¿Y si dejamos de exigirle a un joven que atraviese diez materias que jamás usará, mientras aplazamos la enseñanza del pensamiento crítico, la creación interdisciplinaria y la solución de problemas reales? ¿Qué pasaría si, en lugar de repetir lo que ya está en una plataforma, empezamos a preguntar lo que nadie ha respondido?
La universidad del 2050 no debería parecerse a la del 2020, y mucho menos a la del siglo XX. Necesitamos aulas que inspiren, no que repitan; docentes que desafíen, no que vigilen; sistemas que premien la invención, no la sumisión. Ciencia abierta, creatividad como currículo, y una comunidad que piense el conocimiento como herramienta de transformación social y no como un requisito de graduación.
Estos cambios no son utopía. Ya comenzaron a integrarse desde la Udelas, donde hemos transformado laboratorios en espacios de co-creación, donde el currículo se reescribe con base en los desafíos del entorno, y donde la creatividad comienza a valer más que la memorización. Bien lo he conversado con un viejo y gran amigo: ¡Vamos!
Como griego camino a las Termópilas, como Teseo entrando al laberinto, como Aquiles eligiendo su destino, como Alejandro montando a Bucéfalo, sabemos que el futuro no se espera, se enfrenta y se crea.