La voz incómoda de la Generación Z
- 26/11/2025 00:00
La política mexicana en los últimos años opera bajo códigos que, a menudo, ignoran la urgencia de las nuevas generaciones.
La respuesta de la presidenta Claudia Sheinbaum tras la reciente movilización del 15 de noviembre, convocada por la llamada Generación Z, encapsula esta desconexión de manera brillante y preocupante: “Creen que van a debilitar a la presidenta por lo que gritan, ¡No! Me hacen más fuerte”.
Este desprecio hacia la disidencia joven no es solo una táctica retórica, es la evidencia del limitado alcance que la actual administración le otorga a la crítica democrática.
La convocatoria de la Generación Z no surge de un pliego petitorio tradicional, sino de la profunda frustración con el statu quo y las consecuencias de la polarización que ha dominado la última década.
Para los jóvenes que hoy tienen entre 18 y 25 años, el proyecto político en el poder no representa una “transformación”, sino la continuidad de los problemas que sus padres enfrentaron, magnificados por nuevas ansiedades.
Sus motivos son fundamentalmente por el hartazgo ante la corrupción percibida, la militarización de la vida pública, la impunidad sistemática; y sin dudas, el disparador de esta molestia estuvo en el asesinato del alcalde de Uruapan, en el Estado de Michoacán, Carlos Manzo.
Organizados a través de redes sociales, su protesta fue fluida, crítica y apolítica, en el sentido tradicional; pues se opone al establishment en su conjunto, buscando una rendición de cuentas que el oficialismo no está dispuesto a dar. Gritan no solo por lo que les duele hoy, sino por el futuro que sienten hipotecado.
La declaración de la presidenta Sheinbaum, al afirmar que el grito de la oposición la hace “más fuerte”, tiene implicaciones políticas y sociales profundas que erosionan la calidad de la democracia mexicana.
Al enmarcar la protesta como un factor que “la fortalece” en lugar de como una crítica legítima que requiere atención, la presidencia refuerza la lógica binaria y polarizante. Niega la validez del disenso, catalogándolo como mero ruido o, peor aún, como un motor para la consolidación del poder. Esta retórica desestima la responsabilidad de gobernar para todos los mexicanos, incluidos aquellos que se manifiestan en su contra.
Por otra parte, el mensaje a la Generación Z es claro: sus preocupaciones no merecen diálogo, solo desdén. Esto genera una profunda enajenación en un sector de la población que es fundamental para la vitalidad democrática.
Cuando la máxima autoridad desprecia la voz de los jóvenes, se les empuja hacia el cinismo político o, en el peor de los casos, hacia formas más radicales de protesta, al cerrarse la vía institucional del diálogo.
Una democracia robusta no se mide solo por la fuerza electoral del partido gobernante, sino por su capacidad de escuchar y procesar la disidencia. La salud democrática de México se ve afectada cuando el poder ejecutivo confunde la crítica con un intento de sabotaje personal.
Desconocer que la acción de la Generación Z pudo ser un ejercicio de derecho cívico y una manifestación de vitalidad ciudadana, debiendo llamar la atención de la administración, evitando convertir la queja en insumo para su propia narrativa de invencibilidad, revelando una falta de madurez democrática.
México necesita puentes, no trincheras. Ignorar la calavera y el sombrero de paja es ignorar el fantasma de insatisfacción que crece en el corazón del votante. La fuerza del verdadero liderazgo reside en la capacidad de sumar, no en el arte de polarizar.
Lo que se presenció en mas de 56 ciudades mexicanas con estas protestas fue el resultado de una generación cansada y frustrada por los niveles de violencia en el país; y no estuvieron solos, fueron acompañados generaciones mayores que igualmente sienten insatisfacción con el gobierno, esto a pesar de que, según la encuesta nacional Mitofsky para El Economista, la presidenta Sheinbaum tiene niveles de aprobación superiores al 70 %, a más de un año después de su llegada al poder.
Es claro que los enormes programas sociales, asistencialistas, con entregas de dinero en efectivo y con criterios políticos, aun sostienen, como sostuvieron a su antecesor, con altos niveles de aprobación, pero este desprecio de la presidenta refleja claramente un nivel de frustración personal, pues si bien esta bien valorada, sabe claramente que la Cuarta Transformación, no ha logrado, y sigue sin lograr los grandes cambios que se propusieron.
Descalificar la protesta, exponer públicamente los datos personales de algunos de los convocantes, además de ser un acto irresponsable y violento, deja muchas dudas sobre el verdadero caris democrático de la mandataria, y eso, es realmente preocupante.