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Lenguaje inclusivo: entre la visibilidad y la controversia

El lenguaje inclusivo no es una amenaza a la gramática. Pixabay
  • 10/05/2025 00:00

Como docente universitaria y activista de derechos humanos, me enfrento a una pregunta recurrente en aulas y debates públicos: ¿por qué usar lenguaje inclusivo? Para algunas personas, es una imposición ideológica; para otras, una cuestión gramatical. Pero el debate trasciende: el lenguaje construye realidad, poder y pertenencia, nombrando, reconociendo o excluyendo. En un mundo que margina por género, origen o condición, el lenguaje inclusivo es una práctica política y pedagógica. Es necesario reflexionar sobre sus fundamentos, resistencias y alcances, desde una mirada crítica y profundamente humana.

El lenguaje inclusivo surge progresivamente en la década de los 70. Desde el feminismo de segunda ola inicia, en países de habla inglesa y francesa, a cuestionar el uso del masculino como forma “neutra” o “universal”. Textos como el de Robin Lakoff, 1975 y Betty Friedan, 1963, sientan las bases para repensar el lenguaje como herramienta de exclusión o visibilización.

Al mismo tiempo, con el avance de los derechos LGBTQ+, las luchas antirracistas y el enfoque interseccional, el lenguaje inclusivo se expande para visibilizar identidades no solo de lo femenino, sino de no binarias, racializadas, discapacitadas, etc.

En español, aparecen formas como “@”, “x” y más recientemente “e” (e.g., todes, compañeres) como intentos de romper la lógica binaria del género gramatical.

En pleno siglo XXI se acelera la difusión de estas formas, especialmente entre juventudes y espacios militantes. En muchos países americanos como Argentina, México y Colombia, el lenguaje inclusivo entra en la educación, el activismo, la política y los medios alternativos y, en paralelo, las instituciones lingüísticas como la Real Academia Española (RAE) reaccionan con resistencia, alegando que estas formas no son “correctas”, lo que intensifica el debate. Pero todas ellas han sido históricamente conservadoras, y su legitimidad para definir “lo aceptable” está cada vez más cuestionada por hablantes que ven en el lenguaje inclusivo una forma de democratizar el discurso.

Entre los argumentos a favor del lenguaje inclusivo tenemos que visibiliza identidades tradicionalmente excluidas por el masculino genérico. Nombrar explícitamente a mujeres, personas no binarias y otras disidencias, reconoce su existencia y es un paso clave para la inclusión social y política. Desde la lingüística crítica, el lenguaje no solo describe la realidad, sino que la moldea, influyendo en quién es visto como parte de la sociedad. Hablar de “los estudiantes” no equivale a “las y los estudiantes” o “les alumnes”. En la práctica, desdoblamientos (“los y las docentes”), neutros (“todes”) o formas como “x” y “@” reflejan la pluralidad de hablantes, siendo intentos conscientes de un lenguaje más justo.

La principal resistencia al lenguaje inclusivo en el ámbito hispanohablante proviene de la RAE, fundada en 1713, que se presenta como autoridad normativa de la lengua, que defiende el masculino como única forma inclusiva. Pero, ¿qué legitimidad democrática tiene esta institución? Históricamente masculina, con 485 académicos, solo 11 mujeres hasta hoy y elitista, la RAE no refleja la diversidad de los hablantes. Que una entidad conservadora dicte qué palabras “valen”, cuestiona su rol en un mundo que busca equidad. El lenguaje pertenece a quienes lo usan, no a una academia que desestima formas surgidas de la realidad social.

Las lenguas sin academia tienen un enfoque más abierto. Muchos idiomas evolucionan de forma descentralizada. El inglés, sin academia oficial, adopta con más flexibilidad formas como they/them para personas no binarias. En francés, aunque existe la Académie française, su autoridad es simbólica; el lenguaje inclusivo es usado por docentes y activistas pese a prohibiciones oficiales. El alemán tampoco tiene una única institución rectora: el uso inclusivo (como el Gendersternchen, Schülerinnen*) es común en contextos sociales y académicos. Aunque genera debate, el enfoque es más abierto y plural, con participación de medios, universidades y colectivos sociales. En portugués, las academias tienen poco peso normativo, y en Brasil formas como todes ganan terreno. Esto demuestra que la evolución lingüística es social y más abierta donde no hay imposiciones centralizadas.

En conclusión, podemos decir, desde una mirada de derechos humanos, que el lenguaje inclusivo no es una amenaza a la gramática, sino una herramienta para visibilizar, nombrar y dignificar a quienes históricamente han sido excluidos del discurso. El idioma no es propiedad de una élite, es un bien común, y como tal, debe estar al servicio de la justicia, la diversidad y la equidad, reflejando a un mundo que nombra a ¿“todes”?

*La autora es arquitecta y activista de derechos humanos