Los límites de la esperanza

Roberto Barrios | La Estrella de Panamá
  • 01/11/2025 00:00

Lunes, cuatro de la mañana, aún no ha amanecido; la ciudad está despertando. En las inmediaciones del ION gran movimiento vehicular y de personas en esta lluviosa mañana de octubre. Mujeres con pañuelos en la cabeza, hombres de rostros cansados, familiares cargan taburetes y bolsas. En el hospital filas largas para tomar un cupo y gente aglomerada en cada pasillo.

Esta imagen evoca un recuerdo de mi niñez cuando paseaba con mis padres por una avenida de la ciudad y me explicaban de la existencia de un lugar que atendía gente que padecía una terrible enfermedad. Miraba -curiosa- desde el carro las largas filas de ese lugar, del que solo recuerdo, sentí temor. Hoy, piso su actual instalación por amor, ese que cumple, se compromete y no falla. Aquí, el murmullo es fuerte y vibra al unísono, donde logras escuchar ¿dónde está tal o cual sala?

Aquí todos tienen su historia, que cuenta con el que va adelante o detrás en su fila. Escuchas ¿Quién es el último? Aquí todos tienen en común un padecimiento y la esperanza de vencerlo.

Muchos vienen de lugares lejanos con grandes bolsas y a veces sin haber probado bocado no solo por los exámenes que requiere su ayuna, sino porque no tienen para adquirirlo.

En los muros del instituto se respira ansiedad y zozobra; sus pasillos huelen a café y a miedo. El aire acondicionado congela la piel y el tiempo. Hay espacios identificados con letreros: Farmacia, laboratorio, otros tienen hasta su propio distintivo “el búnker”, pero todos son sinónimo de: Aquí tendrás que esperar. Esperar para atención.

Sus visitantes son personas cuyos cuerpos sufren y cuyos tratamientos les debilita. ¿Cómo es posible que pacientes con diagnósticos severos, deban esperar en salas congestionadas tantas horas? Sé que nadie olvida que están enfermos, pero que hacemos para aliviarles la carga.

Hay almas cálidas que cantan, rezan, comparten bocadillos y les acompañan en las salas, tratando de llevar paz en medio de la espera.

El tiempo vuela para todos, pero aquí parece no avanzar. Ves gente de un lado para otro con carpetas con documentos presumiblemente exámenes médicos. Elevadores dañados, escaleras angostas que dificultan el movimiento y que sirven de asiento para los pacientes.

Nadie quiere estar aquí, pero si están aquí, hagamos que estén mejor. Un panorama ideal sugiere que haya mascarillas para todos, que los envases de gel estén llenos, habilitación de centros de información efectiva en cada nivel, personal médico deambulando por los pasillos para que se sientan seguros mientras esperan su atención, no que si se sienten mal acudan a la fila de “corta estancia”. Procurarles sillas, espacios para conectar su celular, fuentes de agua, una cafetería acondicionada, espacios distribuidos y bien organizados.

¿No es suficiente el dolor de llevar esta enfermedad? y tener que enfrentar el dolor de ver el traslado de cadáveres por los pasillos porque los elevadores y espacios destinados no están habilitados y es el único paso que hay.

Los pacientes cuentan su experiencia. Panameños atravesando la misma pena, la misma tragedia con diferentes caras.

El sistema de salud pública hace lo que puede con lo que tiene, pero falta tanto. El personal trabaja al límite con dedicación. Todos juntos intentan mantener el orden en medio de un verdadero caos, pero hay tanto que hacer.

Admiro el esfuerzo que hacen, pero la realidad golpea por donde te muevas en este lugar. Soy consciente de lo que se debe pasar en pos de la esperanza de vivir. Hay tanta necesidad que no logras asimilar lo que observas. Es como un refugio malogrado en medio de la guerra.

Sus cuerpos se han acostumbrado a las agujas, al frío, al sabor metálico del yodo y sus espíritus al miedo, pero lo que no se admite es la costumbre a la carencia, el recuerdo a medias de los que pueden hacer más; y menos ser un número en la estadística.

Veo la esperanza en un grupo de hombres de negocios en compañía de autoridades del ION. ¡Ojalá! hagan algo por este lugar. Se debe actuar y pronto. Cada día se diagnostican más casos de este flagelo y como van las cosas parece que los recursos disminuyen mientras la enfermedad y tiempo avanzan.

Reconozco que no todo es sombra, hay seres nobles que donan tiempo y recursos, pero la necesidad es demasiado grande.

Afuera la lluvia continúa incesante. Vendedores de lotería y vendedores ambulantes improvisan negocios de venta de comida y bebidas a las personas que han pasado largas horas en espera.

Es así como muchos viven la rutina silenciosa del cáncer en nuestro país. Démosle la mano a este instituto. Cualquiera podría necesitar de él.