Los padres sin su día
- 23/06/2025 01:00
Este año me ha parecido que la celebración del Día del Padre ha sido discreta y lo digo así, pues, no sé cómo explicarlo mejor. Entiendo que la situación económica del país y la zozobra de la mayoría de las personas ante una crisis, que se prolonga ya por casi dos meses, pueden ser motivos para que la fecha haya aparecido con menos entusiasmo a otros años.
Más si hiciéramos memoria y se comparara con la festividad del Día de la Madre, la diferencia es notable. Muchas veces al realizar un análisis histórico y sociológico de estas celebraciones tenemos una pista que nos lleva a tomar conciencia de situaciones complejas.
Entender cómo se establece este vínculo afectivo y de apego con la madre no suele ser tarea complicada. Durante los nueve meses de embarazo, las mujeres sentimos la formación y presencia de otro ser humano, quien desde el momento de la concepción dependerá enteramente de nuestro cuerpo para llegar a término y nacer.
Después del nacimiento, la alimentación y los cuidados requeridos para la supervivencia de un neonato son imprescindibles para garantizar su vida; a partir de este vínculo estrecho entre la madre y sus hijos existe un nexo biológico, según sabemos hoy en día, células del feto permanecen en el corazón, el cerebro y otros órganos de las mujeres, sin que aún sepamos exactamente qué función cumplen. Cada hijo concebido deja esa huella física en el cuerpo de su madre.
En el caso del padre los vínculos deben desarrollarse progresivamente, de ahí la recomendación de que el padre asista a las citas de control durante el embarazo y puedan, a través de técnicas modernas cada vez más sofisticadas como el ultrasonido, ver cómo crece esa criatura, la que ha heredado carga genética suya. Por eso, es también recomendable que el padre esté presente en el parto; sentir así todo lo que representa el milagro de ver nacer una nueva vida.
Más adelante, este vínculo con el padre debe fortalecerse con cuidado, presencia, protección y el amor por sus hijos, de manera que estos vínculos, que se adquieren poco a poco, fortalezcan su presencia; pues para quienes no la han tenido suele dejar huellas.
Desde el punto de vista legal, el Código de la Familia establece que se presumen del marido todos los hijos habidos en el matrimonio, es decir, que cuando la mujer casada da a luz, el reconocimiento de la paternidad de ese niño está garantizado por el vínculo matrimonial.
Cuando la mujer embarazada no está casada al dar a luz, el padre debe presentarse voluntariamente a reconocer la paternidad. Algunas veces por negligencia y otros por irresponsabilidad, el progenitor no siente la urgencia y necesidad de cumplir con este trámite, del cual se derivan derechos y responsabilidades hacia el menor.
Desde 2003 existe la Ley de Paternidad Responsable, que establece un procedimiento sencillo y al alcance de todas las mujeres no casadas para garantizar el reconocimiento de sus hijos. Al momento del alumbramiento, deberá dar, junto con su nombre y el número de cédula y bajo la gravedad de juramento, el nombre y datos del padre. Al ser informado y este no cumpliera con el requisito de reconocer su paternidad alegando dudas, tiene derecho a solicitar una prueba de ADN, más se le advierte que deberá pagar la prueba si resulta positiva y, en caso de que la madre haya declarado en falso será sancionada.
De esta manera se garantiza que todos los niños sean reconocidos por su padre y no sean privados de la protección que este reconocimiento implica.
Sé dé muchas mujeres heridas por el abandono de quien no ha querido reconocer su responsabilidad como padre y repiten la frase: “yo soy una madre padre”. Quizás las razones que he dado en estas líneas sirvan para dejar claro que nadie sustituye el rol protector y afectivo, paterno, indispensable y necesario en la vida de todos los seres humanos.