Luces históricas para descolonizar el saber en salud en Panamá
- 16/12/2025 00:00
Mucho se nos decía en las escuelas y colegios y aun en la universidad, que los beneficios del sistema sanitario panameño tenían como benefactor histórico al sistema norteamericano de salud, implantado a propósito de la construcción del canal de Panamá. Esto, sin duda tiene algo de verdad, pero no es toda la verdad histórica. Esta versión, poco sometida al escrutinio científico es una narrativa muy propia del proceso de colonización que inauguró la etapa moderna con el inicio de nuestra República tutelada que somete al país a una dependencia discriminatoria que aún no se ha logrado superar integralmente, ni siquiera en el ámbito sanitario o de la atención de salud.
En efecto, Panamá aparece en el escenario de inicio del siglo XX como un laboratorio donde se ensayaron tratamientos, sí, pero también esquemas de control social vertical, autoritarios, que aparecieron como “normales”, convertidos en modelo sanitario colonial de “ciudades portuarias”. Entiéndase bien, no son los hallazgos de Ross, Finlay y otros contemporáneos sobre las mal llamadas “enfermedades tropicales”, puestos en práctica en la ciudad de La Habana y luego aquí, los que significan por sí mismos medidas sanitarias colonialistas. El carácter colonialista vino detrás de estas intervenciones, en la política sanitaria propiamente dicha, cuando se establecieron prioridades de quiénes serían los que se beneficiarían y quiénes serían los que gestionarían todo el aparato sanitario.
En primer lugar, Panamá sirvió de ensayo para controlar infecciones como las mencionadas aquí, con dos propósitos. Uno, ensayar formas de organización que desde la salud sirvieran de justificación para diversos tipos de intervención colonial en el país. Téngase presente, que desde lo sanitario como desde lo religioso, las acciones autoritarias suelen verse como perfectamente naturales o normales.
En junio del año 1918, terminada la primera guerra mundial, los soldados norteamericanos habían traído unos infectados aquí, otros con toda clase de infecciones de transmisión sexual (ITS). Los que pagaron el pato aquella vez fueron las trabajadoras del comercio sexual, junto a los pequeños propietarios de bares, restaurantes y demás, con sus empleados. El colono imperial desató una persecución a estas poblaciones, a la vista cómplice del grupo gobernante cipayo de la época, de tal forma que establecieron un cerco, cual epidemia o brote que había que confinar; pero no solamente eso, sino que confiscaron todas las bebidas existentes y sus depósitos (¡!) ... ¿Acaso las bebidas eran vectores de tales ITS?
La política y el andamiaje colonial racializado de servicios de salud siempre revelaron a quiénes se protegía más. En 1907, la tasa de mortalidad entre los trabajadores blancos (que incluía a los europeos) fue de 17.5 por mil, mientras que la de los negros fue de casi 53 por mil. Hacia 1908, estas tasas habían descendido a 15.3 por cada mil y 19.5 por cada mil, manteniéndose tales proporciones diferenciadas durante varias décadas (Annual Report to the Isthmian comisión, citado en: Sutter, Paul, 2001).
Ahora bien, las estadísticas más visibilizadas son aquellas que nos hablan del “éxito” de la política norteamericana en el control de la fiebre amarilla y malaria. Sobre todo la primera, por ser más transmisible, eran de superlativa preocupación que la morbilidad que mayormente sufría la población trabajadora, tales eran la tuberculosis y la neumonía; perfil epidemiológico revelador de discriminación racializado, al menos hasta finales de los años de 1960.
La realidad anterior, en la que la sublime preocupación del colono imperial estuvo en el control de las “enfermedades tropicales”, particularmente la fiebre amarilla, era por su interés de que, al convertir al istmo panameño en un “centro del comercio mundial”, debía tener la certeza de que no se exportaría desde aquí hacia los centros colono imperiales, tales enfermedades explosivamente peligrosas para habitantes “blancos”. Este andamiaje de política sanitaria fue el modelo a ser implantado luego en ciudades puertos de Colombia, Perú y Ecuador.
Por ahí se habla también del supuesto aporte de la Fundación (comisión) Rockefeller, en la lucha a favor de la salud de nuestras poblaciones, con sus laboratorios dedicados a estudiar “enfermedades tropicales”. Que indagaran sobre estas infecciones y enfermedades parasitarias, fue cierto. Que lo hicieran en favor de nuestras poblaciones y sistema de salud... nada que ver. Cabe conocer, por ejemplo, que los sitios donde se localizaban los centros de esta fundación coincidían con los lugares donde había o se pensaba desarrollar empresas norteamericanas. Se localizaron cerca de zonas bananeras norteamericanas (en Bocas del Toro y Chiriquí se conocían como las “zonitas” aludiendo a similitudes con la “zona del canal”), en La Chorrera para evitar brotes zoognóticos como protección del consumo de la carne de los soldados de las bases militares y funcionarios de la comisión del canal, entre otros. Lo del aporte a la salud del conjunto de los panameños es mera ficción. No por azar, la Oficina Panamericana de la Salud (OPS) nace antes de la propia OMS; no por azar por más de cuatro décadas, los que dirigían esta oficina provinieron de la marina de guerra de los EUA... y no por azar, hoy el gobierno de Trump se ha salido de la OMS, pero curiosamente no de la OPS. Otorgarle a una potencia imperial bondades dadas hacia sus colonias o excolonias, que no son tales, resulta anticientífico y antihistórico.