Maduro en una prisión sin barrotes: Venezuela al borde del abismo

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en una foto de archivo. Miguel Gutierrez | EFE
  • 27/10/2025 00:00

La trampa invisible. La narrativa dominante sobre Venezuela —que Nicolás Maduro está a punto de caer, que el régimen se desmorona en días— es engañosa. La realidad es mucho más compleja y aterradora: Maduro no gobierna realmente. Está atrapado en una “prisión sin barrotes”, rehén de las facciones que dicen sostenerlo. Si intenta negociar, rendirse o escapar, podría ser eliminado. Y si el régimen colapsa sin un plan de transición, Venezuela podría convertirse en un escenario de caos comparable al Irak post2003 o incluso más devastador.

La hidra del poder

El poder en Venezuela no se concentra en un dictador absoluto, sino en una estructura tripartita que funciona como una hidra: tres cabezas entrelazadas, pero con intereses distintos.

1. La fachada tecnocrática. Los hermanos Jorge y Delsi Rodríguez, operadores del dinero y las negociaciones internacionales. Jorge, exalcalde de Caracas y excanciller, maneja la imagen del régimen ante el mundo, mientras Delsi, vicepresidenta, actúa como estadista. Ambos controlan los acuerdos petroleros que financian al régimen y facilitan la transferencia de dinero ilícito al exterior. No son moderados; son criminales sofisticados que aseguran la supervivencia del aparato económico, incluso bajo sanciones.

2. La brutalidad institucional. Diosdado Cabello, como presidente de la Asamblea Nacional y controlador del SEBIN y DGCIM, dirige la represión sistemática: torturas, detenciones arbitrarias y vigilancia permanente. Posee archivos que comprometen a todos los actores del régimen. Su poder asegura que cualquier intento de salida de Maduro pueda ser bloqueado o castigado.

3. La cúpula militar. El “Cartel de los Soles”, generales corruptos que controlan la extracción ilegal de minerales en el Arco Minero del Orinoco, rutas de narcotráfico y territorios donde operan bandas como el Tren de Aragua. No son ideológicos: su prioridad es proteger sus negocios ilícitos. Los ingresos de la minería ilegal superan cientos de millones de dólares mensuales.

Fuerzas paralelas: colectivos y bandas

A estas tres cabezas se suman los colectivos, milicias originalmente chavistas que hoy funcionan como mafias urbanas. La Piedrita domina el 23 de Enero en Caracas; Alexis Vive controla Catia y regula los CLAP; Tupamaro tiene células en varios estados y enfrenta incluso al ejército. Existen entre 10 000 y 30 000 milicianos dispersos y tribalizados, aunque Maduro presume cuatro millones. Los núcleos duros radicalizados serían suficientes para generar caos urbano con emboscadas y terrorismo selectivo.

El Tren de Aragua opera como corporación transnacional: tráfico humano, minería ilegal, sicariato y secuestros, en Venezuela y países vecinos. Su alianza estratégica con el régimen asegura apoyo armado y control territorial. En un colapso, este grupo prosperaría, consolidando rutas ilícitas y control territorial.

Fragmentación territorial y soberanía de facto

El Arco Minero del Orinoco es un feudo controlado por generales corruptos, el Tren de Aragua, guerrilleros del ELN y grupos irregulares colombianos, con explotación de oro mediante trabajo esclavo y contaminación por mercurio. La frontera con Colombia es una zona gris, donde bandas y disidencias controlan contrabando y seguridad. Caracas funciona como un archipiélago de micropoderes: el Gobierno solo controla ciertas zonas, mientras colectivos y bandas ejercen soberanía de facto en barrios como Petare, Catia o el 23 de Enero. Incluso la policía evita entrar sin permiso implícito de estos grupos.

Lecciones del pasado: el espejo de Irak

Irak postSaddam es un ejemplo aterrador. Tras la caída de 2003, la desarticulación del Estado y del ejército dejó a cientos de miles sin empleo y con armas, generando insurgencias, milicias sectarias y desplazamientos masivos. Entre 2003 y 2011 murieron más de 500 000 personas; 4 millones fueron desplazadas internamente y 2 millones huyeron a países vecinos. Venezuela comparte elementos similares: recursos estratégicos valiosos, instituciones debilitadas, múltiples actores armados y una población empobrecida y armada.

La paradoja de Maduro

Maduro sabe que si cae sin acuerdos de desmovilización y garantías negociadas para cada facción, el caos será inmediato. Los colectivos pelearían entre sí por territorio, el Tren de Aragua se expandiría, y la cúpula militar no aceptaría concesiones que amenacen sus negocios. Por eso, aunque Estados Unidos y la comunidad internacional presionen, cualquier plan de transición debe contemplar acuerdos claros de desarme, reintegración y justicia calibrada.

Conclusión: la pregunta no es cuándo

Venezuela no está a punto de liberarse. Está atrapada en un nudo gordiano donde cada facción protege sus intereses y negocios. Derrocar a Maduro, sin un plan de transición coordinado, podría llevar al país a un colapso humanitario de proporciones históricas. La pregunta no es cuándo caerá Maduro, sino cómo evitar que su caída arrastre al país al caos absoluto, destruyendo vidas, infraestructura y economía durante décadas.