Columnistas

Mi padre, el campesino

Mabelin Santos | Shutterstock
  • 21/06/2025 01:00

Campesino es quien tiene una relación directa y especial con la tierra y la naturaleza a través de la producción de alimentos u otros productos. Trabaja la tierra por sí mismo, depende sobre todo del trabajo en familia y otras formas a pequeña escala de organización del trabajo, está tradicionalmente integrado a sus comunidades locales y cuida el entorno natural local y los sistemas agroecológicos.

Si mi padre campesino, hubiese tenido instrucción académica, tal vez, no sólo habría obtenido más beneficios que los que obtuvo de la tierra santeña bendecida por nuestro Dios y Santa Librada, sino que, habría aportado más a la recuperación de la misma, luego de sus constantes siembras de arroz, maíz, frijoles, caña de azúcar y en la cría de un pequeño hato ganadero; sobre este último tema, sostenía que, “el buen ganadero, sólo debía aspirar a tener, la cantidad de ganado de la mejor raza, que pudiera mantener o sostener, en sus potreros”. Solo poseía una pequeña finca, La Montañuela, estaba ubicada donde comienzan las lomas que componen la cordillera del macizo del Canajagua azul, llamado Morales; paraje maravilloso que asemeja un Edén.

Durante parte de mi niñez, compartí y aprendí de él, lo poco o mucho que conozco de las cosas del campo.

La Montañuela, llegó a ser una especie de finquita modelo; a pesar de lo pequeña, mantenía como media hectárea de “montesito” en donde cuidadosamente mantenía un pequeño “ojo de agua”, con el que abastecía las reses que todo el año pastaban en aquel hermoso paraje. El canto de bimbines, titibúas, piquigordos, sinsontes y toda alaya de pájaros, alegraba aquel hermoso oasis. Lo mantenía limpio, bajo las sombras de grandes árboles frondosos, brotando agua limpia y fresca que no sólo beneficiaba a sus animales, sino a los de sus vecinos que nutrían sus quebraditas y charcos con agua de este cristalino y permanente manantial, que bajaba de La Montañuela, porque siempre creyó en la ayuda mutua y el bienestar comunitario. Era consciente, me explicaba, que sin ese ojo de agua, la finquita aquella no valía nada. Así fue siempre, cuidadoso y curioso con los pocos bienes que poseía, su familia, su casa de quincha, sus caballos de trabajo y el de paso para “presumir”, siempre una bestia hermosa de paso “picao o gateao”.

Hoy, cuando la tarde de mi vida asoma a mi existencia, pienso con mucha nostalgia, que debí aprender más de este campesino sabio, mi padre, quien sin instrucción académica, mantenía una filosofía de cómo vivir la vida en comunidad y ser autosuficiente; de utilizar sólo tres tipos de sombreros... El de junco, de ese junco que crecía en lagunas y quebradas, por lo fresco y duradero, para trabajar a campo traviesa y asistir a las juntas de embarre o de cualquier tipo, porque creía en la ayuda mutua; el pinta’o, hecho por las mujeres de los pueblos aledaños, de “cogollo y chonta negra”, para ir al pueblo (Las Tablas) y el de cogollo blanco, para asistir a las “jierras” y fiestas de toros (corridas de toros).

Pregunto, ¿cuántos peninsulares conocen o han visto el junco o han visto como se tejen y se cosen los sombreros de la región del Canajagua? ¿Si conocen la piñuela y los grandes piñolares, cerca primitiva de los potreros, refugio de iguanas y tantas otras especies? La “faragua, la paja pará y el cadillo”, fueron eliminadas y reemplazadas por pastos mejorados, lo que trajo mayor erosión, desgaste de los suelos, manteniendo el ganado flaco en invierno y verano, porque las lluvias en la península siempre han sido y serán muy escasas.

Con los cambios se fueron acabando los “comejenes alados”, totorrones, los corrococos, chigarras; desaparecieron las “tijeretas”, cocalecas, las paisanas y los conejos muletos, las “perdices de arca”, los borrigueros y moralejas, loros y pericos. Ahora, las tardes y mañanas del campo son silenciosas y tristes. Mi padre no gustó del uso de “matamalezas”, ni de abonos químicos, que no sólo matan la maleza, sino el monte virgen.

Se nos olvida cuidar de las avispas y las abejas. Pocos conocen lo que es un zeñago, la “mosca mulata y las corre gente”, lo divertido de encontrar un “tebujo”, un congo de avispas, por la dulce miel. Por esta razón, cada día escasean los marañones, los mangos de calidad, capuri, de tiempo, los mangos piro, piña y de puerco, las guayabas, caimitos, “guabita cansaboca”, los corosos y pifaes; poco se ven las flores silvestres de los madroños y guayacanes.

Todo aquello que un buen padre campesino le enseñó a este su hijo, como el cuidado de quebradas y ríos, construcción de zarzos, sin embalses egoístas, se perdió; veo con tristeza como ríos y quebradas han sido contaminados con porquerizas, gallineras y otros proyectos como, costrucciones de viviendas; cuyos desperdicios contaminan sus aguas, en detrimento no solo del campesino pobre, que no tiene a quien recurrir, sino de ciudades importantes como Guararé, Chitré, Las Tablas y todas aquellas que dependen del río La Villa y sus afluentes.

¿A dónde iremos a parar, sin sentido común, sin que las leyes se cumplan?

*El autor es escritor