Migrar no es delito: mirada humana a la movilidad en Panamá
- 08/07/2025 00:00
En los últimos meses, el debate sobre la movilidad humana ha tomado un auge impresionante en distintas partes del mundo. Las posturas se han polarizado: por un lado, quienes desde una visión proteccionista levantan barreras bajo la consigna de proteger “lo nacional”; por el otro, una corriente que apuesta por una mirada más social, reconociendo a la persona migrante como sujeto de derechos, con capacidades y voluntad de aportar.
En medio de estas discusiones, un elemento fundamental suele quedar fuera del análisis: la dimensión económica real de la migración. Según el Banco Mundial, en 2023 las remesas enviadas por personas migrantes hacia países de ingresos bajos y medios alcanzaron los $656.000 millones, pero debemos considerar que, por naturaleza humana, la mayor parte del ingreso generado por los migrantes se gasta en el país donde viven, donde deben alimentarse, pagar renta, utilizan servicios y demás, gastos que siempre serán tras o cuatro veces más altos que lo que podrán enviar para “ayudar” a sus familias en los países de origen.
Panamá no escapa a esta realidad, porque somos una nación forjada por migrantes desde la misma época de la colonización. Nuestra identidad cultural es un testimonio vivo de la mezcla: desde el sancocho estilo colonial español que une al Caribe y al Pacífico, hasta el pescado frito con patacones o el ceviche afrodescendiente, ambos que hoy consideramos platos nacionales. A pesar de esto, aún persisten discursos y publicaciones de medios, que estigmatizan a “los extranjeros”, como si fueran una amenaza y no parte del tejido cotidiano de este país.
Aclarar este panorama no implica, en ningún caso, promover la migración irregular. Nadie que crea y defienda los derechos humanos recomendaría a alguien vulnerar las leyes de otro país. Lo que necesitamos con urgencia es una política migratoria integral, que no se limite a enfoques de seguridad ni se fragmente en esfuerzos aislados. La gobernanza migratoria debe ser social, económica y estratégica al mismo tiempo.
En ese camino, Panamá dio un paso importante en 2023, cuando el Ministerio de Trabajo y Desarrollo Laboral emitió el Decreto Ejecutivo 6 del 13 de abril. Por primera vez en más de 25 años, se unificó y actualizó la normativa laboral migratoria, reemplazando un mosaico de más de 20 reglas dispersas e incomprensibles. Esta nueva normativa permitió, de manera clara y transparente, que una persona migrante regularizada pueda acceder a un permiso de trabajo según su perfil social o profesional, y establece además el Registro Único de Mano de Obra Migrante.
Este registro, apenas un año después de su implementación, ya arrojaba datos valiosos, según quedó evidenciado en el informe que publicó el Mitradel junto a la Organización Internacional para las Migraciones en 2024, donde se muestra que la gran mayoría de las personas migrantes en Panamá están en edad económicamente activa, cuentan con formación académica de sus países de origen y tienen habilidades que pueden integrarse de forma productiva al desarrollo nacional, algo económico y estratégicamente positivo para el país en temas de empleabilidad y demanda laboral.
Aun así, persiste uno de los grandes mitos: “los migrantes vienen a quitarnos los trabajos”. Nada más lejos de la realidad. La experiencia demuestra que la migración no resta, sino que suma. La competencia genera excelencia, y la mayoría de los migrantes en Panamá hoy se desempeñan en sectores como servicios y cuidados, áreas en las que muchos panameños no participan, pero que son fundamentales para la calidad de vida urbana.
Lo que necesitamos, por tanto, es potenciar las capacidades locales y migrantes a la vez. Invertir en educación, capacitación y emprendimiento, alineados con las demandas reales del mercado laboral. Que todos, seamos locales, migrantes temporales o permanentes, podamos sumar desde nuestras habilidades, en un proyecto común de crecimiento económico, cohesión social y bienestar.
Hablar de movilidad humana no es hablar de cifras ni de amenazas. Es hablar de personas, de familias, de historias y de potencial. Y también de Panamá, un país cuya mayor fortaleza histórica ha sido su apertura y su capacidad de mezclar culturas para construir futuro.