Panamá: dolor inesperado y viejos afectos

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  • 14/11/2025 00:00

Después de dos años de residir en Querétaro, México con una de mis hijas mexicanas por razones de salud y de edad, he vuelto a Panamá por unos pocos meses debido al súbito fallecimiento de mi única hermana, tres años menor que yo, con quien me crié en Colón mucho antes de imaginar mi familia que estaba destinado a ser escritor, profesor universitario y promotor cultural como actividades entrelazadas, permanentes e irrenunciables...

Como toda noticia dolorosa, difícilmente uno está preparado para recibir y, sobre todo, para asimilar una inesperada realidad de esta índole, sobre todo cuando es de naturaleza familiar. Nada nos prepara para este tipo de pérdida, para el hondo dolor emocional que conlleva, por más curtidos que creamos estar. Porque una cosa es la escritura de obras literarias en las que, por más realista que sea un texto, la imaginación es claramente “la loca de la casa”, como le llamaba Santa Teresa de Jesús, y muy otra el dolor de un súbito golpe de realidad emocional que perturba tu paz, te sacude los afectos, el alma misma, cuando menos lo esperas.

Y héme aquí, nuevamente en el calor panameño, empezando a reunirme con otros familiares, con viejos y fieles amigos, con colegas de largos años de brega literaria que con el paso de los años se fueron sumando atraídos por similares gustos por las letras, convirtiéndose poco a poco en una amplia red de gratas afinidades y recias costumbres que, en la mayor parte de los casos, siguen en pie.

Pienso en mi primera reunión hace un par de días (en compañía de mi hija Arabelle) con Mónica Durán, mexicana residenciada hace muchos años en nuestro país, excelente cuentista a quien aconsejo una y otra vez publicar como libro algunos de los valiosos cuentos que mantiene inéditos, y que fui conociendo cuando tomó un taller conmigo hace varios años, así como otros publicados en el número 92 de la revista “Maga”, que se dio a conocer hace algunas semanas en la UTP.

El segundo querido amigo y admirado escritor con el que me reuní, a invitación suya, ha sido Dimitrios Gianareas, cuentista y novelista nacional de recia contextura literaria, además de médico de profesión. Conversamos en un conocido restaurante de la ciudad durante casi tres horas tomando café y recordando viejos tiempos con esa confianza y ese regocijo íntimo que solo dan las amistades bien cimentadas... ¡Esas que son para toda la vida!

Y resultó que al rememorar viejas andanzas y compartir nuevas anécdotas, Panamá se me fue haciendo más entrañable que nunca... Era volver a vivir lo antiguo de otra manera, pero también lo novedoso como si no lo fuera tanto, de amigo a escritor y viceversa. Así suelen ser las buenas amistades, las más sólidas, pese al tiempo transcurrido.

Espero poderme reunir pronto con otros colegas que admiro y estimo, ya sea en pequeños grupos o individualmente. Pienso en Danae Brugiati, Ela Urriola, Silvia Fernández-Risco, Zary Alleyne, Cheri Lewis, Yoselin Goncalves, Gilza Córdoba, Olga de Obaldía, Isabel Herrera de Taylor, Sonia Ehlers, entre otras talentosas escritoras; así como con Neco Endara, Félix Quirós Tejeira, Salvador Medina Barahona, Eduardo Jaspe Lescure, Manuel Orestes Nieto, Gonzalo Menéndez González, Erasto Espino Barahona, Marco Ponce Adroher, Dionisio Guerra, Joel Bracho Ghersi, Héctor Aquiles González, Carlos Fong, entre otros, con los que, de igual manera, me daría mucho gusto retomar viejas pláticas, así como posibles proyectos como resultado de oportunas conversas tras tanto tiempo transcurrido. Y por supuesto, con mi hijo, arquitecto y pintor Enrique Jaramillo Barnes y su familia, quienes están de viaje.

Por otra parte, recientemente, se me ha invitado a impartir una conferencia en la Academia Panameña de la Lengua sobre las diversas características del cuento artístico (aún sin fecha); así como también espero ofrecer, en fecha posterior y en otro sitio, un amplio “seminario-taller de Cuento”, para personas que disfrutan tanto la lectura como la escritura de este fascinante género, cuyo primer impulso mayúsculo se lo debemos en esta parte del mundo –como es sabido–, a la gran creatividad del norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1849), fallecido a los 40 años.

Lo cual me hace recordar que el primer panameño en publicar un libro de cuentos fue el poeta Darío Herrera (1870-1914), en Buenos Aires, en 1903: “Horas lejanas”. El siguiente autor nacional del que se publicarían sus cuentos, de excelente factura, habría de ser, póstumamente, el poeta de la patria: Ricardo Miró (1883-1940), gracias a la diligente recopilación del escritor y periodista panameño Mario Augusto Rodríguez: “Estudio y presentación de los cuentos de Ricardo Miró” (1957).

Desde entonces la producción cuentística nacional ha ido en aumento en cantidad y calidad sorprendentes. Y en el actual siglo XXI la presencia femenina como cultora de este género se ha triplicado, más que en cualquier otro país de Centroamérica, tal como lo demuestro en mi antología: “Ofertorio: Secuencias y consecuencias. Antología de mujeres cuentistas de Panamá: Siglo XXI” (2023); compilación que reúne a 54 excelentes cuentistas nacionales.

Hubiera querido aterrizar mi nostalgia de la Patria en circunstancias menos dramáticas, pero la realidad es lo que es y no hay cómo cambiarla.