Panamá: soberanía de micrófono, política exterior de eco ajeno
- 12/11/2025 00:00
El presidente José Raúl Mulino, en su informe semanal del jueves 16 de octubre, proclamó con voz casi eufórica que su Gobierno “mantiene relaciones con China” y que “nadie tiene derecho a involucrar a Panamá en disputas entre Washington y Pekín”. En abstracto, suena a un gesto digno de independencia; pero, cuando se coloca en el contexto de los últimos meses, suena más a libreto ensayado para disimular la falta de una política exterior concebida en Panamá y para Panamá.
Conviene recordar que fue el mismo Gobierno de Mulino el que, presionado por las recientes visitas del secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, y del secretario de Defensa, Pete Hegseth, anunció la no renovación de la adhesión panameña a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, suspendió o revisó acuerdos con empresas chinas y ordenó auditorías sobre concesiones portuarias vinculadas a Pekín. Todo eso después de que Washington denunciara la supuesta “influencia china” en el Canal de Panamá y sugiriera medidas unilaterales, si el país no “corregía” su rumbo.
Aún más revelador fue el episodio del comunicado conjunto entre Mulino y Hegseth. En español, el texto hablaba de la “soberanía irrenunciable de Panamá sobre el Canal y sus áreas adyacentes”. Sin embargo, en la versión inglesa publicada por el Pentágono, la frase desapareció por completo. Una omisión que en diplomacia pesa más que un grito patriótico. Mientras la Casa Blanca hablaba de tránsito “first and free” para buques estadounidenses, el Palacio de las Garzas aseguraba que jamás habría “trato preferencial” alguno.
Dos lenguas, dos relatos, una misma contradicción. Por eso, cuando el presidente reclama que no se le “jale a Panamá” hacia disputas entre potencias, lo que realmente proyecta no es independencia, sino ambigüedad. La diplomacia panameña parece actuar por reflejo, respondiendo a coyunturas y presiones extranjeras, no a una visión de Estado. La coherencia —esa virtud indispensable de la política exterior— se ha vuelto una víctima más de la conveniencia inmediata.
Mulino proclama soberanía, pero la ejerce con permiso. Habla de autodeterminación, pero ajusta su brújula al viento que sople más mfuerte. Declara que no permitirá interferencias, mientras reconfigura relaciones con China justo después de cada visita de un emisario norteamericano. En esa danza de contradicciones, Panamá deja de parecer un país soberano y se asemeja más a un portavoz ajeno: alguien que repite los discursos de otros, pero con acento local.
La confianza internacional no se gana con palabras inflamadas, sino con políticas firmes, consistentes y predecibles. Cuando un Gobierno dice una cosa y hace otra, el mundo lo advierte. Y cuando eso ocurre, los socios dejan de ver a Panamá como un aliado confiable y comienzan a verlo, tristemente, como lo que estamos pareciendo ser: un país que confunde la soberanía con la retórica, y que aún no aprende que la independencia no se declama, se demuestra.