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¿Para qué sirve la poesía?

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  • 08/08/2025 00:00

La mejor poesía, más que simplemente nombrarlos, ausculta los matices de lo bueno, lo malo y lo feo desde una perspectiva personalísima que no se queda en la superficie de las cosas, sino que mide las consecuencias y les asigna un valor emocional o intelectual (o ambos)

Evidentemente, la buena poesía concebida como una expresión artística es mucho más que colocar una palabra bonita tras otra en determinado orden para describir o explicar algún aspecto de la realidad o, incluso, de la irrealidad que en un momento dado nos deslumbra o nos acecha. Es, entre otras cosas, una manera de concebir el deslumbramiento que nos producen ciertos aspectos de nuestra cotidianidad o de nombrar lo que sabemos innombrable, pero que igual sacude las fibras más íntimas de nuestro ser cada vez que al respirar nos sabemos infinitamente frágiles y, por tanto, humanos.

La mejor poesía, más que simplemente nombrarlos, ausculta los matices de lo bueno, lo malo y lo feo desde una perspectiva personalísima que no se queda en la superficie de las cosas, sino que mide las consecuencias y les asigna un valor emocional o intelectual (o ambos). Así, cualquier coleccionista de palabras o, incluso, de imágenes, no es poeta por sus ocurrencias un tanto estrambóticas ni por su ingenio. Es la mirada profunda que ausculta sentimientos y logra expresarlos con un lenguaje sorpresivo, pero siempre cautivante en sus descubrimientos la que permite que determinada secuencia de versos adquiera un sentido novedoso y a la vez profundo de la realidad expresada.

Por supuesto, hay diversos tipos de poesía, siempre los ha habido; unos más transparentes o más herméticos que otros. Y siempre hay estilos particulares que acaban convirtiéndose en simples modas. Pero en todo caso, lo que realmente importa es la capacidad del poeta para expresar de forma original sus percepciones de la realidad, logrando o no transferírselas de forma sutil o contundente a sus más sensibles lectores. Para ello no hay normas absolutas ni mucho menos recetas.

Lo que siempre debe haber son lectores sensibles, capaces de pensar, sentir y conmoverse si fuera el caso, ante los siempre imprevisibles estímulos de una poesía capaz de sacudirnos porque nos llega piel adentro. Una poesía que se alimenta en similar medida de lo que describe y de sí misma. Una poesía, además, que nada debe pedirle a la prosa para sacudir y conmover al lector.

La creación poética, contrario a los géneros narrativos que más circulan en Panamá —cuento y novela— no ha merecido casi la atención de los pocos críticos literarios que tenemos. Es como si a priori se asumiera que, erróneamente, escribir poesía entraña menos esfuerzo o fuera menos duradera en la memoria colectiva. En realidad, a mi juicio muchas veces suele ser lo contrario. Ciertos versos contundentes suelen resultar inolvidables para los buenos lectores, e incluso para los no tan buenos. Sobre todo si son portadores de una carga emocional que logre impactar los hábitos de lectura más tradicionales...

Lo que suele ocurrir es que una buena historia bien narrada por un diestro autor despierta más curiosidad en lectores acostumbrados a entender un cuento o una novela como una especie de simulacro de la vida misma, en donde por supuesto también suceden cosas. Y en ese sentido, recuerdan más las tramas bien urdidas en cuentos y novelas que las imágenes planteadas por los versos en la lectura. Eso creo.

Además, es más fácil olvidar un poema que una narración en que además hay personajes que pueden ser inolvidables debido a su muy peculiar personalidad o falta de ella. Además de otros factores importantes en el relato de una historia, como lo es la creación de determinadas atmósferas.

Me permito nombrar a una serie de grandes poetas panameños ya fallecidos, que supieron sensibilizar a sus lectores, e incluso a los actuales, y cuyo nombre por ello ha quedado registrado en nuestras letras. Pienso por supuesto en los, a mi juicio, mejores: Darío Herrera, Ricardo Miró, León A. Soto, Demetrio Herrera Sevillano, Amelia Denis de Icaza, Gaspar Octavio Hernández, entre los pioneros. Y posteriormente, en Stella Sierra, Ricardo J. Bermúdez, Diana Morán, Tristán Solarte, Rosa Elvira Álvarez, José Guillermo Ros-Zanet, Esther María Osses, Tobías Díaz-Blaitry, Rogelio Sinán, José de Jesús Martínez, José Franco, Roberto Luzcando, Elsie Alvarado de Ricord y Álvaro Menéndez-Franco, entre otros adalides de nuestra mejor poesía.

Todos esos destacados poetas nacionales, al igual que no pocos de los recientes, tienen muy claro que la poesía no es sólo un muy singular estado de ánimo, sino la capacidad de transformar emociones en su adecuada descripción mediante palabras capaces de transmitirla de forma singularmente bella, sin caer en el lugar común. Para todos ellos, de una manera u otra, su mejor poesía nace y se representa en un sólo golpe de inspiración.

Y más recientemente, cómo no mencionar a Manuel Orestes Nieto, Giovanna Benedetti, Salvador Medina Barahona, Moravia Ochoa López, Pedro Rivera, Bertalicia Peralta, Consuelo Tomás, Javier Alvarado, Jhavier Romero Hernández, Eyra Harbar, Porfirio Salazar; Lucy Cristina Chau, Héctor M. Collado, Mariafeli Domínguez, Edilberto González Trejos, Ela Urriola, Gorka Lasa, Gloria Young y David Róbinson, entre otros poetas actuales sobresalientes. Todos ellos con estilos muy particulares, pero siempre imbuidos de un profundo sentido de responsabilidad, me atrevo a ponerlos como ejemplos de auténtico compromiso artístico llevado a la práctica cotidiana.

A los anteriores habría que agregar los nombres de no pocos poetas de recientes generaciones que ya se dan a conocer por su indudable talento, tales como: Javier Medina Bernal, Magdalena Camargo Lemieszek, Genaro Villalaz García, Mar Alzamora-Rivera, Jaiko Jiménez Caín, Kafda Vergara, Melitón Robles Esquina, Julia Aguilera, David Ng, Corina Rueda Borrero, Blanca Montenegro, Alessandra Monterrey Santiago, Victoria Mendoza y Aura Sibila Benjamín, entre otros talentosos nuevos poetas...

Es lamentable que su obra, bien diferenciada, pero poco difundida, no tenga la difusión merecida. “La buena poesía —me dijo alguna vez Rogelio Sinán— sirve para vivir mejor: sus efectos van por dentro”. En su momento no entendí del todo el sentido profundo y verdadero de aquella frase, que hoy tomo prestada para ilustrar la importancia que, cada vez más, doy a la buena poesía que se escribe tanto en Panamá como en otros ámbitos del mundo. Ojalá que esta breve reseña sirva para motivar nuevas vocaciones, pero también lectores nuevos.

Dedicado a Julia Aguilera, con mi afecto de siempre.

*El autor es escritor, profesor jubilado, promotor cultural y editor