Planificar con la gente: el reto de reconstruir la confianza desde el territorio

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  • 17/12/2025 00:00

En los discursos públicos, la participación ciudadana suele presentarse como un principio incuestionable. Sin embargo, llevarla a la práctica —especialmente en contextos urbanos complejos— implica enfrentar tensiones profundas entre expectativas ciudadanas, capacidades institucionales y marcos normativos que no siempre dialogan entre sí. San Miguelito, uno de los distritos más densos y diversos del país, ofrece hoy un escenario revelador para reflexionar sobre estos desafíos y sobre las oportunidades que se abren cuando la planificación se construye con la gente y no únicamente para la gente.

Actualmente, el distrito desarrolla su primer Plan Local de Ordenamiento Territorial (PLOT), un instrumento largamente postergado que busca orientar el crecimiento urbano, mejorar la calidad de vida y reducir desigualdades históricas en el acceso a servicios, equipamientos y espacios públicos. A diferencia de procesos tradicionales, este plan se construye de manera colaborativa, integrando diagnósticos participativos, talleres comunitarios y ejercicios de diseño participativo en distintos sectores del territorio. Este enfoque no responde a una moda metodológica, sino a una convicción técnica y política: sin legitimidad social, ningún instrumento de planificación es sostenible en el tiempo. No obstante, abrir espacios de participación real no es sencillo. La ciudadanía llega a estos procesos con una carga acumulada de desconfianza hacia las instituciones públicas, producto de promesas incumplidas y consultas sin incidencia real. En muchos barrios, participar implica “volver a creer”, invertir tiempo y energía sin la certeza de que la voz será tomada en cuenta. Para la administración pública, el reto es doble: convocar a una ciudadanía escéptica y, al mismo tiempo, gestionar expectativas dentro de un marco institucional con límites claros.

El lanzamiento del diagnóstico del PLOT en San Miguelito evidenció estas tensiones. Por un lado, emergió una ciudadanía crítica e informada, consciente de problemas como la movilidad deficiente, la falta de espacios públicos de calidad, la precariedad ambiental y el déficit de equipamientos. Por otro, se hizo visible algo igualmente potente: cuando se crean espacios adecuados, metodológicamente cuidados y territorialmente cercanos, la participación ocurre. Y no solo ocurre, sino que se vuelve propositiva, técnica y comprometida con el futuro del distrito. Los talleres de diseño participativo desarrollados en paralelo han sido especialmente reveladores. En ellos, vecinos y vecinas —muchos sin formación técnica— aportaron lecturas finas del territorio, identificando riesgos, oportunidades y usos cotidianos que difícilmente aparecen en un plano o en una base de datos. Estos ejercicios no sustituyen el conocimiento técnico, pero lo complementan y lo enriquecen. Desde enfoques contemporáneos de resiliencia urbana, la capacidad de adaptación no se entiende solo como una cualidad de la infraestructura, sino como una construcción social basada en el conocimiento local, las redes comunitarias y la apropiación del espacio.

Sin embargo, incorporar la participación ciudadana de manera efectiva exige algo más que voluntad política. Requiere un conocimiento profundo del sistema institucional, de sus tiempos, procedimientos y restricciones. La burocracia, tan criticada en el discurso público, cumple una función esencial: establecer controles, garantizar transparencia y otorgar legitimidad a las decisiones colectivas. El desafío está en evitar que se convierta en un obstáculo para la inclusión.

Para una nueva administración municipal, como la que hoy lidera estos procesos en San Miguelito, este equilibrio es especialmente complejo. Reconstruir la confianza ciudadana implica coherencia entre el discurso y la acción, claridad sobre los límites institucionales y una comunicación honesta respecto a lo que es posible y lo que no. Prometer menos y explicar más puede parecer políticamente riesgoso, pero es clave para construir relaciones de largo plazo. Desde la investigación urbana y la formulación de políticas públicas, existe amplia evidencia de que los procesos participativos bien diseñados mejoran la calidad de los proyectos, fortalecen la gobernanza y aumentan la resiliencia urbana. En contextos de alta vulnerabilidad, la participación no es un complemento, sino una condición para enfrentar desafíos como el cambio climático, la informalidad urbana y la desigualdad socioespacial.

Planificar con la gente es, en última instancia, un acto profundamente político: decidir colectivamente cómo queremos habitar la ciudad y qué futuro deseamos construir. San Miguelito está dando pasos importantes en esta dirección, no como un modelo acabado, sino como un proceso en construcción, cuyo reto será sostener estos espacios en el tiempo y traducirlos en transformaciones urbanas concretas.