Pongamos en perspectiva la praxis en salud

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  • 28/09/2025 00:00

En días recientes se presentó ante el pleno de la Asamblea Nacional un anteproyecto de ley que busca crear el delito de mala praxis médica, adicionando artículos al Código Penal en materia de delitos culposos en la prestación de servicios de salud. La iniciativa se presenta con un objetivo loable: garantizar justicia a las víctimas y reforzar la seguridad en la atención médica en Panamá. Nadie puede oponerse a que las personas afectadas por un error médico tengan acceso a mecanismos efectivos de reparación y a que se promueva una mayor confianza en los servicios de salud.

Sin embargo, el debate no puede quedarse en la lógica del castigo. En un país donde la insatisfacción con el sistema de salud es creciente, donde la fragmentación entre MINSA y CSS genera desigualdades y donde la presión sobre los profesionales de la salud es constante, limitar la discusión a endurecer las sanciones penales no contribuirá a la resolución de los graves problemas que padece nuestro sistema público de salud.

Por eso, antes de opinar sobre la pertinencia del anteproyecto, conviene preguntarnos: ¿qué entendemos realmente por praxis médica, ¿qué significa la mala praxis y, ¿cómo podemos asegurar una buena praxis en salud?

En el campo de la salud, la praxis médica es la práctica concreta del ejercicio de la medicina, donde confluyen los conocimientos científicos, las habilidades técnicas, los valores éticos y la experiencia clínica. No se trata solo de aplicar un procedimiento, recetar un medicamento o interpretar un examen, sino de integrar ciencia, ética y humanidad en la atención a las personas.

La praxis médica, por tanto, es la manera en que el médico pone en práctica su saber en un contexto determinado, bajo condiciones materiales y sociales que no siempre son ideales. Y aquí conviene subrayarlo: la praxis no ocurre en el vacío. Depende del sistema de salud, la disponibilidad de insumos, las presiones institucionales y las expectativas sociales. Entender esto es crucial para dimensionar el alcance de cualquier regulación.

Cuando esa praxis se aparta de la lex artis _el estándar de cuidado aceptado por la comunidad médica y la ciencia_ aparece la mala praxis médica. Este concepto abarca situaciones en las que hay negligencia, impericia, imprudencia o inobservancia de deberes.

Sin embargo, es obligatorio aclarar que no todo mal resultado médico equivale a mala praxis. La medicina, por su propia naturaleza, conlleva incertidumbre y riesgo. Hay enfermedades impredecibles, complicaciones inevitables y limitaciones técnicas que escapan incluso al mejor de los médicos. La diferencia entre un mal desenlace y una mala praxis radica en si el profesional actuó o no conforme a la lex artis. Solo en el segundo caso estamos frente a un ejercicio médico inadecuado, susceptible de sanción.

En este contexto, la pregunta central que debería guiar el debate es ¿cómo asegurar una buena praxis médica? Penalizar la mala praxis puede ser un paso hacia la justicia, pero de ninguna manera garantiza por sí solo una mejor calidad de la atención. Una buena praxis médica se asegura con una visión integral, que combine esfuerzos individuales, institucionales y sociales. Si restringimos la propuesta a endurecer penas contra médicos, desatendemos la atención de las fallas estructurales del sistema: desabastecimiento de insumos, demoras en citas y cirugías, falta de personal y debilidad en la supervisión institucional.

Por consiguiente, asegurar una buena praxis médica exige combinar formación continua y actualización científica con ética profesional y trato humano basado en respeto, empatía y transparencia. Implica cumplir rigurosamente la lex artis, aplicar protocolos reconocidos y gestionar riesgos para garantizar la seguridad del paciente mediante trabajo interdisciplinario. Además, requiere condiciones de trabajo dignas, con insumos y equipos adecuados, y un marco legal equilibrado, que sancione la negligencia y la imprudencia sin exponer injustamente a los profesionales, protegiendo al mismo tiempo la confianza y la justicia en el sistema de salud.

Pongamos, pues, la praxis en perspectiva. La mala praxis no puede convertirse en un chivo expiatorio para ocultar los problemas más profundos del sistema. La justicia a las víctimas es irrenunciable, pero debe caminar de la mano con una agenda seria de fortalecimiento institucional, mejora de la infraestructura y construcción de una cultura de seguridad del paciente. Una visión equilibrada debe reconocer la responsabilidad individual de los profesionales, pero también la responsabilidad colectiva del sistema y del Estado.

Panamá necesita, más que una reforma punitiva aislada, un pacto social por la buena praxis en salud. Un compromiso donde médicos, pacientes, autoridades y sociedad trabajemos juntos para que cada acto médico sea, en efecto, un acto de confianza, justicia y humanidad. Solo así lograremos que la praxis médica _esa conjunción de ciencia, técnica y ética_ sea la columna vertebral de un sistema de salud digno de la población.